Silenciosa compañía
martes, febrero 19
Comprobé de nuevo la dirección. Era correcta. Cuando toqué el timbre sentí un estremecimiento eléctrico que se deslizó a través de mis dedos, recordándome que la mariposa de la vida aún revoloteaba dentro de mí, en alguna parte.
Me parecía mentira que ya hubiese pasado un año desde que Patrick, mi joyero, me ayudara a localizar este lugar. Un año entero en el que había dejado de lado este asunto. Sí, queridos, lo había hecho a propósito porque tenía miedo, lo reconozco. Tenía miedo de averiguar quién era mi admirador secreto y descubrir que, con toda probabilidad, la fantasía que había tejido a su alrededor con el paso de los meses no era más que una cruel falsedad de la araña de mi mente.
Pero había llegado el momento de saber la verdad. Aquél que con tanta habilidad me había dejado notas de amor, ofreciéndome los secretos de su alma, sería desenmascarado sin piedad. La ira que los últimos acontecimientos me habían hecho sentir se había solidificado en forma de valor, un valor que me impulsaba a seguir por este camino.
La puerta se abrió y un hombre de avanzada edad asomó tras ella, pero para mi desgracia no entendía ni una sola de sus palabras. Al final, con cierta desesperación, me indicó que pasara con las manos, haciendo alarde de un interminable elenco de gestos nerviosos. De no ser por su afable sonrisa, su presencia me hubiera resultado de lo más inquietante, sobretodo por la forma en que apretaba sus pequeños ojillos.
– ¿Hablar inglés? –me preguntó un joven que había salido del fondo de lo que parecía un taller orfebre. El chico debía haber dejado atrás la adolescencia hacía poco, pero su aspecto me turbó en cuanto impactó sobre mis pupilas. Unos años más y estaba segura de que sería uno de los hombres más atractivos del planeta.
– Sí –respondí entusiasmada–, eso es, inglés. ¿Tú también?
– Un poco, señorita. ¿Querer algo? Cerrando.
– Oh, lo siento, discúlpame. Me llamo Pamela, Pamela Von Mismarch. Siento venir tan tarde, pero necesito urgentemente una información, es cuestión de vida o muerte.
– ¿Puedes repetir? –Por la cara que puso, supe que no había entendido nada de lo que había dicho, así que saqué el anillo y se lo mostré.
– Este anillo, ¿ha sido hecho aquí? –Cuando cogió el anillo nuestros dedos se rozaron y un hormigueo zigzagueó sobre mi piel.
– ¡Oh, sí, sí! Es modelo nuestro. Muy bonito. Yo hacer con ayuda de padre –comentó señalando al señor mayor, quien hacía rato que había vuelto a su trabajo.
De repente sentí que las ruedas del destino encajaban con obsesiva precisión. Los vellos de mi cuerpo se erizaron al instante. Estaba frente al chico cuyas varoniles manos eran las artífices de una de las joyas que más emociones me habían brindado nunca, lo cual me provocó una experiencia mística que me hizo saber que estaba en el lugar adecuado en el momento justo. Fue una sensación indescriptible.
– Por favor –imploré con vehemencia mientras le tomaba de los antebrazos, presa de la excitación–, ¿puede decirme el nombre de la persona que lo compró?
– Oh, no, señorita, lo siento –respondió mientras miraba con cierto asombro mis manos y yo recuperaba el suficiente autocontrol para soltarle–. No vender aquí. Vender en tienda.
– ¿En tienda? ¿En qué tienda?
– Espera.
El chico se fue y volvió al cabo de un rato con un libro de grandes proporciones. Tras hojearlo unos minutos me miró.
– Aquí. Esta es la tienda.
– ¡Gracias! –Me apresuré a anotar la dirección en mi glamourosa agenda–. No sé cómo agradecerte tu ayuda.
– Yo sé –dijo con una gran sonrisa–. Yo acompaño a la tienda mañana. Hoy ya cerrada.
– Oh, no, querido. Te lo agradezco, pero no puedo permitir que pierdas más tiempo en mi persona. Ya has hecho suficiente.
– ¿Ah? No comprendo.
– Digo que iré sola, pero que muchas gracias.
– No comprendo, lo siento –repitió, pero la sonrisa pícara que se dibujó en su boca me indicó lo contrario y no pude evitar echarme a reír.
– Ya veo. Yo sí comprendo.
– Me llamo Václav.
– Encantada Václav. Ha sido un verdadero placer, pero ahora debo irme. Seguro que tienes trabajo.
– No, no. Mi padre termina, no preocupar. Yo acompaño a tu casa. No está bien señorita vaya sola de noche. –El delicioso atrevimiento de Václav me provocó un estallido de carcajadas lleno de ternura.
– Está bien, pero con la condición de que así quede saldada mi deuda.
– Perfecto, no problemo –apuntó con convicción, satisfecho con el trato.
Václav me acompañó al hotel brindándome el apoyo de su brazo mientras paseábamos. No nos dijimos nada en todo el trayecto, simplemente disfrutamos del paseo nocturno en mutua compañía. Una compañía inusualmente cómoda para dos personas que se acaban de conocer, extraña a la par que intrigante.
Es curioso, queridos, pero cuanto más sola quieres estar, más parece querer acompañarte la gente.
Absolutamente vuestra, y esperanzada
Pamela
Etiquetas: Mi vida
viernes, mayo 16, 2008 2:49:00 p. m.
Que gran verdad, cuanto más solo quieres estar…
Václav, me intriga ese nombre.