Una rosa en un pajar

domingo, agosto 10


Queridos amigos virtuales,

Mientras mi cerebro trataba de asimilar lo que significaba que el pomo de la puerta estuviera en la mano de Adam, mi cuerpo no dejaba de temblar. ¿Estábamos encerrados? Miré alrededor y presté atención por primera vez al interior de aquella pequeña estancia. Estaba llena de herramientas y olía a tierra, a madera y Dior sabe a qué más. ¡Me sentí como una vulgar campesina atrapada en un pajar! El suelo estaba lleno de cristales rotos porque los vidrios de la puerta habían estallado cuando se cerró de golpe. El techo era demasiado bajo. El mero hecho de pensar que estaba encerrada con mi jardinero tras el momento de tensión que habíamos vivido antes me ponía todavía más nerviosa. Mis temblores se acusaron de repente.

—¿Qué le pasa? Está temblando —se sorprendió Adam.
—No es nada, es que el puñetazo que has dado antes me ha cogido por sorpresa.
—Lo siento mucho —se disculpó acercando su mano a mi brazo, aunque se detuvo antes de llegar—, no quería asustarla. Últimamente lo hago todo mal.
—No te preocupes —murmuré mientras me apartaba de él a pata coja e iba hacia la puerta tratando de conservar la dignidad, si es que eso era posible dando saltitos con un pie—. El pomo, por favor —ordené con frialdad, tendiéndole la mano. Adam me lo dio sin mirar.

Sí, queridos, soy perfectamente consciente de que ir dando saltitos no resultaba muy apropiado para una dama, pero el suelo estaba lleno de cristales, yo había perdido un zapato al esquivar a aquel dichoso gato y me negaba a aceptar cualquier ayuda de Adam.

Los temblores no me dejaban acertar a introducir el pomo en la abertura, hasta que al final lo conseguí. Automáticamente un ruido metálico se escuchó del otro lado. Nerviosa, aunque con mucho cuidado para no cortarme, metí el brazo por el espacio de uno de los cuatro vidrios de la puerta e intenté llegar al pomo por fuera. No había nada porque se había caído al suelo. La puerta no se abriría.

—¡Maldita sea la Marquesa! —exclamé al sentir una punzada de dolor. Me había cortado con uno de los cristales rotos que quedaba en el marco de la ventana.
—¡¿Está bien?! —me preguntó Adam mientras se apresuraba a comprobar el estado de mi brazo.
—¡No es nada! —refunfuñé al apartarme bruscamente. Miré al techo, cada vez parecía más bajo. El gato con botas no dejaba de mirarme desde la rama del árbol—. Es un corte de nada.
—A veces me sorprende lo burra que puedes llegar a ser, con lo fina y elegante que pareces —soltó mi jardinero, tuteándome por primera vez.
—¡¿Cómo has dicho?! —exclamé. Lo miré estupefacta, negándome a dar crédito a mis oídos. Aquella osadía podía ser motivo de despido. Me percaté de que mi respiración era agitada y estaba empezando a sudar.
—Dame el brazo, venga —ordenó.
—¡Cómo te atreves a...! —no pude terminar la frase porque Adam me arrastró hasta la mecedora que descansaba en el fondo del cobertizo y, como si fuera una niña pequeña, me sentó sobre su regazo. Tenía una fuerza descomunal, así que no pude más que seguir temblando en silencio y ruborizarme hasta las pestañas, entre colérica y halagada. Las paredes del cobertizo se me antojaron demasiado estrechas.
—Aquí está —afirmó Adam rescatando un botiquín del caos de la estantería. Aprovechando el descuido intenté escapar, aunque no pude—. Vamos a ver —dijo para sí mientras examinaba la herida con una delicadeza sorprendente para unas manos tan rudas—. No parece muy profundo. A quién se le ocurre meter la mano por una ventana rota.
—¡Ay! —me quejé cuando me pasó un algodón impregnado en alcohol por la herida.
—Si te quedaras quieta no te dolería tanto —me reprochó.
—Quería salir, ¿sabes? No soporto estar encerrada y me estoy asfixiando. Aquí no hay aire suficiente.
—Pues antes de meter la mano ahí sin pensar podrías haber intentado salir por una ventana. Son pequeñas para mí, pero tú seguro que cabes. Todavía estás temblando, ¿sigues asustada por el golpe?
—No estoy temblando —gruñí medio asfixiada. Cada vez veía el cobertizo más pequeño.
—¿No? Pues entonces quédate quieta.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Quiero decir... ¡que no quiero! —solté con altanería y me crucé de brazos—. Y si no es mucho pedir preferiría que dejases de tutearme, resulta un exceso de confianza por tu parte.
—Perdone, no me había dado cuenta —contestó, sumiso—. Ha sido sin querer.
—Eso está mejor —rezongué satisfecha.
—De todas formas —se rió, y un atisbo de desobediencia cruzó su semblante—, si me permite el comentario, resulta muy graciosa cuando pone esos morritos. Dan ganas de morderla, con todos mis respetos —murmuró tímidamente, amedrentado por mis gestos de soberbia.
—¡Eres un atrevido! —grité.

Le empujé en señal de rechazo, aunque no logré moverle ni un centímetro. Su torso era tan contundente como una caja fuerte. Traté de ponerme en pie, pero Adam me cogió por las muñecas como si nada y atrapó mis piernas entre las suyas. Intenté forcejear, mas fue en vano. Su cara, surcada de bastantes arrugas para su edad, probablemente a causa del sol que tomaba en su trabajo, estaba muy cerca de la mía.

Demasiado cerca.

Atrapadamente vuestra,
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    sábado, enero 30, 2010 12:48:00 a. m.

    Orujo de hiervas

    Si yo lo despedia pero por echarte alcohol en la herida, vamos de juzgado de guardia, habrase visto. Se lava con jabon o suero y luego se pomne yodo. Valiente jardinero bruto y ceporro. Pero bueno a mi no me importa ahora soy fan de samanta. Que lo sepas, perdon que lo sepa doña perfecta.

     
  1. Escrito por Anonymous Pamela

    lunes, febrero 01, 2010 12:33:00 p. m.

    Mi querido Orujo de Hierbas,

    A pesar de tu evidente decepción con mi humilde persona, no puedo más que agradecerte de nuevo que me dediques un momento de tu afanoso día para susurrarme sencillas palabras. En el fondo, denotan una preocupación por mí conmovedora.

    Incansablemente tuya,
    Pamela

     

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