Accidente de limusina

viernes, mayo 4


Queridos amigos virtuales,

Decididamente, no comprendo a los psicoanalistas. Linus no cesa en su empeño por evitar que indague nuevamente acerca del misterio de mi alcurnia, arguyendo que no estoy preparada psicológicamente para enfrentarme a mis demonios interiores, demonios que puede que lleven ahí desde mi infancia, esperando el momento en el que volver a emerger desde las tinieblas y el fuego para hacerme la vida totalmente insoportable. Y según él, si no estoy preparada para luchar contra mis demonios, mucho menos estaré preparada para enfrentarme a los demonios en que pueden transformarse mis figuras paternas si sigo indagando acerca de cuestiones que ni siquiera sé sobre qué versan.

Debo reconocer que las razones que argumentaban sus deseables labios, acompañados por su incisiva y persistente mirada, parecían de lo más convincentes, y si no fuera porque soy decididamente obstinada y pertinaz habría conseguido convencerme del todo. Aún así, había conseguido hacerme dudar, y eso era algo que no me gustaba en demasía.

Ofuscada por sus palabras, que formaban una espesa nebulosa bajo mi rubia cabellera, dirigí mis pasos hacia el salón de belleza para que me hicieran una sesión completa, con nuevo corte de pelo incluido, para liberarme de todo el estrés que rodeaba mis neuronas como un círculo de espinas. Sólo al ver la expresión del rostro de Christopher supe que mi nuevo look sería todo un éxito, pues era evidente que le había sorprendido y encantado simultáneamente. Hasta se permitió el lujo de sugerirme que no me pusiera la pamela porque si no mi peinado no luciría, cosa que me dejó absolutamente desconcertada.

¿Yo sin una pamela sobre la cabeza? Hacía tantos años que siempre llevaba esa prenda imprescindible conmigo, que sin ella me sentía completamente desnuda. Pero comprendí que por algún motivo debía dar este nuevo e importante paso, así que cuando Christopher arrancó intenté dejar la pamela sobre el asiento de la limusina, a mi lado. Sentí que un nuevo mundo de posibilidades se abría ante mí, pero minutos después un pánico silencioso atenazó mi corazón como una garra y la volví a colocar sobre mi cabeza.

Solía mirar a menudo la masculina nuca de Christopher cuando conducía incansable a través de las calles de Barcelona y, aunque nunca recibía una mirada de su parte a través del retrovisor ya que estaba concentrado en conducir, eso no hacía que dejara de mirarle. Pero esta vez su mirada de fuego me atravesó en más de una ocasión, y cada vez que lo hacía me decía con un gesto que me quitara la pamela. Yo me negaba, hasta que una de las veces fue tan persistente que cedí. Entonces algo ocurrió.

Estábamos ensimismados en nuestro mundo de comunicación gestual y yo me estaba retirando la pamela ante el regocijo de Christopher, cuando la limusina sufrió una violenta sacudida. En ese momento se me ocurrió que tal vez Christopher había estado sin mirar a la carretera más tiempo del que hubiera sido aconsejable, por mi causa, y sentí que el corazón me daba un vuelco.

Abrí la puerta y me abalancé sobre el asfalto con mis zapatos de tacón de aguja por delante, temblando. El tiempo se ralentizó hasta parecer que avanzaba a cámara lenta. Conforme sacaba mi cabeza del coche, la fui viendo. Primero sus pies cubiertos por unos relucientes zapatos de Prada, luego sus largas piernas que terminaban en un increíble Chanel color gris sombrío, y por último sus brazos y su cabeza cubierta por un ondulado pelo que se esparcía sobre el suelo como un agujero negro.

Corrí hacia ella para a ver si estaba bien, pero parecía estar inconsciente. Mientras pedía una ambulancia con mi móvil acertando las teclas como podía y sentía que el corazón estaba a punto de reventarme en el pecho, le retiré el pelo de la cara para ver su rostro. La sangre se me transformó en hielo seco. Habíamos atropellado ni más ni menos que a Samantha.

Absolutamente vuestra, y del todo preocupada
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, mayo 06, 2007 1:21:00 p. m.

    Oh, rosada Pamela,

    a mí también se me ha helado la sangría que corre entre mis venas. El vestido de mi amiga castellanoterçolense (perdón por inventarme el gentilicio, pero mi estado de embriaguez me impide coger un diccionario enciclopédico) me viene como anillo al dedo, y al mirarme al espejo me he quedado congelado. Suerte que el vino de mi estimada sangría ayuda al corazón, y espero que también a mi marcapasos. Eso sí, el alto grado de coagulación de mi sangre hace que aun no haya recuperado el ritmo cardiaco habitual (estoy a 20ppm).

    No sufras por esa maraña de pelo negro llamada Samantha, ya se sabe, bicho malo nunca muere, o como pantenté en su momento, Sangría mala nunca se corrompe.

    Seguiré practicando con mis tacones que me retumban en mis placas de titánio de mi espalda, y me probaré la mantilla blanca que cubrirá las rastas (naturales, obviamente) de mi preciosa cabellera.

    Mañana tengo el primer ensayo con las autoridades, espero traer noticias.

    siempre rosado, y aun helado

    Sangría de Rubíes

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, mayo 07, 2007 9:24:00 a. m.

    Querido Sangría de Rubíes,

    Hoy el sol brilla con la intensidad de una grata sonrisa y estoy segura de que eso hará que tú y todos tus complementos os sintáis mucho mejor de lo habitual. Sólo me queda aconsejarte que no te excedas con la sangría, puesto que difícilmente podrán suplantar tu hígado con una nueva prótesis.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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