Ojos egipcios

sábado, enero 5


Queridos amigos virtuales,

Rodeada por las aguas cálidas de mi jacuzzi, sentía mi cuerpo como el de una sirena acariciada por la espuma del mar. Volaba con los ojos cerrados entre arrecifes de coral, fluyendo en el espacio infinito. De vez en cuando una fresa impregnada de martini estallaba cual estrella fugaz entre mis labios, inundándome de caprichos de colores. Hasta que mis sueños de terciopelo se truncaron con el sonido de la puerta de mi habitación.

—¿Sí, quién es? —grité.
—¿Pamela, eres tú? Soy yo, Samantha.
—Estoy dándome un baño de espuma, querida. ¿Querías algo?
—Sólo verte un rato, pero no te preocupes, esperaré abajo. Iré a ver a Alessandro mientras tanto.
—Está bien. No tardaré.

Una hora y media después, cuando hube terminado de arreglarme como era debido, deslicé mi presencia hasta la sala de fiestas. No sabía por qué, pero me sentía tan relajada y liviana como una sombra de verano, y mi atuendo reflejaba mi estado a la perfección.

Samantha estaba sentada en la barra, charlando con Alessandro, quien le brindaba todo su interés como hiciera conmigo antes de irme a Inglaterra. Cuando llegué a su lado me saludaron, no obstante continuaron su conversación acto seguido. Hablaban de la formación del universo, de estrellas y agujeros negros, de materia y antimateria.

Me hubiera resultado interesante, de veras, queridos, de no ser porque llevaba allí al menos veinte minutos y todavía no había podido decir una palabra. Así que me entretenía saboreando un cosmopolitan y mirando a la gente que había por allí. Pensando, al final llegué a la conclusión de que Samantha tenía la extraña virtud de hacerme sentir como una aceituna en una copa, flotando en un mar de confusión, a punto de hundirme en la insignificancia y de ser engullida por la desidia. Me sorprendí imaginando de nuevo que le clavaba algo entre las cejas, aunque esta vez en lugar de un tenedor se trataba del pincho en el que se mantenían en fila los arándanos de mi copa.

Creo que ese día los duendes de la guerra estaban de vacaciones, así que una vez terminé mi cóctel, me puse en pie y caminé pausadamente en dirección a la puerta. Pensé que no se darían ni cuenta de que me marchaba, pero cuál fue mi sorpresa cuando Samantha me llamó.

—¡Pamela! ¿Adónde vas?
—Ah, querida, es que he recordado que tenía algo que hacer —improvisé.
—Pues no puedes marcharte todavía. Tengo una sorpresa. —Como me imagino que vio que la expresión de mi cara seguía sin existir, añadió—: ¡Pamela! ¡Anda, ven aquí! ¿Qué te ocurre?
—Nada, querida, nunca he estado tan maravillosamente bien —mentí mientras volvía a la barra. Me sorprendió el tono plano de mi voz, lo que me hizo darme cuenta de lo lleno de expresividad que estaba habitualmente—. ¿Y bien? ¿Cuál es esa sorpresa?
—Aquí está —buscó en su bolso negro un pequeño paquete. No, eran dos. Con una sonrisa radiante me entregó el de color fucsia a mí y el ocre a Alessandro—. ¡Vamos, abridlo!

Ojo de HorusLo abrí llenándome súbitamente de entusiasmo. Miré a Alessandro y nos sonreímos como niños con un juguete nuevo. Los dos paquetes contenían lo mismo, una caja, y dentro de cada una había un magnífico trabajo de orfebrería: un colgante plateado que jugaba con delicadas filigranas para dibujar en su centro un ojo egipcio, reflejo de la pasión de Samantha por la mitología egipcia. La única diferencia entre ambos era su simetría. El mío era el izquierdo, el de Alessandro el derecho.

Absolutamente vuestra, y sorprendida
Pamela

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Diamantes... 3

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    jueves, febrero 21, 2008 9:54:00 p. m.

    Me alegro querida Pamela de que te tocara el ojo bueno.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, febrero 29, 2008 5:36:00 p. m.

    Me presentas a tu amiga Samantha? Parece estar muy buena. A lo mejor necesita un buen polvo. Ya que tu me das largas... pero ya caerás, ya. Aquí hay Zeus para todas, incluso a la vez

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, marzo 04, 2008 9:48:00 a. m.

    Querido Zeus,

    Como sé que tu comportamiento sólo se deriva de tu interés de hacer honor al nombre del Dios que has decidido usar, no te tendré en cuenta el alarde de falta de caballerosidad del que día tras día haces gala.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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