Acorralada en el ascensor

viernes, marzo 21


Queridos amigos virtuales,

A las ocho en punto alguien llamó a mi puerta. Era James, el apuesto caballero que había resultado ser menos caballero de lo esperado y que, aprovechándose de la situación, me había obligado a cenar con él.

En el ascensor, James hizo un ingenioso comentario acerca de mi vestido que resultó del todo halagador, pero sólo conseguí corresponderle con una sonrisa forzada. Después me puse delante de la puerta, esperando que se abriera para salir rápidamente. De alguna manera me sentía secuestrada, así que no conseguía deshacerme de un cierto sentimiento de rencor hacia él. La tensión en el ambiente era palpable.

– No pretendía forzarla a cenar conmigo –dijo.
– Oh, ¿de veras? Una curiosa forma de demostrarlo, la suya –contesté, de espaldas a él.
– Pamela...
– No, James –le interrumpí, dándome la vuelta–. ¿De verdad esperaba que estuviera cómoda?
– Bueno, tampoco ha sido muy cómoda la situación de antes en el salón, y sin embargo yo la he ayudado.
– Y se lo agradezco.
– Entonces disfrutemos de una cena tranquila. Sólo le pido eso.
– Claro, por supuesto –afirmé con ironía, girándome otra vez.
– Está enfadada –afirmó. No respondí–. Está bien, puede irse a su habitación. No hace falta que cene conmigo.
– ¿De verdad? –pregunté, incrédula, examinándole para comprobar si estaba bromeando. Sin embargo, sus ojos verdes eran sinceros.
– Sí, sólo pretendía tener una cena agradable con una mujer atractiva y de tanta categoría como usted –afirmó despreocupadamente, haciéndome sentir halagada–. Pensé que sería divertido, pero si le va a resultar tan incómodo la libero de su compromiso. Puede irse.
– Se lo agradezco.
– Ha sido un verdadero placer conocerla. –Me cogió la mano y la besó con galantería–. Pero, ¿sabe qué?
– Qué.
– Algo me dice que volveremos a encontrarnos –aseguró con una enigmática sonrisa.
– No lo creo. Quiero decir, no me malinterprete, no es que no quiera volver a encontrarme con usted, pero es poco probable.
– Puede que tenga razón –dijo, sonriendo de nuevo de aquella manera. Nos quedamos en silencio, pero al volver a girarme vi que seguía sonriendo.
– ¿Por qué sonríe? ¿Qué ha querido decir?
– Oh, nada.

Entonces se abrieron las puertas del ascensor a mis espaldas y me quedé paralizada al ver a Václav a través del espejo. No sabía qué hacer, estaba acorralada. De repente me vi tirada en el suelo de un callejón oscuro, con la mujer de los ojos azules frente a mí. En la mano tenía una navaja de la que se desprendían gotas de sangre. Mi sangre.

En estado de enajenación mental, di un paso al frente, hacia James. Me pareció verlo todo desde otra perspectiva, como si hubiera abandonado mi cuerpo y yo fuera otra persona. Vi cómo mi cuerpo entrelazaba los brazos alrededor del cuello de James y cómo mis labios se acercaban a los suyos. Él, aunque sorprendido, me correspondió. Nuestro beso breve, pero voraz y lleno de una fogosidad sorprendente.

A ciegas, busqué los botones del ascensor y presioné cuantos pude alcanzar. En cuanto sentí que el ascensor subía me separé de James, aunque me di cuenta de que estaba un poco aturdida.

– ¡Oh, lo siento de veras! –exclamé, odiándome a mí misma por lo que había hecho–. No he debido hacerlo. No sé que me ha pasado.
– No se preocupe.
– ¡Debo irme!
– ¡Espere!

Y justo antes de que se cerraran de nuevo las puertas del ascensor, me escabullí entre ellas y huí por las escaleras, perdiendo mi pamela en el proceso.

Siempre vuestra, y escurridiza
Pamela

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