Descubierta

viernes, septiembre 21


Queridos amigos virtuales,

Cumplido mi objetivo —aunque de una forma algo más accidentada de la esperada—, me propuse abandonar el internado en el que me crié. No podía hacerlo acto seguido, pues allí no se hablaba de otra cosa que del infame episodio de vandalismo perpetrado contra la sagrada capilla y no quería llamar la atención. Cierto es, queridos, que la culpabilidad intentaba hacer mella en mi frágil corazón, pero no estaba dispuesta a permitir que todo fracasase tras mis increíbles esfuerzos. Había sido un accidente, yo nunca pretendí que el ángel se rompiera, Christian Dior lo sabe, y mi donación cubriría con creces el coste de los daños.

—¿Está segura de que no vio ni oyó nada extraño esa noche? —me preguntó el guarda. Miré sus finos labios, rodeados por una incipiente barba rubia. Sus ojos, azules como el cielo de una mañana de invierno, estaban fijos en los míos intentando atravesarme para descubrir la verdad.
—No, como le he dicho estaba en mi habitación, durmiendo —respondí con neutralidad.

Las investigaciones poco habían sacado en claro porque, según decían, el guardia de seguridad no había conseguido ver al delincuente en la oscuridad y, a parte de un gran charco de finísima purpurina dorada en el suelo —cosa que desconcertaba bastante a las autoridades—, no habían encontrado ninguna pista. Ni ninguna huella, porque al parecer el hábil delincuente había llevado guantes. Suponían que se había tratado de un intento de robo para vender en el mercado negro las antigüedades de la capilla, pero no descartaban otras hipótesis —sobretodo porque la puerta no había sido forzada—, así que estaban interrogando a los habitantes del internado para indagar al respecto. Se estaba a punto de poner a prueba la templanza de mis nervios.

—No pretendo molestarla, pero hay algo que me llama la atención —continuó el guarda con precaución—. Una alumna que se levantó a beber un vaso de agua dice que vio por la ventana una silueta a altas horas de la noche. Llevaba zapatos de tacón de aguja. Pamela, ¿puedo llamarla por su nombre de pila? —Asentí—. Usted sabe tan bien como yo que aquí no hay muchas personas capaces de andar con ese tipo de calzado...
—No sé qué decirle, Robert. Cualquier mujer puede saber caminar con tacones aunque los demás lo ignoren —el pecho me latía con contundencia.

Aunque sepa que no está bien, debo confesar que me sentía extasiada y orgullosa de mí misma por haber logrado semejante hazaña de la que nunca me creí capaz. Me sentía excitada por estar al margen de la ley y un nuevo viento interior reverberaba dentro de mí llenándome de una explosión de vida. Por una vez me sentí como una súper heroína de la que nadie, excepto yo, sabía la existencia. Mis poderes pamelísticos habían nacido.

—Está bien, Pamela, puede marcharse.
—Gracias, lamento no poder serle de más ayuda —me puse en pie y me dirigí hacia la puerta intentando mantener un paso tranquilo, a pesar de las irrefrenables ganas que tenía de salir corriendo. Pero antes de abrirla, la robusta mano de Robert me detuvo posándose en mi hombro.
—Tome, no se olvide esto, se lo ha dejado en la mesa —en su mano había una pluma negra con forma de espiral.
—Oh, gracias, se me debe haber caído —al tomarla entre mis dedos me di cuenta de mi error. Era una trampa, la pluma se me debió caer de la pamela en la capilla. En mi cara se debió reflejar el rictus de la sorpresa. Robert había sido muy hábil. Además de guapo, era inteligente.
—De nada —se limitó a decir mientras me cogía la mano y la besaba en el dorso, guiñándome el ojo con cara de picardía.

El guardia sabía que había sido yo. ¿Qué estaba ocurriendo? Ese gesto me resultó tan familiar que me quedé congelada. Era el mismo gesto que hizo el chico que me dio el beso en la capilla...

No había duda. Robert era el chico misterioso, el artífice de mi primer beso, ahora convertido en un atractivo guardia de seguridad.

Siempre vuestra, y anonadada
Pamela

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Diamantes... 5

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, septiembre 21, 2007 7:31:00 p. m.

    Pamela,

    desde la última vez que posteé en tu diario muchas cosas han cambiado. He dejado ese líquido nauseabundo llamado sangría. Mi mente y mi cuerpo están en un continuo ir y venir de sensaciones olvidadas antaño. Igualmente, la desgracia de la sangría marcó mi pasado, y he perdido interminables minutos de mi vida. El día de hoy soy un hombre nuevo. He olvidado de mi horizonte al chico sangría, y hoy bailo con destreza las Danses de Vilanova.

    Espero que de aquí poco pueda bailar en un escenario por primera vez esta bella danza.

    Siempre sobrio, y con pies ágiles,

    Desintoxicado Sangría de Rubíes

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, septiembre 21, 2007 7:34:00 p. m.

    PD: sigo en Vilanova, haciendo amigos.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    sábado, septiembre 22, 2007 4:28:00 p. m.

    Pamela,
    llegue a tu blog por pura casualidad el otro dia, buscando en google sobre el cosmopolitan y me aparecio tu página...
    Lei todo desde el principio porque me atrapo tu historia, espero ansiosa que escribas de nuevo para saber como continúa...
    Mil besos desde muy lejos =D.

    Lu

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, septiembre 25, 2007 12:21:00 p. m.

    Querido Sangría de Rubíes,

    Hacía tanto tiempo que no recibía noticias tuyas, querido, que ya mis pestañas temblaban de ansiedad. Me alegro de que tu vida haya cambiado si ha sido para mejor, y si tus anhelos y esperanzas se han renovado cual ave fénix dándote un nuevo horizonte por explorar, qué más puedes pedir.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, septiembre 25, 2007 12:27:00 p. m.

    Querida Lu,

    Tus palabras han sido cual ambrosía para mi alma y han llegado en un momento en que las necesitaba, un pequeño diamante virtual con el brillo de una estrella que ha hecho que mis pestañas se humedezcan con la chispa de la emoción.

    A veces me siento sola en esta isla virtual, pues aunque sé que numerosos yates me acompañan en las corrientes del mar, pocas son las sirenas que se atreven a ofrecerme uno de sus cantos, y mucho menos tan afinados como el tuyo. Querida, brindo por ti con la copa en el corazón.

    Espero sinceramente recibir más comentarios tuyos y si tienes alguna sugerencia no dudes, querida, en hacérmela llegar.

    Infinitamente tuya,
    Pamela

     

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