Nota de amor en la biblioteca
lunes, mayo 15
Nada satisfecha con mis descubrimientos del viernes, el sábado me dirigí con mi jet privado a Madrid, a la biblioteca más grande del país: la Biblioteca Nacional de España. Ese es uno de los lugares que la mayoría de arpías de mi club social no ha pisado en toda su vida con sus zapatitos de tacón. Yo no es que sea la mujer más culta del mundo, pero al menos puedo decir que tengo algunas cosas más que maquillaje y ropa de marcas exclusivas en el cerebro.
Pensé que en esa biblioteca encontraría todo lo que necesitara saber, pues contiene el impresionante fondo de más de seis millones de libros y publicaciones periódicas. ¿Cuántos libros, verdad? Sólo imaginar la cantidad de polvo que se debe acumular allí ya me da ganas de estornudar.
El paseo de Recoletos se veía precioso a la luz del atardecer. Entré en la biblioteca e inmediatamente vinieron a atenderme. Por supuesto, ya había avisado de que venía y qué tipo de información necesitaba, porque odio esperar. No recuerdo cuánto tiempo leí en aquella sala rodeada de libros y más libros, pero lo que sí sé es que mereció la pena.
Resulta que Italia ha sido desde el siglo XVI un importante foco de creación de bebidas para aperitivo, licores y otras bebidas alcohólicas. Al principio, el fin de éstas bebidas era siempre medicinal, pues su sabor era demasiado amargo para el paladar, pero hacia el siglo XVIII las mezclas de vino se hicieron muy populares y pasaron a utilizarse para estimular el apetito antes de las comidas. Así nació esta tradición Europea ―gracias al cielo, debo añadir―. A partir de ese momento los creadores de bebidas empezaron a desarrollar mezclas más apetecibles, que desembocaron en una numerosa cantidad de especialidades regionales. Así nació el maravilloso vermouth, una acertada mezcla de vino con alcohol, azúcar, hierbas, especias, frutas y otros ingredientes, que a finales del siglo XIX ya se había convertido en uno de los aperitivos más populares. En la región de Piedmont, y especialmente en Turín, el vermouth se hizo cada vez más importante para la economía regional. Esta importancia fue reconocida en 1840, cuando el Rey Carlo Alberto ―desde luego, muy sabiamente―, creó un registro de los productores de vermouth de las regiones circundantes a Turín.
Fue precisamente en ese año, en 1840, cuando cuatro productores locales de vino ―Clemente Michael, Carlo Re, Agnelli y Baudino― se unieron para formar un nuevo negocio, la Destilería Nacional del Espíritu del Vino. La nueva compañía producía y vendía vinos, licores, vermouth y otras bebidas alcohólicas. Creció rápidamente, y se extendió creando una nueva destilería en San Salvatore Monferrato, además de sucursales en las ciudades de Génova, Narbonne y Cagliari.
Alessandro Martini y Luigi Rossi |
Al año siguiente, la compañía desplazó su producción y su sede al pueblo de Pessione di Cheri, lo que proporcionó a la empresa el enlace al nuevo ferrocarril que unía Turín con el puerto de Génova. Este acceso a las rutas marítimas, que enlazaban Italia con el resto del mundo, animó a la compañía a intentar llevar su receta de vermouth al mercado internacional.
Cuando leía esto, me acordé de que es en Pessione di Cheri donde se encuentra actualmente el Museo Martini di Storia dell'Enologia. Un verdadero y exclusivo museo ―y no un vulgar comercio― en el que se hace un recorrido a través de la historia y la industria del vino ―y del martini, claro está―, con antiquísimas piezas hasta de Grecia y Mesopotamia.
En esto estaba pensando cuando posé la vista sobre mi precioso bolso de Armani, que había dejado sobre la mesa de la biblioteca. Un papel sobresalía desde dentro. Lo cogí y lo leí anonadada:
“Nunca me atreveré a confesarte el amor tan intenso que siento por ti porque moriría de no ser correspondido, pero quiero que sepas que hay alguien que se consume de deseo a causa de un amor que arde como el fuego del mismísimo infierno de Dante y que, aunque corten el rosal, perdurará por doquier el aroma de las rosas.”
Miré a todos lados esperando encontrar a alguien mirándome o alguna pista de quién pudiera haberme dejado el papel, mas la única compañía que tenía en aquella sala eran las antiguas estanterías repletas de libros. Tomé un buen sorbo de mi copa y, mientras masticaba nerviosamente la aceituna, releí la nota. El papel era blanco, la letra masculina y elegante. No había firma ni reseña alguna del autor de la misiva.
Queridos, la nota me dejó realmente perpleja. ¿Acaso tengo un admirador? Nunca olvidaré la emoción que sentí en ese momento. Hasta me tembló el labio inferior y el pulso de la mano izquierda. Por un momento me pareció que el mundo daba vueltas y los libros echaban a volar como mariposas.
Se me ocurre que, tal vez, ese hombre esté cerca de mí a diario y yo no me haya dado cuenta. ¿Cómo es posible? ¿Se estará atrofiando mi intuición femenina? ¿Y cuándo me dejó la nota en el bolso? Oh, queridos, ¡qué contrariedad, qué frustración! He intentado repasar innumerables veces las cosas que hice ese día y los anteriores para averiguar en qué momento pudo alguien dejarme la nota en el bolso sin que me diera cuenta, pero son demasiadas. La verdad es que soy una despreocupada, debo admitirlo. Muy a mi pesar, tendré que olvidarme del tema. Quizá vuelva a dejarme otra nota, quién sabe. Quizá en sus letras haya alguna pista sobre quien es él... Tal vez se me ocurra algo más adelante.
La próxima vez continuaré con mis descubrimientos sobre la compañía Martini, ahora estoy demasiado abrumada.
A ti, secreto amore mío, te dedico un beso y este escrito...
Siempre tuya, mi dulce admirador secreto
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, mayo 17, 2006 12:34:00 p. m.
Hola Pam,
Qué suerte tienen algunas, que les dejan notas de amor...
Ya me gustaría a mi sentir esa emoción...( una lagrimilla de envidia sana se desliza por mi mejilla ).
Si algún día me ocurre, no duedes que te lo contaré.
Nenu M.