El viaje de Marco

jueves, enero 11


Queridos amigos virtuales,

Sí, sé que no os he felicitado la nochebuena, la navidad, la nochevieja, el año nuevo y los reyes. No sabéis cuánto lo siento en el alma, pero de nuevo me he visto arrastrada por la olas del mar de la vida a lugares desconocidos hasta ahora para mí. Me he sentido como Ulises en su odisea, sin saber cómo volver a Ítaca. He experimentado la pérdida y mi corazón se ha roto en miles de pequeños pedazos que han salido volando como la purpurina de colores que vuela tras las campanadas. Y es que, cuando haces relaciones estrechas con personas a las que cada vez quieres más, te has metido en una trampa para el corazón sin darte ni siquiera cuenta. Oh, mundo cruel. Desde que el afecto nace como una pequeña flor se crea un lazo de seda invisible que une tu corazón al de otra persona, y el abrazo de ese lazo puede ser suave como la caricia de un pétalo de rosa o apretar el cuello como una soga que intenta cortarte la respiración.

Yo he sentido ambas cosas. Primero la caricia, tan liviana, tan dulce que puedes notarla sobre el corazón llena de una calidez que va más allá del mero entendimiento, y después las espinas de la distancia, la lejanía impuesta por las circunstancias de un mundo que no se preocupa por tu sensibilidad. Oh, queridos, cuán apenada me siento ahora mismo.

Acabo de regresar de San Francisco. Allí es donde he pasado las navidades, fluyendo por la vida cual pantera en peligro de extinción. Mi querido Marco, mi irremplazable profesor de maracas, el amor brasileño que había conquistado poco a poco mi corazón con su sonrisa, su alegría y sus melodías tropicales, se ha marchado para no volver. Lo sé, no podéis creerlo como no pude creerlo yo cuando lo supe, pero tendréis que superarlo.

Me dio la noticia el último día de noviembre. Dijo que tenía que irse de Barcelona, que se iba a San Francisco el uno de diciembre porque le había surgido una importante oportunidad que no podía desaprovechar y que, además, hacía tiempo que no se sentía bien aquí. Su alma se estaba quedando tan seca en esta ciudad como seca está la copa de martini que tengo a mi lado.

Lo primero que sentí al saberlo fue ira. Una ira tan ciega que por un momento no supe ni lo que hacía. Cuando recuperé el sentido ya tenía mi mano sobre el rostro de Marco. Le propiné una bofetada que dejó sobre su piel la silueta de cada uno de mis dedos, dando testimonio de los vientos tormentosos que azotaban mi corazón. No pude decir nada. Mientras corría lejos de él a refugiarme bajo las alas de mi copa, único lugar donde me siento segura, las lágrimas me corrían por el rostro haciendo que mi rimel se convirtiera en un río de tinta. Mi pamela salió volando pero no me importó.

Cuando llegué al bar de mi hotel, Alessandro me vio y se preocupó mucho. Me vi reflejada en sus ojos negros. Entonces fue cuando comprendí. Vi en Alessandro otra de las personas con las que había creado uno de esos lazos de seda. Es más, pude ver el lazo que nos unía, saliendo de mi pecho y entrando en el suyo, brillante, etéreo. Ni las mejores costureras de Christian Dior eran capaces de crear una maravilla semejante. Me sentí amenazada, vulnerable a él, porque podía tirar de ese lazo cuando quisiera para lastimarme, y a su vez fui consciente del milagro que suponía. Tuvimos una larga conversación que duró toda la tarde y casi toda la noche.

Me desperté sabiendo que había cometido un grave error. El tamborileo de mi cabeza no me dejaba pensar. Tenía que hablar con Marco antes de que se marchara mas, cuando conseguí estar presentable y llegué al aeropuerto, su vuelo hacía diez horas que había salido. Me quedé mirando los aviones a través del cristal como si estuviera mirando un sueño que ha pasado de largo para siempre. Una decisión cuajó en mi cerebro en ese mismo instante, así que sin pensarlo cogí el primer vuelo que salía a San Francisco y me presenté en el que sería el nuevo hogar de Marco.

Marco, mi profesor de maracas, en San FranciscoLa puerta de su apartamento estaba abierta y él estaba ahí, apoyado contra la pared, rodeado de cajas de embalaje a medio abrir y tocando su fiel saxofón mientras contemplaba las vistas. La pamela que se me había caído en Barcelona estaba sobre la mesa. Recordé nuestro encuentro en el balneario y sentí una pequeña chispa. Sonreí. La sensual melodía que emanaba del instrumento lo envolvía todo con un aura de misticismo especial que hizo vibrar la curva de mis pestañas. Cuando me vio, su cara me lo dijo todo. Todas sus emociones se reflejaban en la sonrisa que latía en su mirada, en la comisura de sus labios, en la graciosa curva de su nariz. Nos fundimos en un abrazo que me devolvió el calor que creía haber perdido. No hicieron falta palabras.

Las semanas siguientes estuve ayudándole a instalarse y a conseguir que su humilde morada tuviera algo más de estilo y glamour. O sea, los hombres son muy despreocupados para las cuestiones estéticas. En cambio me asombra la belleza y el encanto de los que ignoran que son dueños. Nunca había pasado tanto tiempo en un apartamento de esas características, por decirlo así, pero me negaba a irme a una suite sacrificando la posibilidad de disfrutar del tiempo que compartía con Marco mientras vivía con él.

Los días volaron y llegó la navidad y la cena de nochebuena. La celebramos en su apartamento porque se negó a que le invitara a cenar fuera. Quería que disfrutáramos esa nochebuena de una forma sencilla y auténtica los dos solos, dos buenos amigos en familia. La verdad es que Marco tiene una excelente mano para la cocina, cosa que siendo sincera no se puede decir de mí porque mi buen Ambrosio, que era un ángel bajado directamente de los reinos celestiales, nunca me dejó mover un dedo en ese territorio. Así que la cena fue una delicia y el vino una joya de rubíes para los sentidos. Después del postre tocamos las canciones que tantas veces habíamos practicados juntos en sus clases, aunque esta vez Marco usó el saxofón mientras yo le acompañaba con las maracas y bailaba como una loca a su alrededor. Fue tan divertido que acabamos riendo como posesos en el sofá hasta que no podíamos casi ni respirar. Después nos quedamos en silencio, un silencio que en realidad decía tantas cosas que hubiera sido imposible pronunciarlas todas. Decía que esta vez las canciones habían sido diferentes porque sabíamos que quizá era la última vez que las tocaríamos juntos; decía que nos queríamos, que nos teníamos un aprecio sincero y puro; decía que la felicidad giraba a nuestro alrededor en forma de montones de pequeños duendecillos invisibles que lanzaban tréboles de cuatro hojas. Nuestras miradas se cruzaron y ocurrió. Queridos, no sé que ocurrió, pero ocurrió, y aún no puedo creerlo. La mariposa de la vida se posó en el saliente de la ventana y el tiempo se detuvo por una noche. Nos besamos como si fuera la última vez que fuéramos a vernos e hicimos el amor allí mismo, lenta y apasionadamente. Ardí hasta las cenizas consumida por una sorprendente pasión de la que no sabía que era capaz, y como un ave fénix me sentí renacida a la mañana siguiente. Estaba llena de luz.

Poco más hay que contar, queridos. Al día siguiente Marco me acompañó al aeropuerto y nos despedimos. Fue una despedida melancólica y alegre a la vez, en la que te llevas mucho pero en la que te encuentras el dilema de que es imposible llevártelo todo, sobre todo lo más importante. Subí al avión sintiendo que un pedazo de mí se quedaba en San Francisco en forma de un valioso diamante de amistad. Vi cómo los edificios se reducían hasta hacerse diminutos con la mano sobre las maracas que Marco me había regalado. Derramé lágrimas agridulces. La esperanza y la fe entraron en mi corazón para no volver a dejarlo jamás. Fue el mejor regalo de Navidad que he recibido en toda mi vida.

Siempre vuestra, e invadida de nostalgia
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, enero 21, 2007 3:17:00 p. m.

    estimada Pamela!

    Tus escritos estan predestinados a seguir mis propias y personales peripecias.
    Ahora mismo me encuentro en London city. La única razón que me arrastró a viajar a esta preciosa ciudad fue la misma que te llevo a ti a coger ese avión: amor.
    Me alegro de que almenos, a uno de nosotros el resultado haya sido positivo, por qué a pesar de que está siendo un viaje sin igual, he de reconocer que no es exactamente lo que yo me esperava. Pero no me importa, yo se lo que siento, y se lo que quiero... y al igual que tu, lucharé. Quizá no lo consiga, es más; muy probablemente no lo consiga, pero no puedo quedarme de brazos cruzados!

    Siempre tuyo y fiel
    Gatet

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, enero 21, 2007 11:00:00 p. m.

    Querido Gatet,

    Sí, el amor nos arrastra a destinos inciertos envolviéndonos con emociones inesperadas y deliciosas sorpresas, querido. No sé si tu amor sería de la misma clase que el mío, pero en cualquier caso es amor, y bienvenido debe ser a los corazones abiertos.

    Londres... encantadora, sublime, cautivadora, aunque no tanto como París debo añadir. Pero no comparemos, que las comparaciones siempre son odiosas. He de volver pronto por allí, ya que no he ido desde que tuvo lugar la Royal Ascot y me gustaría ver a mi querido Ernest Jones.

    Esperar es una cosa que yo estoy empezando a dejar de hacer, mi querido amigo virtual, pues la vida es siempre continua espontaneidad y movimiento, y esperar algo es como querer que sea estática como una fotografía. Al no esperar, todo lo que llega es siempre bueno.

    Sí, nunca dejes de luchar por lo que quieres y crees, Gatet, pues si no lo hicieras es que tu espíritu estaría marchito. La lucha es la vida en sí, y dejar de luchar es sencillamente dejar de vivir, pues la vida es un viaje en el que nunca se llega al destino, y por mucho que uno quisiera quedarse en un punto, se acaba dando cuenta de que es imposible porque todo cambia.

    Siempre tuya, y complacida por tus noticias
    Pamela

     

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