Plantones a media tarde

jueves, enero 17


Queridos amigos virtuales,

Aunque a pesar de todo aún me sentía reticente a verme con Samantha, me sentía obligada a aceptar sus proposiciones. No me podía negar después de ser la culpable del accidente. Así que allí me encontraba, envuelta en un albornoz rosa y con una toalla en la cabeza, como una mariposa en su crisálida, esperando a que hiciera acto de presencia.

No sabía por qué, pero no terminaba de gustarme su compañía. Fuera donde fuera, me acababa encontrando con ella a causa de una inoportuna fatalidad del destino. Era cierto que últimamente me resultaba algo menos insoportable, pero tampoco era necesario que los dioses abusaran por ello. Se había hecho amiga de casi todos mis amigos, iba a mi club social, a mi hotel, a mi cirujano plástico, e incluso un día la descubrí en el despacho de Gregor tratando no sé qué cuestiones informáticas. Llamadme neurótica, queridos, pero me parecía un poco excesivo.

Esperé y esperé, pero Samantha no aparecía, así que me dispuse a iniciar mi tratamiento de belleza. Después de un relajante baño de vino en una bañera de hidromasaje, un masaje exfoliante al cacao, una deliciosa sesión de chocolaterapia con fragancias de aceite de almendras dulces y esencia de naranja, un masaje linfático con cremas hidratantes, una ducha restauradora y un delicioso bombón, salí por la puerta de mi centro de belleza totalmente renovada. Me pareció extraño que Samantha no hubiera aparecido.

Y Christopher tampoco. Si no recordaba mal, debía recogerme a las siete en punto en la puerta de mi centro de belleza. ¿Me habría equivocado de hora? Rescaté el móvil de mi bolso Loewe y seleccioné su teléfono, pero según decía una irritante vocecilla, estaba apagado o fuera de cobertura, así que hice que me trajeran una limusina de alquiler.

El chofer resultó ser agradable y buen conversador, pero al poco tiempo empezó a darme la impresión de que me examinaba el escote a través del espejo retrovisor. Creí que eran imaginaciones mías, así que no hice caso y seguimos charlando, pero las dudas se disiparon cuando comenzó a mirarme fijamente en un intento de establecer contacto visual, haciendo alarde de su total insolencia. Al final incluso se relamía los labios, lo cuál me pareció, además de inmundo y soez, de una mala educación insoportable. Su atrevimiento era tal, que pasada media hora ya aprovechaba cualquier ocasión para observarme como si en cualquier momento fuera a saltar sobre mi cuerpo indefenso cual animal salvaje en época de apareamiento. Y por si fuera poco, tenía tantos kilos de más como grados de belleza distraída. Oh, fue horrible, queridos. Hasta tuve miedo de que estuviera loco y tuviera la intención de secuestrarme para abusar de mí.

Cuando atravesé las puertas de mi hotel, hacía mucho tiempo que todo rastro del relax acumulado en mi centro de belleza había desaparecido. Me sentía llena de una cólera tan venenosa como la lengua de la Marquesa de Roncesvalles. Entonces escuché unas sonoras carcajadas que provenían de la sala de fiestas. Allí, Christopher y Alessandro estaban celebrando lo que parecía una fiesta improvisada en petit comité, y por la cantidad de copas vacías que había sobre la barra, supuse que hacía horas que había empezado. Contemplándolos sin que se dieran cuenta, daba la impresión de que fueran amigos de toda la vida, tal era la complicidad que se respiraba entre los dos.

—Christopher —dije, y mi voz sonó fría y cortante. Al verme la cara la risa se le marchitó en el acto y se puso recto en un intento de guardar la compostura, pero sus ojos vidriosos no dejaban lugar a dudas. Alessandro se disipó como una sombra de camino al almacén.
—Buenas noches Pamela, ¿ocurre algo? —Christopher se esforzaba en vocalizar todas las sílabas, pero no lo conseguía.
—No lo sé, querido, dímelo tú —abrió los ojos, perplejo. Era la primera vez que me escuchaba utilizar ese tono—. ¿Tenías que venir a buscarme a las siete o es que estoy alucinando?
—¿Qué? —Se tapó la boca con la mano, señal de que había recordado—. Lo siento de veras Pamela, estaba hablando con Ale y se me ha ido el santo al cielo. Pero ¿por qué no me has llamado? Habría ido a buscarte.
—¿Antes o después de matarme estrellando la limusina? —No dijo nada, sólo bajó la mirada al suelo—. O peor aún, quizá hubieras preferido ponerme en boca de todos cuando se hubieran enterado de que han detenido a mi chofer en un control de alcoholemia.
—Lo siento mucho.
—Por Dios Christopher, ¿en qué estabas pensando? Estás completamente ebrio —no pude evitar que una mueca de desprecio inundara mi boca.
—Una cosa llevó a la otra, no me di cuenta. Ale me insistió en que brindáramos por...
—No me importa en absoluto. Nos veremos mañana.
—Pamela...
—Y no cojas el coche para ir a casa, quédate a dormir en el hotel.

Sólo podía pensar en acostarme para que amaneciera un nuevo día, así que me marché envuelta en el taconeo implacable de mis René Caovilla.

Incansablemente vuestra, e indignantemente enojada
Pamela

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Diamantes... 1

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, marzo 10, 2008 8:14:00 p. m.

    Oh, mi rosada Pamela,

    debo confesarte que yo cuando veo una jarra de sangría edulcorada soy el primero en relamerme los labios. Oh, no seas tan cruel con ese chófer, pero cuando ves el vaho envolviendo la curvilínea forma de la jarra... oh, sólo de pensarlo se me ponen los padrastros como escarpias.

    Intento saber si debo introducirme en el gremio del sumiller. Oh, todo es tan rosado!

    Siempre rosado, y edulcorado,

    NeoSangría de Rubíes

     

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