El sueño de Alessandro

viernes, abril 27


Queridos amigos virtuales,

Aunque Alessandro ya casi estaba totalmente recuperado de su esguince, me dejé llevar por las misteriosas corrientes del mar de la vida y me planté de nuevo con mi cola de sirena y mis joyas de coral frente la puerta de su loft. Mientras el sonido del timbre se disipaba en el aire, miré a Christopher, que sonreía posiblemente ante la idea de volver a ver a Alessandro, ya que desde el otro día la amistad que había entre ellos había crecido a una velocidad tan vertiginosa como el escote de mi Versace azul celeste, y ello me satisfacía notablemente.

Alessandro abrió la puerta, ya sin muletas, vestido con su corto batín como de costumbre, indumentaria que al parecer adoraba lucir cuando estaba en casa. Entramos y mi barman nos propuso ver otro film, esta vez titulado “Una rubia muy legal”. Yo no conocía tal película, pero acepté gustosa confiando en su criterio.

Sentados los tres en el sofá, Alessandro entre Christopher y yo, comenzamos a ver la película con un delicioso cóctel en la mano. Elle Woods, la jovencita rubia que protagonizaba el film, sencillamente me dejó sin aliento, me cautivó desde el momento en que se adentró en mi mente a través de mis pupilas y mis oídos. Me transmitió una energía positiva desbordante que resultaba tan natural para ella como respirar para los demás. Una personalidad tan invulnerable a la opinión del prójimo, arropada por una generosidad y una bondad nada habituales, la hacían una persona tan sumamente especial y arrolladora que por allá donde pisaban sus exquisitos zapatos de tacón provocaba reacciones de fuerte intensidad, pero creo que no tanto por su forma de ser como por el contraste de ésta con su entorno, un entorno más predispuesto a la negatividad, el prejuicio y la desconfianza, de mente cerrada, de fe extinta, incapaz de creer que una persona de tales características existiera. En algunos aspectos debo admitir que me sentí identificada, a mí también me fascina el color rosa, queridos, y creo que quién afirme que el naranja es el nuevo rosa está chiflado. ¡Qué deliciosa afirmación! En varias ocasiones reí hasta derramar mis lágrimas.

De nuevo Alessandro comenzó su interesante juego durante la reproducción del film. Pequeños movimientos prácticamente imperceptibles que le llevaban a acercarse milímetro a milímetro hacia mí y que, finalmente, le llevaron a poner su cuerpo moreno en contacto con el mío. Queridos, no ignoréis nunca el poder de la sutilidad, porque a menudo lo sutil es muchísimo más poderoso que lo evidente, y una caricia o el simple roce de una respiración próxima a un hombro desnudo son capaces de erizar toda la piel del cuerpo en un silencioso aquelarre de lujuriosos duendes de una forma que nunca sospecharías que fueran capaces.

Cuando sentí la suave piel del dorso de la mano de Alessandro rozar mi pierna hice como si no me hubiera dado cuenta de nada, pero en mi interior una explosión de calor nació en el centro de mi ser y se extendió como la onda expansiva de una bomba que acabara de estallar. Los dedos de su masculino pie rozaron el mío en un aparentemente accidental movimiento. Sus brillantes rizos negros rozaron mi hombro cuando inclinó la cabeza hacia a mí.

Entonces la película terminó y se vio obligado a recuperar la compostura cuando Christopher empezó a hablarle. A todos nos había gustado y nos había parecido de lo más encantadora y divertida, definitivamente Elle Woods nos había conquistado irremisiblemente.

Hablamos de todo un poco y Alessandro se fue entonces a su habitación. Cuando volvió, el tono de mi piel debió tornarse como el del sol del atardecer y el calor que sentí en mis adentros debía ser como el de sus tormentas, me atraganté con el martini y a punto estuve de asfixiarme. Alessandro llevaba el batín abierto y lucía un slip blanco totalmente escandaloso. Quería saber nuestra opinión acerca de la ropa interior que se había comprado antes de hacerse el esguince.

Como comprenderéis, queridos, Christopher y yo nos miramos con cara de total estupefacción, pero ante la natural actitud de Alessandro optamos por responder con igual naturalidad. La ropa interior, siendo objetiva, le quedaba estupendamente en su estilizado cuerpo y contrastaba perfectamente contra su suave piel morena. Comenzó entonces lo que podía haber sido un pase de modelo de ropa interior, y con cada prenda que nos mostraba yo me notaba un poco más sofocada, abochornada y aturdida bajo la mirada de sus hechiceros ojos negros. Blanco, rojo, amarillo, negro, azul... Su actitud despreocupada e inocente, totalmente carente de cualquier carga sexual, de ninguna manera podía evitar que fuera de lo más sexy. Desde luego, si alguien me contara todo esto me costaría mucho trabajo creerlo, pero queridos, os puedo asegurar que por mucho que no quiera creerlo así fue y así sucedió, y Christopher estaba de testigo.

Finalizado el pase de modelo, reanudamos la conversación entre los tres. Las horas pasaron y cenamos en su deliciosa terraza a la luz de las velas, tras lo cual continuamos charlando más y más. Sin darnos cuenta se hizo bastante tarde, y Christopher nos dijo que aunque lo estaba pasando de maravilla debía marcharse, rehusando el ofrecimiento de Alessandro a quedarse a dormir en su otra cama. Nos quedamos a solas.

—Venga, Pamela, ¿qué te apetece beber?
—Ya he bebido suficiente durante la cena, gracias.
—Uy, claro que no, ¿qué tal un vino tinto?, ¿o prefieres que te prepare algún cóctel en especial? Esta noche voy a emborracharte —rió. Me dejaba alucinada la tranquilidad con la que afirmaba lo que le apetecía amparándose en su total naturalidad, como quién dice que mañana va de compras en busca de un Armani.
—Querido, no pienso beber ni una gota de alcohol más que tú, así que si yo acabo bebida, probablemente tú lo acabarás más —ahora reí yo.
—¿Te apetece un cosmopolitan entonces?
—Delicioso. Ya sabes que me encanta —preparó dos cosmopolitan y se sentó de nuevo.
—¿Entonces te ha gustado la película?
—Me ha encantado —confirmé.
—Me acordé de ti la primera vez que la vi.
—¿Ah, sí?
—Sí, tienes muchas cosas en común con la protagonista. Quizá tú no te des cuenta...
—¿Por ejemplo?
—A ambas os vuelve locas el rosa y tenéis algo especial.
—¿Algo especial?
—Es increíble cómo puede gustaros tanto el rosa —parecía ignorar lo que le había preguntado—. Pamela, estoy muy cansado porque me he pasado todo el día haciendo ejercicio para recuperar un poco la forma, ya que desde que me hice el esguince no he podido ir al gimnasio, ¿te importa si continuamos la conversación en la cama? —si eso lo hubiera dicho cualquier otra persona, hubiera sonado vulgar e incluso lascivo, pero su naturalidad le permitía decir cosas como esa como si no tuvieran la menor importancia ni tuvieran la menor intención. No me pasó desapercibida la maestría con la que había transformado su invitación a dormir en camas separadas a dormir en la misma cama.
—No, en absoluto —entonces mi móvil empezó a reclamarme con su melodiosa voz—. ¿Quién será a estas horas? —Era Christopher, descolgué—. ¿Sí?
—Pamela, olvidé preguntarte a qué hora querías que pasara mañana a recogerte.
—Ah, es cierto, querido. A las diez está bien.
—Muy bien. Entonces hasta las diez. Por cierto, dile a Alessandro que hoy olvidé llevarle los folletos de la hípica que me pidió para su novia, pero que mañana se los llevo sin falta —la palabra novia impactó en mis neuronas con el efecto de un terremoto devastador.
—Muy bien, yo se lo digo. Buenas noches, Christopher.
—Hasta mañana, Pamela.

Resulta que Alessandro tenía novia y mucho se había reservado de que yo lo supiera. Claro que, pensándolo bien, no tenía por qué decírmelo, nosotros sólo éramos amigos o compañeros de hotel.

Llegamos a su habitación y colocó pequeñas velas porque su luz era más tenue y además se apagarían solas si nos quedábamos dormidos mientras hablábamos. Evidentemente, para Alessandro todo tenía su plausible explicación, exenta de toda segunda intención. Tras los primeros momentos de tensión y unos minutos de conversación, me quedé completamente dormida. Recuerdo que tuve sueños intranquilos de los que dejan una sensación extraña revoloteando como cuervos sobre el corazón.

El alba ya estaba rompiendo cuando desperté sobresaltada y mis funciones motrices pasaron de cero al cien por cien de capacidad en cuestión de décimas de segundo. Alessandro había puesto su mano sobre mi espalda bruscamente. Lo miré y estaba dormido, así que debía haberse movido en sueños. No tardó en retirarse. Me di la vuelta y me pareció notar cómo la mano de Alessandro recorría mi abdomen con un movimiento conciso y rápido, tanto que pensé que me lo había imaginado, puesto que él seguía durmiendo plácidamente. En aquellos momentos me sentí extrañamente alucinada, era como si estuviera bajo los efectos de unos estupefacientes que no había consumido. En mi estado de duermevela no sabía si me lo estaba imaginando todo o si realmente era posible que Alessandro se me estuviera insinuando de una forma sutil. No estaba segura.

Durante lo que pudieron ser dos horas Alessandro continuó moviéndose en aparentes sueños mientras no cesaba en su supuesto empeño por provocarme, y lo conseguía. Los duendes de la lujuria hacía mucho tiempo que danzaban radiantes a mi alrededor, pero no estaba dispuesta a dejarlos en libertad, así que haciendo acopio de todo mi poder mental los atrapaba lanzando sendos lazos de cowboy con mi rubia melena.

Queridos, nada me hubiera gustado más que haberme relacionado con Alessandro esa noche, Christian Dior sabe bien los esfuerzos que me costó no hacerlo, pero no bajo aquellas circunstancias ni a aquel precio. No a costa del corazón de una tercera persona cuya existencia había descubierto hacía unas horas o del respeto que me profeso hacia mí misma, porque si lo hacía no me estaba respetando. Mi amor propio quedaría roto en pequeños añicos. Si yo me relacionaba con Alessandro sería porque me gustaba, pero no únicamente para una noche, con el consecuente riesgo para nuestra amistad que ello suponía, sino para tiempo indefinido. Pero si él tenía una relación con otra mujer era a eso a lo que se reduciría cualquier cosa que pasara, a una noche nada más. Y yo luego me sentiría con el corazón ajado, sin lápiz labial con el que restaurarlo, y sintiéndome más sola que nunca. Y si su relación con esa mujer era feliz, me estaría condenando a no verle nunca más, ya que él no querría volver a tener contacto conmigo, pues de otra forma arriesgaría su relación. Rechazándolo al menos mantendría su amistad.

El reloj rezaba en silencio que estaban a punto de ser las diez. Me levanté, me vestí y, sin ni siquiera maquillarme y con un aire de dejadez imperdonable, bajé a la calle justo en el momento que Christopher llegaba, puntual como siempre, a la puerta del edificio, sintiéndome como una cenicienta que no había perdido su zapato, pero sí una posible y surrealista oportunidad para encontrar el amor que tanto ansiaba mi corazón.

Absolutely yours, and completely amazed
Pamela

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Tapiz de hilos de martini

martes, abril 17


Queridos amigos virtuales,

De nuevo Christopher y yo hicimos una visita sorpresa a Alessandro en su piso, y de nuevo nos recibió vestido como la primera vez, aunque esta vez yo ya estaba preparada para la situación y él tenía atado el batín. Se puso contentísimo por nuestra visita, y sobretodo por el regalo que le llevé como disculpa por haberle pisado el esguince cuando me asusté el último día. Era un set de coctelería cuyo diseño lo hacía totalmente único y exclusivo. Mantuvimos una amena conversación mientras degustábamos unos deliciosos cócteles que él mismo nos preparó para estrenarlo.

Después le pedí si me podía volver a poner “Desayuno con diamantes”, ya que el último día no pude disfrutar del final del film y además me apetecía verla de nuevo para percatarme de los detalles que siempre pasan desapercibidos la primera vez. Era superior a mí, tenía que verla, queridos, aún a sabiendas de que no era muy cortés de mi parte dejarles solos, y más habiendo venido de visita, pero entendí que había la suficiente confianza y sabía que Alessandro sabría compenetrarse con Christopher dada su versátil capacidad de conversación.

Así que mientras yo disfrutaba de la película, efectivamente mi barman y mi chauffeur charlaron animadamente y hasta me pareció ver a Christopher dinámico y resuelto como no recordaba haberlo visto desde hacía mucho tiempo. Cabe decir que estaba de lo más apuesto con la camiseta de manga corta que Alessandro le había prestado para que estuviera más cómodo bajo el calor de la calefacción, y su torso era... de lo más sugerente. Constaté con agrado que Christopher tampoco era inmune al encanto de Alessandro, y conforme pasaban los minutos y Holly y Fred se acercaban al encuentro bajo la lluvia en que los dejé la última vez en la película, mis dos acompañantes se fueron compenetrando cada vez más hasta que al final sus risas de simpatía llenaron el aire.

Cuando acabó el film, intenté introducirme en la conversación que mantenían, pero hablaban de algo de lo que yo no entendía, así que al cabo de un rato, aburrida e ignorada por mis dos acompañantes, me dispuse a curiosear por el loft de Alessandro. Vagué por los deliciosos espacios hasta que me topé con una estantería en la que descansaban algunos libros. Al verlo llamó inmediatamente mi atención, no podía ser de otra manera al estar relacionado con Alessandro Martini, el cuál yo sabía que era uno de los fundadores de la empresa que fabricaba la ambrosía que tanto me gustaba. De nuevo me pareció una reveladora señal el hecho de que mi barman se llamara como él. Me serví una copa de martini, me senté en un cómodo diván, lo abrí y me dispuse a leer para descubrir todos sus secretos.

Me salté más o menos la parte que ya conocía —la que había investigado en la biblioteca de Madrid—, hasta el momento en que la empresa desplazó su producción a Pessione di Cheri en 1864, abriéndose al mundo.

El trabajo de la compañía no tardó en obtener su recompensa, pues tuvo un éxito del todo inmediato. En un solo año el maravilloso vermouth ganó la primera medalla de la Exhibición de Dublín, dos años después la receta de Rossi fue premiada en la prestigiosa exhibición de París y tras éstos llegaron varios galardones más en los años siguientes. 1867 marcó la llegada de la empresa al mercado estadounidense con el envío de las primeras 100 cajas de vermouth a Estados Unidos, y mientras tanto el vermouth se convertía en Europa en la bebida preferida por la realeza —cuánta sabiduría, queridos— hasta el punto que, en 1868, el Rey Víctor Emmanuel II autorizó que pusieran el escudo de armas de la Casa de Savoy en la etiqueta de la botella, iniciando así una tendencia que a comienzos del siglo siguiente llevó a que ya ostentara los blasones reales de España, Portugal, el parlamento Británico y las ciudades de Melbourne y Antwerp, entre otras.

En 1879, con la muerte de Teofila Sola, la compañía cambió su nombre al que se convertiría en su nombre permanente, el que ha llegado hasta nuestros días: Martini & Rossi. A partir de 1880 la compañía empezó a expandirse internacionalmente creando sucursales en Buenos Aires (1884), Génova (1886) y Barcelona (1893), de manera que a principios del siglo XX no sólo había conquistado Italia, sino que era la que más vendía en Estados Unidos, Brasil, Argentina, Grecia, Portugal, Bélgica, Suiza, Turquía y Egipto. Para entonces, una nueva generación se preparaba para tomar el relevo del control de la compañía, los cuatro hijos de Luigi Rossi, de forma que con la triste muerte de Alessandro Martini en 1905 la compañía pasó a ser íntegramente de la familia.

Fue entonces cuando la compañía extendió verdaderamente su línea de producción y distribución, abriendo una serie de sucursales extranjeras respaldadas por una central, de manera que las ventas se adaptaban al mercado dependiendo de las preferencias, pero la mezcla botánica que constituía el corazón de la bebida continuó produciéndose en la compañía padre. Que delicioso misterio, queridos, el de tal corazón.

Cuando la fama de la marca creció realmente fue cuando se inventó un nuevo cóctel: el martini —maravilloso invento por el que doy gracias al cielo cada día, evidentemente—. No está claro quién inventó la bebida, pero la popularidad del cóctel creció tanto que, en 1922, cuando la compañía registró el nombre de la marca Martini, en los Estados Unidos fue forzada a etiquetar de todas formas como Martini & Rossi debido a que la fama del cóctel había crecido ya más que la de la propia compañía. Aún así, el vermouth de Martini & Rossi se convirtió en sinónimo de martini y, cuando echaron de su trabajo a los barmans estadounidenses a causa de la Prohibición legislativa, éstos encontraron trabajo tras la barras de los grandes hoteles europeos, introduciendo el martini en un mercado altamente receptivo y extendiendo su fama prácticamente a nivel mundial.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la familia Rossi se encargó de reconstruir la compañía, lanzando una oleada de iniciativas publicitarias —como hizo en años anteriores— que la situaron como una bebida sofisticada y joven, iniciando una moda que culminó con la adopción de martini como la bebida favorita del glamouroso James Bond en los años 60 y, por supuesto, que en años venideros desembocaría en mi irremplazable chico martini con su increíble sensualidad.

A partir de entonces la compañía intentó reducir la dependencia del corazón de su vermouth, escalando mediante la adquisición de otras marcas, como Saint-Raphaël —un aperitivo a base de quinquina—, Offley —oporto—, Noilly Prat —famosa marca francesa de vermouth seco—, La Benedictine —licor basado en una receta de 1510— o Otar —una de las marcas más antiguas y exclusivas de coñac.

Tras una intensa reestructuración empresarial que duró varios años, Martini & Rossi llegó a un acuerdo en 1987 que daba a Bacardi el control de su distribución en los Estados Unidos y, en 1992, la quinta generación de la familia Rossi que estaba al mando de la compañía, decidió venderla a la familia Bacardi por un precio de 1.4 billones de dólares —esa cifra me hace dar vueltas a la cabeza, queridos, e incluso ha hecho que se curven un poco más mis pestañas—, situando el grupo Martini-Bacardi entre las diez compañías productoras de bebidas alcohólicas más importantes del mundo.

Miré a Alessandro recordando que precisamente el motivo por el que él se encontraba en Barcelona era que su abuelo fue uno de los barmans que emigró a causa de la Prohibición en Estados Unidos. Comprendí que nuestras vidas estaban entretejidas mucho antes de que nos conociéramos y de que hubiéramos nacido siquiera, entretejidas por hilos de martini en un tapiz que nos unía de forma invisible en un impresionante efecto mariposa que derivaba directamente del ingenio del hombre que inventó la secreta receta del vermouth, vermouth que en ese momento reposaba sobre mi mano en una copa de cristal de Bohemia como clara señal de todo aquello.

Incansablemente vuestra, y reflexiva
Pamela

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Susurros en el loft de Alessandro

jueves, abril 12


Queridos amigos virtuales,

Como ya os dije en mi anterior escrito, cuando fui a la sala de fiestas de mi hotel y no encontré allí a Alessandro como de costumbre, tomé la determinación de ir a visitarle a su domicilio para ver que tal se encontraba y qué era lo que padecía exactamente. Al cabo de un par de días el humo de aquella chispa de determinación tomó la forma de una limusina negra conducida por un apuesto chauffeur guardaespaldas, y en cuya parte trasera miraba por la ventanilla una dulce y perfumada rosa de abril. Esa rosa era yo, por supuesto, y aunque sé que no habéis dudado de ello ni un instante, necesitaba con urgencia recalcarlo.

El cielo estaba gris y en ocasiones la lluvia caía perezosamente sobre el suelo mojado, así que cuando llegamos a nuestro destino Christopher me abrió la puerta con el paraguas rosa preparado. La sensación de ir cogida del firme brazo de un apuesto caballero mientras te sostiene el paraguas y la gente alrededor observa con estupefacción, es algo que te recorre desde la base de la espalda como una pequeña corriente eléctrica que se transforma en un súbito destello de placer al llegar al cerebro. Me sentía como una burbuja de soleada primavera atravesando el corazón de las penumbras.

Alessandro vivía en un barrio obrero de Barcelona que estaban remodelando, pero que en el pasado había sido uno de los principales núcleos industriales de la ciudad, sobretodo del sector textil. El de mi barman era un loft cuya vida pasada había sido una planta de fábrica, pero que ahora estaba segura que debía ser un exquisito piso de diseño cuyo espaciado interior sería una delicia contemplar. Alessandro no podía creerlo cuando abrió la puerta —debo añadir que tan sólo cubierto por un corto batín que llevaba abierto, pero que aunque hubiera llevado atado a duras penas le hubiera cubierto la ropa interior. Del todo escandaloso, queridos— y me vio allí de pie acompañada por mi fiel Christopher. Andaba con muletas y tenía el tobillo izquierdo cubierto por una venda.

—¡Pamela! —Exclamó, y casi resbaló al fallarle el equilibrio de las muletas.
—¡Sorpresa, querido! Hubiera llamado, pero entonces no hubiera sido una sorpresa —dije a modo de disculpa mientras miraba con malicia su atuendo y él caía en la cuenta de que estaba completamente al descubierto, excepto por la parte de su cuerpo que cubría el ligero batín, el boxer blanco y las sandalias. Era extraño, porque me di cuenta de que en lugar de abochornarme como me hubiera pasado habitualmente, la situación se me hizo pícara de cierta manera, supongo que por la confianza que sentía hacia Alessandro.
—Perdona mi indumentaria, lo siento —se disculpó sin intentar siquiera aparentar el menor asomo de pudor mientras procuraba atarse el cinturón del batín, haciendo equilibrios para no apoyar el pie del vendaje. Más bien se diría que encontraba cierto placer en el hecho de exhibirse. Si no hubiera estado tan sexy, su ridícula pose me habría hecho estallar en carcajadas—. Me ataría la bata, pero ya ves que no puedo. Si no te importa...
—Oh, claro que no, querido —le até el batín intentando mantener las distancias, pero en distancias tan cortas mantener la mirada bajo control era una cuestión muy distinta. Hasta mis pupilas se debieron teñir de carmesí. ¿Por qué siempre me acababa encontrando en situaciones tan embarazosas? La verdad era que no conseguía entenderlo y hasta empezaba a plantearme seriamente si Afrodita estaba divirtiéndose de lo lindo a mi costa. Su batín ahora recordaba a una de las túnicas que usaban los griegos en la antigüedad, pero en color negro en lugar de blanco.
—Gracias. Bueno, y ya que habéis visto uno de mis nuevos calzoncillos, decidme, ¿qué os han parecido? Son bonitos, ¿no? Antes de hacerme el esguince me compré unos cuantos en una tienda muy buena que hay en el centro.
—Muy bonitos —afirmé, atónita, sin saber qué decir. Christopher optó por mantenerse en un digno silencio haciendo como si la cosa no fuera con él, a pesar de que la pregunta iba dirigida a ambos. Alessandro usaba un tono de lo más normal, como si estuviera hablando del tiempo, pero me resultó algo violento estar hablando de su ropa interior, y con Christopher, para redondear.
—Además son comodísimos, sin costuras —añadió pasando el dedo despreocupadamente por donde debía ir la inexistente costura. De nuevo sentí cómo el calor trepaba desde mis piernas al imaginarme la costura en dimensiones macroscópicas—. Luego os enseñaré el resto de los que compré, para que me deis vuestra opinión. Pero pasad, pasad. No os quedéis en la puerta. Entrad, por favor.
—Gracias.

Queridos, ¿estaba alucinando o Alessandro había dicho realmente lo que había dicho? Pero lo decía con tal naturalidad que daba la sensación de no estar diciendo nada del otro mundo.

Christopher y yo entramos y nos sentamos en el sofá. Nos quedamos maravillados con la decoración y la calidez de su lotf. Alessandro había combinado espacios y ambientes que se alternaban con gracia y estilo, lámparas que parecían fuegos etéreos, escaleras sin barandas cuyas curvas recordaban espacios de ensueño, biombos de estilo japonés, y todo bajo un aire minimalista diáfano y sorprendente. Hacía un poco de calor porque tenía puesta la calefacción, pero rápidamente se ofreció a prestarnos algo más adecuado de ropa si estábamos incómodos. Yo estaba bien porque mi vestido de Versace era ligero y fresco, pero a Christopher se le veía acalorado bajo la americana y la corbata. Aún así, rehusó el ofrecimiento de nuestro anfitrión añadiendo que tenía que irse a atender unos recados urgentes, pero que regresaría al cabo de unas horas para recogerme y que si lo necesitaba podía llamarle al móvil.

Ya a solas, serví un martini para cada uno —a pesar de que no serían tan increíbles como los que las expertas manos de Alessandro eran capaces de preparar— y charlamos durante un rato. Hablar con él siempre resultaba interesante porque tenía un interés y una curiosidad que parecían infinitos, lo que permitía hablar de cualquier cosa y hacía que las conversaciones derivaran de un tema a otro a una velocidad de vértigo y de la forma más inverosímil. De tal forma que siempre me quedaba la sensación de que aún quedaban muchas cosas por decir y que ningún tema se agotaba por completo.

Me planteé que una conexión comunicativa de esa magnitud era algo tan escaso que prácticamente era inexistente y que, en realidad, mi memoria no me permitía recordar ninguna otra ocasión en toda mi vida en que se hubiera repetido algo así con otra persona. En aquél momento supe que podría estar con Alessandro horas y horas hablando sin parar y que nunca me aburriría, y me pregunté cuáles serían los factores que hacían que una conversación pudiera llegar a ser así, tal vez fuera causa de que teníamos inquietudes similares o simplemente química derivada de la biología y la genética. En cualquier caso, era todo un placer que no estaba dispuesta a desaprovechar bajo ninguna circunstancia.

En uno de los giros de nuestra conversación acabamos hablando de cine. En concreto él me hablaba de una película que le encantaba y que no podía creer que yo no hubiera visto nunca, pues al parecer le recordaba mucho a mí. Su título en España era “Desayuno con diamantes”, pero el título original era “Breakfast at Tiffany’s”. Debo reconocer que ante el nombre de tan exquisita joyería sentí como mis tímpanos escuchaban pequeñas campanitas de sonido celestial y creo que hasta se dilataron mis pupilas al pasar por mi mente los recuerdos de mis estancias en tan sacro lugar.

Un torbellino de emoción me ascendió desde la boca del estómago cuando decidimos poner el film. La película me dejó completamente estupefacta desde que conocí a Holly, encarnada por Audrey Hepburn, y no pude volver a articular palabra hasta que la cinta estuvo a punto de terminar. Su personalidad me cautivó desde el primer momento y, a pesar de que su forma de vivir no sería la más recomendable para ninguna joven de buenas maneras que se precie, era tan intensa que no me cabía ninguna duda de que ése era el camino que debía seguir para llegar a su destino. Estaba absolutamente convencida de que al final la magia de la vida la acabaría llevando hasta el dorado amor, el destino que cualquiera con un poco de intelecto bajo la pamela puede desear.

La verdad es que no pude ver el film con toda la tranquilidad mental que se requeriría para poder disfrutarlo al máximo porque Alessandro, que estaba a mi lado en el sofá, no dejó ni un momento de hacer pequeños y aparentemente imperceptibles movimientos ocultos bajo un velo de nerviosismo con los que se me iba acercando cada vez más. Muy lentamente, sí, pero cada vez milímetros más cerca, y gracias a mis maravillosas dotes de observación de detective, queridos, no me pasó desapercibido. Así que tenía mi atención dividida entre Holly y sus aventuras, y el latino de vestimenta griega que tenía al lado. Por supuesto, no sabía si mi barman se movía así por capricho de la aleatoriedad o si todo aquello respondía a alguna clase de ardid, así que simplemente me deleité con la película hasta que acabó por apoyar su cabeza sobre mi hombro y rozar mi pierna con su mano. Desde que lo conocí, siempre había tenido la extraña percepción de que Alessandro era gay, pero ahora ya no estaba tan segura. Obviamente, perdí absolutamente toda la concentración y dejé, muy a mi pesar, a Holly y a Fred bajo la lluvia mientras en mí surgía el secreto —aunque dudoso— planteamiento de que todo aquello era alguna suerte de juego de seducción.

Entonces fue cuando mi móvil empezó a reclamarme desde mi bolso con su melodiosa voz. Me levanté y lo atendí, pero nadie contestó y aparecía número privado en la pantalla, así que me senté de nuevo en el sofá, aunque Alessandro ya había recuperado su postura original. Si se trataba de un juego secreto estaba claro que había roto sus reglas, porque Alessandro no podía ponerse de repente en contacto conmigo sin dejar a la vista sus intenciones. Para llegar al mismo punto supuse que habría que empezar de nuevo. Pensé que todo aquello era de lo más divertido, pero con la distracción resultó que me había perdido el final del film.

Iba a quejarme cuando me interrumpió la voz de mi Black Diamond. Otra vez nadie contestó, y a la cuarta vez que llamaron, en lugar de enfadarme o colgar, empecé a pensar que se trataba de una de las burlas de Michael, así que me puse a charlar sola con él. Al principio me sentí como una chiflada, pero al poco tiempo le cogí el gusto a lanzar ironías pensando que Michael las estaba recibiendo con estoicidad. Alessandro me observaba con un atisbo de extrañeza en los penetrantes ojos negros. En varios minutos mis bromas no tuvieron respuesta, nadie contestó, y entonces me quedé callada y escuché. Fue sólo un momento, y tal vez sólo fuera un ruido fruto de la mala conexión del terminal, pero me pareció escuchar cómo decían mi nombre en un susurro rápido, frío y apenas audible: Pamela.

Tiré el teléfono a la alfombra y me lancé sobre Alessandro clavándole sin darme cuenta la pamela en los ojos, con el corazón latiéndome violentamente y presa de un miedo tan atroz que ni siquiera fui consciente de que estaba pisándole el tobillo vendado hasta que le oí gritar, cosa que me asustó más todavía y que me hizo gritar a mí. Acabé en el suelo vociferando y sintiéndome como si fuera una histérica. Cabe decir en mi beneficio que siempre he tenido un miedo horrible a los espíritus y que aquello se había parecido demasiado a una película de terror japonesa. ¿Y si me perseguía la maldición del teléfono móvil, la terrible Samara con el pelo sobre su cara o la niña mecánica? Qué sensación tan terrible, queridos. Sentí que los vellos de mi nuca se habían erizado tantísimo que hasta por un momento pensé que me habían agujereado las perlas del collar que adornaba mi cuello.

—Pamela, ¿qué ha pasado?, ¿quién era? —me preguntó Alessandro preocupado después de verme beber una copa entera de martini y de recuperarse del dolor del tobillo, que ahora estaba más hinchado que antes.
—No lo sé. Al principio pensé que era Michael gastándome una de sus bromas, pero después escuché ese susurro tan extraño... Me asusté mucho, Alessandro —noté cómo las lágrimas afloraban a mis ojos.
—Tranquila, no pasa nada —Alessandro me abrazó en el sofá y me sentí algo mejor rodeada por sus fuertes brazos—. Seguro que ha sido Michael. Hagamos una cosa, ¿por qué no lo llamas y te cercioras de que era él? Así te quedas más tranquila.
—¿Y si no era él?
—¿No has dicho que te ha gastado bromas otras veces?
—Sí.
—¿Entonces?
—Pero esta vez era distinto... —dudé.
—Anda, Pamela, llámalo. Seguro que era él.
—Bueno, pero como no sea...
—Como no sea puedes quedarte a dormir aquí y así no tendrás miedo durante toda la noche, ¿de acuerdo? —su sonrisa perfecta iluminaba su cara. Era evidente que la situación le estaba resultando graciosa, y de acuerdo, reconozco que imaginarme vista desde fuera en aquellos momentos era algo de lo más patético, no puedo negarlo.
—De acuerdo.

Me acerqué al teléfono lenta, muy lentamente, intentando infundir valor a mis zapatos de tacón. Siempre había considerado mi móvil el complemento perfecto, mi amigo, pero de repente era como si se tratara de una pantera negra que estuviera agazapada a punto para cazar a su presa, con ojos brillantes. Y cuando estaba a punto de rozarlo con mis perfectas uñas lacadas de un tono rosa primaveral, con el pulso tembloroso, otra vez se puso a cantar y salté hacia el sofá muerta de miedo, aunque esta vez Alessandro ya estaba preparado y se había levantado antes de que cayera sobre él, así que me abracé a un cojín. Se acercó con las muletas hasta el aparato y lo cogió. Después me miró y no pudo evitar soltar algunas risotadas.

—Es Christopher. Toma.
—No.
—Pamela, cógelo, por favor. Querrá decirte algo.
—No.
—¡Pamela, vamos!
—¿Seguro que es él?
—Sí, aparece su nombre en la pantalla. ¿Lo ves? —Me lo mostró y era cierto, cogí el móvil dudando aún. Descolgué.
—¿Sí?, ¿Christopher?
—Hola Pamela, ¿qué tal?
—No muy bien. Querido, acabo de llevarme un susto de muerte.
—¿Qué ha pasado? —la repentina preocupación del tono de su voz me hizo sentir halagadísima. En verdad parecía preocuparse por mí más allá de lo profesional y eso me hizo sentir mucho mejor. Parece mentira lo que ayudan en momentos así cosas como esa.
—No, nada, no te preocupes. Me han llamado varias veces al móvil y no contestaban, y al final me ha parecido escuchar un susurro y me he asustado. Eso es todo.
—A lo mejor era yo, porque llevo un rato intentando comunicar contigo pero no me daba señal.
—Pues qué susto, querido. Por Christian Dior, todavía tengo el corazón a punto de salir del pecho.
—Lo siento, Pamela. Llamaba para avisarte de que en unos minutos paso a recogerte.
—Muchas gracias, querido. Aquí te espero. Au reboir.
—Hasta ahora.

Y, efectivamente, Christopher llegó en escasos minutos. Nos despedimos de Alessandro tras mostrarnos su agradecimiento por la visita y rogarnos que le visitáramos de nuevo en breve, y llegamos a la limusina. Íbamos de camino al hotel, cuando se me ocurrió algo.

—Christopher.
—¿Sí, Pamela?
—Has dicho que cuando me llamabas esta tarde no te daba señal, ¿a qué te referías exactamente?
—Pues a eso, a que no me daba señal.
—¿Pero comunicaba con esos pitiditos o se te quedaba el teléfono enmudecido?
—No, comunicaba, con los pitidos.
—Gracias, ¿te importaría subir la pantalla?
—No, desde luego.

Cuando Christopher subió la mampara cogí mi móvil y llamé a Michael con algo vibrando dentro de mí. No, él no me había llamado en todo el día y de alguna forma yo ya lo sabía. Se me ocurrió pensar... ¿y si la otra vez tampoco había sido él?, ¿entonces quién?

Siempre vuestra, y estremecida
Pamela

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Multimedia: el chico martini y el anillo

lunes, abril 2


Queridos amigos virtuales,

El viernes, como de costumbre, bajé a la sala de fiestas de mi hotel para ver a mi querido Alessandro y charlar un rato con él, y cuál fue mi sorpresa al descubrir que no estaba allí. Según me dijeron estaba de baja a causa de una enfermedad pasajera y he decidido que pronto iré a verle a su casa para ver que tal está, es lo menos que puedo hacer. Ya que no puedo ofreceros una de sus deliciosas recetas, os ofreceré uno de los mayores placeres para la vista, contemplar al chico Martini en una de sus eróticamente irresistibles y glamourosas aventuras publicitarias.





Oh, es tan apuesto, tan seductor, tan increíblemente masculino... que me quedo sin aliento al contemplarlo.

Sinceramente vuestra, y embelesada
Pamela

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