Atraco a mano armada
jueves, febrero 21
Partí del hotel al atardecer, camino a la tienda donde se había vendido el anillo y que había localizado gracias a la inestimable ayuda del galante Václav.
Mis zapatos de tacón no tardaron en llevarme a la Ciudad Vieja, y cuando pasaba por su plaza, las campanadas del Reloj Astronómico se sincronizaron casualmente con el sonido de mis pasos. Los acontecimientos se estaban alineando como las esferas de ese prodigio mecánico, podía sentirlo como una vibración sobre la piel, y me pregunté si lo astros tendrían algo que ver en todo lo que me estaba sucediendo. Tras echar un último vistazo al anillo del zodíaco, proseguí mi camino, dejando atrás a los turistas.
En breve me encontré en una callejuela poco transitada que, de no saber en que año me encontraba, me hubiera hecho creer que había retrocedido en el tiempo hasta el medievo y que al girar la esquina encontraría al príncipe de mis sueños. Allí había una tienda, una pequeña y acogedora joyería en la que también se podían adquirir antigüedades.
Me acerqué a la entrada y me detuve a pensar unos segundos en lo que iba a decir, sintiéndome llena de emoción, otra vez como una audaz espía arrastrada por las circunstancias de la vida. De cerca pude ver que había algunos símbolos de aire medieval grabados en la madera del marco. Abrí la puerta y entré.
Por dentro era como una cueva de Aladino maravillosamente desordenada y llena de objetos repartidos por todas partes. Tuve que hacer un considerable esfuerzo mental para no dejarme arrastrar por la llamada de las piedras preciosas. El vendedor me miraba con atención. Era un señor de mediana edad, de movimientos serenos y porte distinguido.
– Dobrou noc –me dijo a modo de bienvenida–, ¿en qué puedo ayudarla?
– Buenas noches. Si me permite darle mi opinión, tiene un establecimiento encantador.
– Muchas gracias.
– Verá, busco una información, y tal vez usted pueda ayudarme.
– Usted dirá.
– Resulta... Bueno, estoy buscando a un familiar, un primo, del que hace un año que no tengo noticias, y la última vez que supe de él creo que estaba aquí en Praga. Mentiría si dijera que no estoy preocupada por él, porque normalmente se pone en contacto conmigo con frecuencia –mentí. Para ser una historia que había inventado en unos segundos no me había quedado del todo mal.
– Entiendo.
– Me mandó este anillo, creo que lo compró aquí. ¿Me lo podría confirmar?
– No puedo proporcionarle ese tipo de información. Lo siento, señorita –me respondió al tiempo que la puerta de la tienda se abría y entraba un hombre joven de aspecto dejado que se puso a mirar los objetos. El vendedor le dijo algo en checo, el hombre le respondió y continuó mirando.
– Por favor –rogué poniendo la mejor cara de pena que pude–, ¿no podría hacer una excepción?
– No puedo, señorita, lo siento. Vulneraría la privacidad de mis clientes.
– Oh, por favor, señor. ¡Es muy importante para mí!
– Le ruego que no insista.
Todo ocurrió muy rápido. Noté una gran fuerza que me propulsó con violencia, haciéndome caer al suelo a unos metros de distancia. En mi confusión escuché gritos que transmitían una enérgica advertencia. Cuando recuperé el control, vi que el hombre que había entrado antes en la tienda llevaba una navaja en la mano y amenazaba al vendedor con una mueca de odio en la cara. Ambos se enzarzaron en una acalorada discusión. El hombre parecía cada vez más furioso y desesperado, pero el vendedor no parecía dispuesto a ceder.
Primero sentí una oleada de miedo que me dejó paralizada y temblando de pies a cabeza, pero al cabo de un rato mi indignación hizo que se transformara en una rabia ponzoñosa que empezó a supurar de cada uno de los poros de mi cuerpo.
La mariposa de fuego estalló en una tormenta de llamas.
Mi mente se fue nublando a una velocidad alarmante conforme la tapa de la caja de los truenos cedía. En un segundo, reviví mi conflicto con Christopher, mi desafortunada conversación con Linus, el desagradable trato que me habían brindado Alessandro y su novia Agnieszka y, sobretodo, el momento en que descubrí a mi chofer y a mi barman en el almacén de la sala de fiestas de mi hotel.
Mis manos se cerraron como tenazas, pero no sentí cómo las uñas se me clavaban en la carne. Me puse de pie lentamente, ciega de ira, con el corazón latiendo como un volcán en erupción. Lo siguiente que recuerdo es que me lancé contra el hombre focalizando en él toda mi cólera, empuñando el bolso Louis Vuitton en el que llevaba todas mis pertenencias.
El golpe le cogió desprevenido. La fuerza feroz que le había proporcionado, junto con el peso de todo lo que llevaba en el bolso, incluyendo mi ordenador portátil, le derribaron. Sin saber lo que hacía empecé a patearle fuera de control, clavándole los tacones de aguja de mis Ralph Lauren recién estrenados a la vez que seguía golpeándole una y otra vez con el bolso.
Cuando me detuve para tomar aire, el hombre aprovechó para salir corriendo despavorido. Ni siquiera miró atrás. Dejé caer el bolso y me di la vuelta, respirando agitadamente. El vendedor me miraba con una expresión de pánico y asombro en la cara.
– Por favor, dígame el nombre de la persona que compró el anillo. Se lo ruego –dije, y mi voz sonó despótica y llena de soberbia.
– Sí, ahora mismo –respondió el vendedor, apresurándose a buscar el libro donde llevaba el registro de ventas con pulso tembloroso–. Aquí está.
Miré el lugar que me había señalado con el dedo y el nombre impactó sobre mis ojos como un latigazo sacudiendo todas y cada una de mis neuronas. Entonces las piernas me temblaron y las fuerzas que momentos antes hervían dentro de mí se desvanecieron como jirones de una pesadilla. Sentí que todo me daba vueltas y, mientras caía desmayada y la negrura me engullía, esa línea del libro invadió toda mi mente: "Nouveau, S.".
Totalmente vuestra, y sin límite estupefacta
Pamela
Etiquetas: Mi vida
sábado, mayo 17, 2008 9:47:00 p. m.
¡Mi querida niña!
Espero que me permitas poder usar este apelativo contigo, ya que mi avanzada edad me permite poder gozar y observar tus relatos desde una larga y ardua experiencia.
Soy una maleducada, y espero que me permitas disculparme presentándome.
Me llamo María M. J., aunque mis amigas suelen llamarme Sra. Marquesa, y me permitirás no revelar mi edad, ya que probablemente por edad podrías ser la nieta que nunca tuve.
Ya hace algunos meses que resido una residencia. Por desgracia he tenido que recortar algunos de los muchos lujos de los que gozaba en mi pequeña torre a las afueras de Bilbao, aunque gracias a ello he descubierto y he aprendido muchas cosas nuevas, cosas que nunca habría imaginado que llegará a aprender y menos a mi edad.
Me han enseñado que es un ordenador, me han enseñado como utilizarlo y me han enseñado este maravilloso universo llamado Internet.
Desde que empecé y descubrí como usarlo he viajado por un numero incontable de paginas, hay que ver la de cosas que una desconoce, lo que una puede llegar a aprender, y de las cosas horrorosas con las que te puedes llegar a tropezar…
Pero déjame felicitarte por tu diario íntimo y personal ya que desde que lo descubrí he vuelto cada día para ver si seguías con tus fantásticas historias un día más. No puedo más que decir que desde el día que descubrí tu diario encontré la estrella polar de este universo singular.
Por hoy te voy a dejar, pero no sin antes decirte que me muero por continuar leyendo tu relato. Así que esperaré ansiosa tu próxima entrega.
Me voy a hacer una de mis cosas favoritas, adentrarme en la cocina que he hecho instalar en la residencia a modo de nueva área de recreo para todos los residentes donde se hacen cursos de cocina. Hoy voy a enseñar mi antigua receta de magdalenas rellenas de virutas de tres chocolates.
Esperando poder disfrutar contigo, La Marquesa.