Futuros de papel
sábado, febrero 9
Queridos amigos virtuales,
Caminé acompañada únicamente por la luz de la mañana y la brisa de serenidad que me envolvía, sin Christopher ni Alessandro, sin nada que turbara la calma de mi corazón. Me senté en una terraza a pie de playa y contemplé cómo las olas se deslizaban hasta la orilla en un cortejo interminable, susurrando secretos de amor.
Mis pensamientos se tumbaron a la sombra de las palmeras con el único cometido de dejar templar sus nervios al sol. Las preocupaciones vagaron como islas a la deriva sobre lagunas de cristal de Murano.
Yo aún no lo sabía, pero la incertidumbre no pretendía abandonarme ni por un solo día. Tomó la forma de una mujer sentada sobre la arena. Una mujer de raza negra vestida de blanco que parecía estar disfrutando de un relax absoluto. Yo la conocía, y no pude evitar acercarme para saciar mi curiosidad. Tomé mi cosmopolitan en una mano, mis manolos en la otra y me acomodé a su lado.
—Una bonita mañana, ¿verdad? —dije. Isabella abrió los ojos y me miró.
—¡Pamela! ¡Qué sorpresa! —Me abrazó afectuosamente derramando sus estruendosas risas, que ya empezaban a resultarme extrañamente familiares—. ¿Cómo estás?
—Bien, querida, muy bien. ¿Y tú?
—Bien, sí. Pero Pamela —me observó con detenimiento y se puso seria—, hoy estás distinta. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, seguro, ¿por qué lo preguntas?
—Tu luz. Es diferente de la que vi en fin de año, está como más dispersa. Además, se te ve muy serena, pero no transmites una calma tranquila —puso una expresión analítica como si estuviera haciendo un diagnóstico de mi karma—. Es más como la que hay antes de la tormenta.
—Querida, ¿cómo lo haces?
—¿El qué?
—¿Cómo lees la mente de los demás?
—¿La mente? —Isabella estalló en carcajadas—. No leo la mente, sólo tengo los ojos abiertos.
—Pues eres asombrosamente observadora.
—Uy, no, qué va.
—Claro que sí, querida. En realidad has acertado, o sea, me siento algo perdida, ¿sabes? —confesé. Algo en Isabella me inspiraba confianza.
—¿Y por qué?
—No sé, supongo que a veces me siento muy sola.
—Ah, el amor. Es eso, ¿no?
—Puede. La verdad es que ya no lo sé.
—Ay, Pamela, al final siempre se trata de eso. Mira, yo no sé mucho sobre el amor porque sólo soy una inmigrante africana que muchos creen que no debería estar aquí —lo decía gesticulando exageradamente con las manos y en un tono jocoso que me hizo sonreír—, pero te diré una cosa: cuando más duele el corazón es cuando está seco, y me parece a mí que el tuyo hace mucho que no bebe del agua de la pasión.
—Quizá.
—Te diré lo que vamos a hacer: averiguaremos qué te depara el futuro en el amor, ¿quieres? Hace tiempo que no hago esto y estoy un poco oxidada, pero no se pierde nada por intentarlo —Isabella sacó una baraja del bolso.
—¿Qué es eso?
—Cartas del tarot.
—¿Crees en esas cosas?
—¿Acaso crees que en el mundo no hay nada más que lo que podemos ver? No, Pamela, hay mucho más, te lo aseguro.
Isabella cerró los ojos y su respiración se hizo profunda y pausada. Yo observé en silencio cómo barajaba las cartas lentamente, preguntándome si era posible que el futuro pudiera revelarse a través de unos papeles pintados con misteriosos dibujos...
Siempre vuestra, y llena de inquietud
Pamela
Caminé acompañada únicamente por la luz de la mañana y la brisa de serenidad que me envolvía, sin Christopher ni Alessandro, sin nada que turbara la calma de mi corazón. Me senté en una terraza a pie de playa y contemplé cómo las olas se deslizaban hasta la orilla en un cortejo interminable, susurrando secretos de amor.
Mis pensamientos se tumbaron a la sombra de las palmeras con el único cometido de dejar templar sus nervios al sol. Las preocupaciones vagaron como islas a la deriva sobre lagunas de cristal de Murano.
Yo aún no lo sabía, pero la incertidumbre no pretendía abandonarme ni por un solo día. Tomó la forma de una mujer sentada sobre la arena. Una mujer de raza negra vestida de blanco que parecía estar disfrutando de un relax absoluto. Yo la conocía, y no pude evitar acercarme para saciar mi curiosidad. Tomé mi cosmopolitan en una mano, mis manolos en la otra y me acomodé a su lado.
—Una bonita mañana, ¿verdad? —dije. Isabella abrió los ojos y me miró.
—¡Pamela! ¡Qué sorpresa! —Me abrazó afectuosamente derramando sus estruendosas risas, que ya empezaban a resultarme extrañamente familiares—. ¿Cómo estás?
—Bien, querida, muy bien. ¿Y tú?
—Bien, sí. Pero Pamela —me observó con detenimiento y se puso seria—, hoy estás distinta. ¿Seguro que estás bien?
—Sí, seguro, ¿por qué lo preguntas?
—Tu luz. Es diferente de la que vi en fin de año, está como más dispersa. Además, se te ve muy serena, pero no transmites una calma tranquila —puso una expresión analítica como si estuviera haciendo un diagnóstico de mi karma—. Es más como la que hay antes de la tormenta.
—Querida, ¿cómo lo haces?
—¿El qué?
—¿Cómo lees la mente de los demás?
—¿La mente? —Isabella estalló en carcajadas—. No leo la mente, sólo tengo los ojos abiertos.
—Pues eres asombrosamente observadora.
—Uy, no, qué va.
—Claro que sí, querida. En realidad has acertado, o sea, me siento algo perdida, ¿sabes? —confesé. Algo en Isabella me inspiraba confianza.
—¿Y por qué?
—No sé, supongo que a veces me siento muy sola.
—Ah, el amor. Es eso, ¿no?
—Puede. La verdad es que ya no lo sé.
—Ay, Pamela, al final siempre se trata de eso. Mira, yo no sé mucho sobre el amor porque sólo soy una inmigrante africana que muchos creen que no debería estar aquí —lo decía gesticulando exageradamente con las manos y en un tono jocoso que me hizo sonreír—, pero te diré una cosa: cuando más duele el corazón es cuando está seco, y me parece a mí que el tuyo hace mucho que no bebe del agua de la pasión.
—Quizá.
—Te diré lo que vamos a hacer: averiguaremos qué te depara el futuro en el amor, ¿quieres? Hace tiempo que no hago esto y estoy un poco oxidada, pero no se pierde nada por intentarlo —Isabella sacó una baraja del bolso.
—¿Qué es eso?
—Cartas del tarot.
—¿Crees en esas cosas?
—¿Acaso crees que en el mundo no hay nada más que lo que podemos ver? No, Pamela, hay mucho más, te lo aseguro.
Isabella cerró los ojos y su respiración se hizo profunda y pausada. Yo observé en silencio cómo barajaba las cartas lentamente, preguntándome si era posible que el futuro pudiera revelarse a través de unos papeles pintados con misteriosos dibujos...
Siempre vuestra, y llena de inquietud
Pamela
Etiquetas: Mi vida
sábado, marzo 29, 2008 10:33:00 a. m.
Pero Pamela... no vas a revelarnos ni una pizquita de lo que te dijeron las cartas?