Márchate

miércoles, marzo 19


Queridos amigos virtuales,

Václav me proporcionó la copa de martini y de un sorbo la volatilicé.

– Ven, siéntate –le dije dando unas palmaditas sobre la cama. Una vez se hubo sentado, me puse seria y me dispuse a hablar sin rodeos, consciente de que no podía cargar con el peso de arruinarle el futuro ni construir una relación sobre las cenizas del corazón de la mujer de los ojos azules–. Václav, no podemos seguir viéndonos. No me malinterpretes, lo nuestro ha sido muy hermoso y no me arrepiento de ello bajo ningún concepto, no sabes lo que ha significado para mí, pero hay que reconocer que no tiene futuro.
– ¡Pamela! –exclamó, poniéndose en pie–. ¡Qué estás diciendo! ¿Por qué no iba a tener futuro?
– Václav, tú vives en Praga, yo en Barcelona. Tú tienes dieciocho años, yo...
– Eso me da igual. Me voy a Barcelona contigo.
– Querido, ¿y qué pasa con el negocio de tu familia? –Václav se quedó callado, pensativo–. ¿Y con el idioma? No sabes español.
– Lo aprenderé. Soy bueno con los idiomas.
– ¿Y dejarás a tu familia, a tus amigos, a tu novia? ¿Lo dejarás todo? ¿Estás seguro de eso? –Václav dudó–. Hazme caso, tú quieres a tu novia. Es el amor de tu vida. Vuelve con ella, recupérala ahora que estás a tiempo y casaos como teníais previsto. No tires tu vida por la borda por un capricho pasajero.
– ¡No! ¿Por qué me dices eso? ¡Te quiero a ti! ¿Es que no lo entiendes? –Sus palabras me hicieron sonreír, aunque tenía los ojos a punto de inundárseme de lágrimas. Su voz tenía tanto ímpetu que deseé que Václav me abrazara y se quedara a mi lado para siempre, pero sabía que no era lo correcto, así que apreté los puños bajo las sábanas y fingí.
– No puedes quererme si ni siquiera me conoces.
– Te conozco más de lo que crees. –Su mirada eran tan penetrante y desprendía tanta seguridad que estuve a punto de desmoronarme, por lo que me armé de todo el valor que fui capaz de reunir para darle una estocada mortal.
– Václav, yo no te quiero –dije con el tono más áspero y duro que pude transmitir–. Has sido un pasatiempo, un juguete. Nada más.

Cuando la última palabra voló de mis labios, pude escuchar el crujido del corazón de Václav al partirse en dos. La expresión de su cara pasó de la sorpresa a la ira. Sus mandíbulas se cerraron con tanta fuerza que oí el rechinar de sus dientes. Después pareció calmarse, y la explosión de rabia dejó paso al vacío del desengaño. Se arremangó la camisa y se pasó la mano por el cabello, incrédulo. Dio unos pasos nerviosos por la habitación, cogió su chaqueta y abrió la puerta. Tuve ganas de gritarle que no se fuera y me diera todo su amor, pero giré el cuello hasta que el dolor me devolvió la razón. La verdad era, queridos, que me había dolido tanto que tuve miedo de volverlo a girar por si me daba un latigazo letal, así que me quedé mirando la mesita de noche.

Finalmente, el portazo me indicó que Václav se había ido. Todo había terminado.

Me quedé desolada, rodeada de silencio, y esa horrible sensación me recordó unas navidades ya lejanas. Conseguí alcanzar el cajón de la mesita, alargando la mano hasta lo imposible para no mover el cuello, y saqué el talismán que guardaba en él: las maracas que Marco me había regalado y que, desde entonces, a veces solía llevar en el bolso. Me sentí tan patética que las lágrimas echaron a correr a su aire mientras de mi boca escapaban carcajadas.

– Mientes.

Me asusté tanto al escuchar esa voz que grité y, olvidando el cuello, miré de golpe hacia el lugar del que procedía. Me recorrió un dolor agudo, pero ver a Václav plantado a mi lado me obligó a no prestarle atención.

– ¡¿Qué haces todavía aquí?! –exclamé.
– Estás llorando.
– Sí, es que el cuello me duele una barbaridad, ¿sabes? Creo que debería verme un médico.
– Me quieres.
– ¡No, y haz el favor de marcharte ya! –Mi voz era la de una histérica.
– Lo sabía.

Estaba perdiendo la credibilidad por momentos, lo cual me forzó a tomar una solución drástica. Dejé que mi mano cobrase vida y que impactara contra su cara en forma de un sonoro bofetón. Él, contra todo pronóstico, me agarró por las muñecas y me besó. Intenté evitarlo, pero el calor de sus labios encendió algo dentro de mí. Oh, queridos, sentí una pasión sin nombre abrasarme por dentro y tuve que corresponder su beso en contra de mi voluntad. Mientras se arrancaba la camisa, Václav se echó encima mío para poseerme allí mismo.

Entonces, inmóvil, rompí a llorar silenciosamente. Él se detuvo y me miró, perplejo.

– ¿Qué ocurre? –preguntó.
– Querido, creo que tengo el cuello roto.

Lastimeramente vuestra,
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Blogger Fabiola

    domingo, agosto 24, 2008 3:37:00 a. m.

    querida, ten cuidado con el cuello, las cosas pasan por algo, para que negar lo que queremos o lo que deseamos, al diablo con lo demás, la vida se arregla a nuestra medida, y si vaclav aprende español.. pues que aprenda jajaja besos!!

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, agosto 25, 2008 11:37:00 a. m.

    Querida Fabiola,

    Puede que las cosas pasen por algo, puede que tengas razón, pero sin duda si Václav aprende español posiblemente acabe con algo más que el cuello lastimado...

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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