Llamada del más allá
martes, febrero 12
Cuando entré en el club social, todas me miraron y cuchichearon frenéticamente con sus lenguas pérfidas, como de costumbre. Y como siempre, ignoré todo lo que había a mi alrededor, aunque esta vez no iba acompañada por la seguridad que normalmente me brindaba mi fiel Christopher. Echaba de menos su fuerte brazo.
La verdad era que, desde que tuvimos aquella desafortunada conversación, nuestra relación se había enfriado un poco. Ahora no disponía de él tan a menudo como antes, prefería ir sola para no enfrentarme a la forma distante y fría de la que echaba mano para tratarme.
En cambio se le veía muy unido a Alessandro. Desde que fuéramos a su casa, cuando estuvo de baja por el esguince, habían forjado una buena amistad. Siempre que pasaba por la entrada de la sala de fiestas de mi hotel les encontraba conversando y riendo, pero en cuanto me veían un tenso silencio se arremolinaba en el ambiente.
Quizá fui demasiado dura, quizá no debí descargar mi ira sobre él y debí dejar pasar el único error grave que ha tenido desde que lo contraté. En cualquier caso, lo pasado ya no se podía rectificar, así que intentaría compensarle en el futuro para que las cosas volvieran a ser como antes. Ay, mi querido Christopher...
—¿En qué piensas? —Samantha se me había acercado por la espalda, de manera que no la había visto llegar hasta que me recorrió el hombro con el dedo. Parecía muy contenta.
—Hola, querida. ¿Cómo estás? —pregunté.
—Muy bien. Por cierto, no he tenido oportunidad de disculparme por lo del otro día —Samantha hablaba haciendo su habitual despliegue innato de coquetería. Me di cuenta de que el camarero la miraba como obnubilado.
—¿El qué?
—Cuando quedamos en el spa y no me presenté. Es que tuve una reunión de urgencia y no pude ni siquiera llamar para avisarte.
—Ah, no te preocupes, querida. No tiene importancia, ya ni me acordaba.
—Claro que la tiene. Normalmente cumplo con mis compromisos, pero no volverá a suceder.
—Gracias —le dije al camarero, que nos estaba sirviendo los martinis que habíamos pedido.
—De nada —respondió él, sin dejar de mirar a Samantha. Ella entornó los ojos hasta que se hubo marchado, removiendo su martini con despreocupación.
—De acuerdo, entonces disculpas aceptadas —contesté a Samantha.
—¿Va todo bien? Pareces pensativa —últimamente todo el mundo parecía capaz de leer mis pensamientos, y debo reconocer que resultaba irritante.
—Sólo he tenido un día raro. —Samantha cruzó sus largas piernas, dejando entrever el tatuaje con forma de gata que tenía en una de ellas—. ¿Cuándo te lo hiciste? —pregunté señalándolo con la mirada.
—Ah, ¿esto? Fue un acto de rebeldía de mis tiempos de juventud.
—¿Significa algo?
—Me gustan los gatos, son preciosos. Para los egipcios eran seres divinos y algunas culturas creían que los gatos están a medio camino entre este mundo y el otro. Creían que eran algo así como guardianes del más allá —la mirada fija de Samantha me provocó un escalofrío.
—¿Y tú lo crees?
—¿Yo? Creo que hay cosas que no alcanzamos a comprender.
—¿Espíritus?
—Por qué no.
—Odio los espíritus, no me gustan nada de nada. —Samantha se echó a reír al ver mi cara de desagrado.
—¿Por qué?
—No sé, me dan miedo, ¿sabes? Aunque también siento una extraña atracción por ese tema. Siempre acabo viendo algún filme de fantasmas, pero luego lo paso tan terriblemente mal... No aprendo, querida.
—Yo creo que sí existen —lo afirmó tan seria que se me erizó la piel.
—¡Ay! —gemí—, ¡no digas eso! —En ese momento, como si respondiera a una invocación del más allá nacida de los labios de Samantha, mi móvil se puso a cantar, sobresaltándome. Era un número desconocido—. Disculpa, Samantha.
—Tranquila, mientras tanto voy al tocador.
—¿Sí? —pregunté al descolgar. Nadie contestó, únicamente se escuchaba un ruido estático—. ¿Quién es? ¿Hola?
Como no recibí respuesta, colgué. Llamaron tres veces más mientras Samantha estaba ausente, y sólo en la última llamada me pareció escuchar algo. Pareció un susurro, ni siquiera lo entendí, pero fue suficiente para estremecerme como si mi cuerpo fuera de seda.
Esa noche no pude dormir en mi suite porque me aterrorizaba que los espectros del más allá estuvieran observándome desde los espejos, así que hice que me cambiasen a una habitación que careciese de ellos.
Justo antes de que Morfeo se me llevara a tierras lejanas, un recuerdo afloró en mi mente. El de un teléfono móvil que susurraba mi nombre, apenas audible, casi un año atrás.
Absolutamente vuestra, y espeluznada
Pamela
Etiquetas: Mi vida
martes, abril 01, 2008 11:13:00 p. m.
Querida Pamela,
¿Tarot? ¿Llamadas desconocidas? ¿Susurros en el móvil?
Esto es más inquietante que una película de Hitchcok... que nervios, que emoción!!! Pero no dejes que el miedo te invada! Seguro que no hay motivo!!!
besos
PD: no se porqué, pero esta tarde paseaba de camino a casa de mi amigo Francisco y, pasando por una calle llena de naranjos en flor, me he acordado de ti al percibir su aroma!!!