Campanadas de medianoche...

martes, abril 4


Queridos amigos virtuales,

Asistí de nuevo a una de las reuniones de mis amigos aficionados al placer de las sábanas. No he escrito desde hace un tiempo porque he estado algo abrumada por los emocionantes acontecimientos que han sobrevenido en mi vida.

He conocido un poco más a Alfred y he sabido algunos detalles acerca de sus sorprendentes vivencias. Hicimos amistad enseguida. Era como si ya nos conociéramos de otra vida. Sus palabras fluyeron a través de mí y fueron absorbidas por mi corazón hambriento. Finalmente, como vio que estaba interesada en todo lo que decía, me invitó a una fiesta ayer por la noche. Yo le dije que no sabía si estaba preparada para lo que intuía que se desarrollaría allí, pero él me dijo que sólo era un cóctel ordinario. Acepté.

El precioso vestido negro que llevé al cóctelPasé varios días de tienda en tienda haciendo compras compulsivamente, absorbida por la idea de encontrar el vestido de ensueño que estilizaría mi figura para satisfacer la extraña necesidad que asaltaba mi cuerpo: cautivar a Alfred. Finalmente, tras una agotadora búsqueda en la que mi tarjeta de crédito tuvo un gran protagonismo, lo encontré. Era negro, de raso, con una pequeña rosa rosa a la altura de mi muslo derecho. Su tacto era tan suave como la caricia de una aceituna resbalando por cristal de bohemia.

Lunes por la noche. Ayer por la noche. Mi limusina se detuvo enfrente del palacete donde se daría la fiesta secreta. Alfred me dijo que era un cóctel sólo para gente muy exclusiva y que nadie en toda la jet set sabía de su existencia. Supuse que era por ese motivo por lo que mi coche era el único estacionado en los jardines. El aroma de las rosas en flor flotaba en el ambiente. El campanario del palacete se recortaba contra el cielo nocturno.

Llamé a la puerta y el mayordomo me acompañó a una sala llena de máscaras y complementos de todo tipo.

―¿Qué es esto, una broma? ―pregunté sorprendida al mayordomo.
―No. Si es tan amable, elija lo que más le guste ―contestó.
―¿Pero por qué? ―insistí.
―Es condición imprescindible para entrar a la fiesta.

Nada más verla, supe que aquella sería mi máscara. Al ponérmela me metí en la piel de una gatita traviesa y maullé presa de una gran excitación. ¿Tal vez se trataba de un baile de máscaras? Siempre me habían fascinado esos bailes.

Cuando entré al gran salón, todo el mundo me miró. No tardó en acudir en mi busca un apuesto depredador, un lobo. Intento escribir aquí lo que se dijo tal como lo recuerdo.

―¿Sorprendida Pamela? Estás irresistible ―dijo el lobo. Era la voz de Alfred-. Sin duda un precioso vestido, aunque mucho más precioso es lo que contiene.
―¡Querido! ―ahogué una exclamación. Había conseguido ruborizarme. No esperaba un halago como aquél, aunque por suerte la máscara me cubría las mejillas―. No, no esperaba un baile de máscaras. Sin embargo, debo confesarte que siempre me han gustado.
―No esperaba menos de ti. Ven, te presentaré a algunos de mis amigos.

Charlamos animadamente entre ríos de martini. La verdad es que me lo estaba pasando de maravilla. No presté atención al reloj ni a las extrañas miradas que de vez en cuando emitían los ojos ocultos bajo las máscaras, hasta que de repente sonó una campanada. Una, dos, tres... La actitud de la gente cambió. Cuatro, cinco, seis... Las asistentes empezaron a desaparecer apresuradamente entre las sombras de los pasillos del palacete. Me extrañó muchísimo que sólo las mujeres fueran las que salían de la sala. Siete, ocho...

―Pamela, si yo fuera tú, ya estaría buscando un buen escondite. ¿No querrás que te encuentren tan pronto? ―me susurró Alfred al oído.

Los pelos de mis brazos se erizaron como si de la gata que interpretaba se tratara. Nueve, diez... Eché a correr sin saber por qué, impulsada por mis instintos más primarios. Once...

Avancé por el pasillo justo cuando sonaba la doceava campanada. El sonido de mis tacones de aguja rompía el silencio que ya reinaba por doquier. Nerviosa, sin saber qué demonios ocurría, me abalancé sobre la primera puerta que pude ver en aquella penumbra.

Siempre vuestra, y huyendo
Pamela

Etiquetas: ,

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 3

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    jueves, abril 20, 2006 12:54:00 p. m.

    Jooooooooooo! Y cómo acabó? Qué mala eres... nos dejas con la emoción!

     
  1. Escrito por Blogger J.Ferrer

    domingo, abril 23, 2006 11:35:00 p. m.

    Hola guapísima, un beso de tu amigo brasileño! ;)

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    miércoles, abril 26, 2006 2:29:00 p. m.

    Querido J. Ferrer,

    Oh, cuan dulce es el idioma que utilizas en tus poemas y cuánta tristeza hay contenida en sus palabras, querido. Debes haber sufrido mucho en el amor. Yo nunca sufrí, aunque tampoco amé de verdad. Como decía alguien que ahora no recuerdo, quien no se embarca no se marea. Qué verdad tan profunda, ¿no es así? Le he pedido a mi amigo Marco -es brasileño y sabe portugués. Seguro que tienes un acento parecido al suyo, tan melódico...- que me tradujera los pocos párrafos que no entendía y mis ojos se han humedecido con una cortina de lágrimas. He podido saber además que son tuyas las fotografías que publicas en tu diario. He de darte mi más sincera enhorabuena, ciudadano del mundo, es muy bonito lo que haces.

    Siempre tuya, y emocionada
    Pamela

     

Susúrrame  |   Inicio