Ambigua transparencia
domingo, enero 27
Queridos amigos virtuales,
Me presenté ante Alessandro con la fuerza reverberando en mi interior con un burbujeo de frustración y de ira. Era como una mariposa de tormenta, un Valentino carmesí sobre tacones de aguja acercándose al ojo del huracán, dispuesta a difuminar las dudas con la luz de mis relámpagos azules.
Atravesé la entrada de la sala de fiestas con paso tan decidido que no hubo cabeza que no apuntara en mi dirección. Nuestras miradas se cruzaron, fugaces, pero Alessandro la apartó tan rápido como si no me hubiera visto. Esta vez no había vacilación en mi interior, la duda se había marchitado.
Llegué hasta la barra. Él me daba la espalda.
—Alessandro —me sorprendió la amabilidad de mi tono, cálido en contraste con la frialdad que me recorría. Ni pretendiéndolo podía tratarlo con la dureza que se merecía, y eso de alguna forma incrementaba mi rabia.
—¡Hola Pamela!
—¿Podemos hablar un momento?
—Perdona, pero ahora no puedo. Tengo mucho trabajo —ni siquiera me miró al hablarme, cuando meses atrás sus ojos negros se mantenían fijos en mí, llenos de un ímpetu secreto.
—Está bien, si lo prefieres así... Quiero saber qué es lo que ocurre —solté a bocajarro.
—¿Ocurrir? —Me miró sorprendido.
—Tu comportamiento conmigo ha cambiado mucho desde que regresé de Inglaterra, y quiero saber por qué. ¿Te ocurre algo?
—No, nada —parecía absolutamente sincero, como si realmente no supiera de qué le estaba hablando—. ¿Por qué lo dices?
—Porque te noto raro conmigo, distante.
—De verdad, Pamela, no me pasa nada. Sé que he estado muy ocupado últimamente con el trabajo y mis cosas, y que por ello no te he prestado la atención que mereces desde que regresaste, pero estoy bien —sus palabras se arremolinaban a mi alrededor creando un lazo de sinceridad, pero de un movimiento de pamela hice que cayeran muertas sobre el suelo.
—Mira, si estás poniendo espacio entre nosotros para dejarme claro que no te atraigo, porque crees que me gustas, quiero que sepas que no es así y que no es necesario que continúes haciéndolo.
—¡¿Qué?! ¿Pero de qué me estás hablando? Pamela, en serio, es que no entiendo nada. A ver, a veces me ha pasado que la gente ha malinterpretado alguno de mis comportamientos y se han pensado algo que no era, porque me gusta jugar, pero aunque no lo creas, yo soy muy tonto para los juegos de seducción. No soy consciente de nada —al parecer no quería hablar claro de ninguna de las maneras, así que me obligaba a entrar en el terreno pantanoso y traicionero de la ambigüedad.
—Está bien, querido, de hecho esto no tiene mayor importancia, sólo era algo que te quería comentar porque la situación se me hacía extraña —sonreí—. Si no pasa nada me quedo más tranquila.
—De verdad que no me pasa nada.
—Muy bien, querido. Nos vemos más tarde.
—Hasta luego entonces, Pamela.
—Ah, sólo una cosa más —me di la vuelta antes de irme—. A mí, a diferencia de ti, los juegos de seducción se me dan bastante bien, así que sé perfectamente cuando alguien está jugando y cuándo no.
Antes de darle tiempo a responder, me marché por donde había venido sintiéndome una vez más llena de luz. Fuera cual fuera el motivo de su comportamiento, había hecho llegar mi mensaje alto y claro. La oscuridad de la ambigüedad nada puede contra la claridad de la transparencia.
Transparentemente vuestra,
Pamela
Me presenté ante Alessandro con la fuerza reverberando en mi interior con un burbujeo de frustración y de ira. Era como una mariposa de tormenta, un Valentino carmesí sobre tacones de aguja acercándose al ojo del huracán, dispuesta a difuminar las dudas con la luz de mis relámpagos azules.
Atravesé la entrada de la sala de fiestas con paso tan decidido que no hubo cabeza que no apuntara en mi dirección. Nuestras miradas se cruzaron, fugaces, pero Alessandro la apartó tan rápido como si no me hubiera visto. Esta vez no había vacilación en mi interior, la duda se había marchitado.
Llegué hasta la barra. Él me daba la espalda.
—Alessandro —me sorprendió la amabilidad de mi tono, cálido en contraste con la frialdad que me recorría. Ni pretendiéndolo podía tratarlo con la dureza que se merecía, y eso de alguna forma incrementaba mi rabia.
—¡Hola Pamela!
—¿Podemos hablar un momento?
—Perdona, pero ahora no puedo. Tengo mucho trabajo —ni siquiera me miró al hablarme, cuando meses atrás sus ojos negros se mantenían fijos en mí, llenos de un ímpetu secreto.
—Está bien, si lo prefieres así... Quiero saber qué es lo que ocurre —solté a bocajarro.
—¿Ocurrir? —Me miró sorprendido.
—Tu comportamiento conmigo ha cambiado mucho desde que regresé de Inglaterra, y quiero saber por qué. ¿Te ocurre algo?
—No, nada —parecía absolutamente sincero, como si realmente no supiera de qué le estaba hablando—. ¿Por qué lo dices?
—Porque te noto raro conmigo, distante.
—De verdad, Pamela, no me pasa nada. Sé que he estado muy ocupado últimamente con el trabajo y mis cosas, y que por ello no te he prestado la atención que mereces desde que regresaste, pero estoy bien —sus palabras se arremolinaban a mi alrededor creando un lazo de sinceridad, pero de un movimiento de pamela hice que cayeran muertas sobre el suelo.
—Mira, si estás poniendo espacio entre nosotros para dejarme claro que no te atraigo, porque crees que me gustas, quiero que sepas que no es así y que no es necesario que continúes haciéndolo.
—¡¿Qué?! ¿Pero de qué me estás hablando? Pamela, en serio, es que no entiendo nada. A ver, a veces me ha pasado que la gente ha malinterpretado alguno de mis comportamientos y se han pensado algo que no era, porque me gusta jugar, pero aunque no lo creas, yo soy muy tonto para los juegos de seducción. No soy consciente de nada —al parecer no quería hablar claro de ninguna de las maneras, así que me obligaba a entrar en el terreno pantanoso y traicionero de la ambigüedad.
—Está bien, querido, de hecho esto no tiene mayor importancia, sólo era algo que te quería comentar porque la situación se me hacía extraña —sonreí—. Si no pasa nada me quedo más tranquila.
—De verdad que no me pasa nada.
—Muy bien, querido. Nos vemos más tarde.
—Hasta luego entonces, Pamela.
—Ah, sólo una cosa más —me di la vuelta antes de irme—. A mí, a diferencia de ti, los juegos de seducción se me dan bastante bien, así que sé perfectamente cuando alguien está jugando y cuándo no.
Antes de darle tiempo a responder, me marché por donde había venido sintiéndome una vez más llena de luz. Fuera cual fuera el motivo de su comportamiento, había hecho llegar mi mensaje alto y claro. La oscuridad de la ambigüedad nada puede contra la claridad de la transparencia.
Transparentemente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
domingo, marzo 16, 2008 4:14:00 p. m.
Ey, tronca, me mola mazo que seas tan sincera con tu peña. Con la verdad por delante. De un tronco que te lee