Suspiros

jueves, abril 3


Queridos amigos virtuales,

Hay suspiros que expresan cansancio en el alma, otros son el reflejo de anhelos perdidos que no podemos recuperar, a veces muestran desesperación por cosas que escapan de nuestro control. Los suspiros que exhalaban mis perfilados labios provenían del abatimiento y la soledad que me azotaban lenta pero inexorablemente sin que nadie pudiera verlo, cual permanente lluvia gris.

– Muy bien. Ahora, si es tan amable, desnúdese y quédese en ropa interior –dijo la doctora–. ¿No está embarazada, verdad?
– No –respondí. Y añadí para mí–: Sólo me faltaba eso.

Me quité la ropa lentamente mientras me cubría de sombras por dentro. Mis ganas de combinar vestuario y complementos habían hecho las maletas para tomarse unas merecidas vacaciones. Lo supe cuando vi que mi vestido no hacía juego con mis zapatos, y éstos a su vez discordaban con mi bolso. Además me había puesto un vestido de hacía un par de temporadas. ¿Acaso se podía caer más bajo, queridos?

– Ahora no se mueva. Sé que la postura es algo incómoda, pero debe quedarse quieta para que la radiografía salga bien.
– Muy bien –respondí obediente, colocada de pie en la fría máquina.

Sin duda la vida tenía algo planeado para mí. Quería creer que al salir del hospital me convertiría en la princesa de algún cuento inesperado, en el que evidentemente estaría rodeada de maravillosos príncipes que no se convertirían en ranas con el primer beso. Quería creer que, al perder mi zapato de cristal de Swarovski, un lozano caballero estaría ahí para recogerlo y vendría a buscarme para devolvérmelo envuelto en una promesa de amor eterno.

– Hemos terminado. Ya puede vestirse.
– Gracias.

Salí de la sala de rayos X deseando que en la radiografía se vislumbrara algo más que mis estilizados huesos. Deseé que existieran unos rayos que pudieran desvelar lo que ocultaba el corazón, dibujando con líneas de colores una brújula que me guiara hasta el amor verdadero.

– Enseguida la atenderán. Puede esperar en la salita.
– De acuerdo.

Llegué a la sala de espera con un tornado de pensamientos haciendo una carrera por el borde de mi pamela. Entonces vi una sonrisa que refulgió dorada como el sol, disipándolo todo.

– ¡Michael! –exclamé con alegría.

Hay suspiros teñidos de gris, suspiros que nos persiguen para recordarnos nuestras desgracias, suspiros que preceden al llanto y la pena. Yo suspiré, pero esta vez mi suspiro estaba lleno de la satisfacción que embarga a quién abraza a un amigo.

Eternamente vuestra,
Pamela

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