Espinas de grosería y pétalos de ilusión

sábado, febrero 23


Queridos amigos virtuales,

Al bajar de la motocicleta me sentí abrumada por la emoción del viaje, y por qué no decirlo, también por el atrevimiento de haberme sentado como una amazona en el sillín en vez de como una señorita, algo que mi tía siempre me prohibió.

Una vez estacionada la máquina, entramos en el lunch bar del hotel y nos sentamos. El ambiente acogedor tuvo un instantáneo efecto relajante sobre mi espíritu, supe que estaba en casa y a salvo, pero esa sensación se disipó cuando me fijé en cómo nos miraban las personas de alrededor. Sus ojos se deslizaban de Václav hasta mí, con una mezcla de mofa y superioridad que resultaba degradante.

Inmediatamente comprendí lo que pensaban. Su sofisticada presencia no merecía convivir con la sencillez de una persona que vestía moda de masas en lugar de prêt-à-porter y que llevaba en la mano un casco de moto en vez de las llaves de un Audi. En realidad sucedía lo que sucedía en todas partes, Václav era diferente a ellos y por ende debía ser marginado sin clemencia. Me sorprendió no enfurecerme, ni siquiera indignarme, lo que sentí fue vergüenza ajena.

Václav me observaba con la barbilla apoyada sobre las manos cruzadas, luciendo una sonrisa limpia que irradiaba una luz pura, llena de serenidad. Transmitía una seguridad conmovedora, no fruto de la arrogancia, sino de su innata naturalidad. Entonces supe que era alguien muy especial, más grande de lo que mucha gente llegaría a ser nunca en toda su vida, y de repente me aislé en la burbuja de su aura y todo lo demás simplemente se desvaneció.

– ¿Qué quieres tomar? –le pregunté a Václav cuando se acercó el garçon.
– Algo bueno.
– ¿Te gustan las bebidas dulces?
– Oh, no, algo caliente mejor. –Imaginé que quería decir fuerte.
– ¿Un dry martini tal vez?, ¿un whisky sour?
– Vino caliente está bien.
– Vino caliente y un cosmopolitan –solicité al camarero.
– No tenemos vino caliente –respondió con desdén, aparentemente indignado porque hubiéramos pedido algo tan ordinario en su bar.
– Entonces whisky con cola –dijo Václav. El camarero se marchó sin decir ni una palabra de cortesía, poniendo los ojos en blanco.
– Será grosero –murmuré en castellano.
– Pamela, ¿estás bien?
– Sí, querido, es sólo que no entiendo la actitud de algunas personas.
– ¿Qué actitud?
– Oh, ninguna, cosas mías.
– Aquí tienen, un cóctel cosmopolitan y un whisky con cola –sentenció el camarero al regresar con las bebidas.
– Disculpa –apuntó Václav al ver el vaso on the rocks–, ¿puedes traer un vaso largo?
– Lo siento, señor –respondió el camarero, poniendo un ligero énfasis en esa palabra–, pero es que no tenemos vasos para este tipo de combinados.
– Pues lléveselo y tráigalo en un vaso collins –intervine al no poder contenerme más, cogiendo el vaso y colocándolo en la bandeja–, con eso bastará. Ah, y ponga dos cubitos de hielo para que se mantenga frío. Gracias.

El camarero no volvió a importunarnos con su insolencia, y si lo hizo no me percaté de ello. Trajo la bebida tal como se la había pedido y se retiró, ahora sí, con un poco de educación.

La voz de Václav empezó a desvelar frente a mí los detalles de su historia personal. Nacido en Praga hacía dieciocho años, acabó sus estudios y se dedicó a aprender el oficio de su padre. Desde que su bisabuelo montara el taller, su familia se había dedicado al arte de la orfebrería. Según decía, no daba dinero a raudales, sin embargo les permitía vivir bastante bien y muy felices.

Václav era un adicto a la lectura, antes de irse a dormir siempre aprovechaba para viajar por universos de todos los géneros. Devoraba los libros sin ni siquiera leer la contraportada, para que así le sorprendieran. No obstante, los que le maravillaban eran los que versaban sobre lo que llamó fantasía heroica, un subgénero de la literatura fantástica que se caracterizaba por ser de aire medieval y gozar de la presencia de seres mitológicos. Era por eso por lo que tenía el corazón lleno de cuentos, sobre princesas y dragones, sobre héroes y villanos. De ahí procedía el porte caballeresco que se intuía en él y los valores que formaban su estandarte.

A Václav sólo había una cosa que le gustaba tanto como los libros: las antigüedades. Aún no había adquirido más que un pequeño relicario de plata y un joyero victoriano, pero esperaba poder reunir un sinnúmero de ellas con el paso de los años.

Tras la provechosa charla, Václav me acompañó hasta la puerta de mi habitación. No pude evitar sentirme como una adolescente cuando nos despedimos, a causa del nerviosismo que de repente hizo acto de presencia entre nosotros. Me dio un beso tierno en la mejilla y se marchó paseando lentamente con una sonrisa en los bolsillos.

Cerré mi habitación y me dejé caer sobre la puerta mientras un suspiro inconsciente escapaba entre mis labios. Sentí que una brisa de ilusión daba vueltas dentro de mí, conforme la mariposa de la vida aleteaba con más brío. Sin embargo, una sombra de duda planeaba sobre ella: Václav se me antojaba demasiado joven.

Deliciosamente vuestra, y caminando sobre pétalos de ilusión
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, junio 08, 2008 6:31:00 p. m.

    Si las sonrisas se llevan en los bolsillos las manos se llevan en la boca? :O

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, junio 09, 2008 10:33:00 a. m.

    Querido Ente,

    ¡Qué ocurrente de tu parte! No sé si pensar que eres deliciosamemente atrevido o dar por hecho que la metáfora no es tu mejor habilidad.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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