Reunión equivocada, sorpresa inesperada

martes, marzo 21


Queridos amigos virtuales,

He asistido a la reunión en la que debía hablar de mis experiencias personales. ¡Pero qué cosas me pasan! No sospeché que me había equivocado de reunión hasta que se levantó un amigo que se presentó como Alfred y empezó a hablar de sus preferencias íntimas. No sé como decirlo sin parecer soez y vulgar. Al escuchar lo que decía me sentí tan violenta... Me ruboricé como no me ruborizaba desde que vi al chico martini por primera vez. Está bien, lo diré sin tapujos: era adicto al sexo y en especial a las camas redondas.

En un principio pensé en salir de allí tan rápido como mis zapatos de tacón de aguja me lo permitieran. Sin embargo, por pudor me quedé sentada y, mientras escuchaba, me di cuenta de que me estaba fascinando su historia. La lujuria impregnaba cada una de sus frases de forma tan irresistiblemente deliciosa y prohibida que me recordó a las novelas románticas de Barbara Wood a las que hace tiempo me aficioné. Escuché historia tras historia, cada vez más fascinada, hasta que de repente me di cuenta de que todos me miraban expectantes. Esperaban que me presentase, claro. Había estado tan absorta que no me di cuenta de que me había llegado el turno de hablar a mí.

Sin saber bien lo que hacía me levanté y me presenté como Jasmine, personaje que habita entre las líneas de uno de mis libros favoritos. Improvisé alegando que todo empezó con mi jardinero griego Mikos, quién me introdujo en un sórdido entresijo de pasiones y placeres prohibidos. Yo estaba enamorada de mi supuesto jardinero, claro, e inocente de mí hice todo lo que me pedía por amor ciego. No me daba cuenta de que sólo quería aprovecharse de mi persona ni de que estaba desarrollando una adicción al sexo.

Todos me escucharon con tanta atención y delicadeza, queridos, que me sentí extasiada y protagonista de una novela de amor. Sentí más que nunca que tenía el poder de llevar las riendas de mi vida, a pesar de que la hípica nunca me gustó, y que un nuevo abanico de posibilidades se abría ante mí.

Hasta ahora no sabía que había estado viviendo encerrada entre muros invisibles de ladrillos de tabúes sexuales, en un castillo envuelto en sombras que me estaba haciendo languidecer sin que me diera cuenta, como una rosa a la que no le llega el sol. Mi tía, la que me decía que mi cabeza sólo servía para sostener grandes pamelas, por mi largo cuello, me ha recalcado desde mi tierna infancia que tuviera cuidado con los hombres porque todos eran rastreros y desalmados, que sólo estarían interesados en robarme mi fortuna y que ninguno creía en el amor. Incluso sospecho que dejó instrucciones en el internado para que mis institutrices me insistieran al respecto. Y no he sido consciente de cuánto me ha afectado esto hasta que estaba hablando como Jasmine en esa terapia de grupo. Me di cuenta de que no tengo ni he tenido a ningún hombre en mi vida, más que para alguna aventura con fecha de caducidad. Me he negado siempre el derecho a tener un amor pasional, a creer en el amor y en la virilidad de los hombres. Ahora lo veo, queridos. Cómo mi tía puede haberme hecho tanto daño sin que ni siquiera me haya dado cuenta. Cuánto nos afectan las cosas que nos meten en la cabeza de pequeños.

He tomado una nueva determinación. Los rayos del sol están llegando a una parte de mí que hasta ahora estaba en sombras. De momento voy a suspender mi asistencia al grupo al que iba a ir y voy a volver a ver a mis nuevos amigos aficionados al placer de las sábanas. Tengo mucho que aprender de sus vivencias.

Infinitamente agradecida, y algo ruborizada
Pamela

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