El intérprete

jueves, marzo 20


Queridos amigos virtuales,

Tras recetarme un relajante muscular y unos días de reposo para recuperarme de la contractura cervical, el médico adornó mi precioso cuello con un horrendo collarín. Me sentí muy desgraciada cuando intenté engalanarme con un sencillo collar de diamantes y vi que, además de no apreciarse en absoluto, se me clavaba en la piel.

Salí tranquilamente del hospital y llegué al hotel envuelta en una extraña calma. Ningún pensamiento rondaba por el ala de mi pamela. Mientras me servía un martini, cogí el teléfono para reservar el primer vuelo que saliera a Barcelona, aunque todos estaban completos hasta el día siguiente. Me recliné sobre la cama y suspiré, cansada.

Había conseguido que Václav se marchara durante mi estancia en urgencias aduciendo a todo tipo de razones, entre ellas que necesitaba tiempo para meditar. Sin embargo, lo cierto era que no tenía ni idea de lo que debía hacer. Normalmente cuando me encontraba frente alguna adversidad un plan solía materializarse en mi cabeza, pero esta vez estaba bloqueada. Lo que no sabía era que, en cuanto bajase a la recepción del hotel, la vida me proporcionaría la respuesta que andaba buscando.

El reloj del salón marcaba las cinco de la tarde. Yo intentaba distraerme ojeando una revista de moda, tratando inútilmente que el tiempo se apiadara de mis nervios y transcurriera con algo más de prisa. Un caballero se me acercó para entablar conversación, interesándose por mi salud, y le dije amablemente que deseaba estar sola. Cuando alcé la vista y vi a la mujer de los ojos azules de pie frente a mí, casi se me detuvo el corazón.

No hacía falta tener mis dotes de deducción para darse cuenta de que estaba hecha una furia. Su mirada tenía una mezcolanza de rencor y desprecio, aderezada con un acentuado toque de odio que se reflejaba en la rigidez de sus músculos. Intenté calmarla, pero se puso a gritar en checo cosas cuyo significado preferí no imaginar. Automáticamente nos convertimos en el centro de atención de toda la sala, para mi vergüenza. Nerviosa, la cogí de la mano para llevarla a un lugar más íntimo, pero se desasió de un fuerte tirón. Por un momento creí que iba a golpearme allí mismo. Entonces tuve una idea.

Ante la estupefacción de la mujer, que debió sentirse ignorada, me acerqué al atractivo caballero que había querido hablar conmigo momentos antes.

– Disculpe, ¿sabe hablar checo? –le pregunté abochornada.
– Sí –respondió.
– Soy consciente de que esto es totalmente inadecuado por mi parte y que no tengo ningún derecho a pedírselo pero, por favor, ¡necesito su ayuda! Es cuestión de vida o muerte.
– Entiendo, señorita, no se preocupe. –El elegante caballero debió compadecerse de mí al verme al borde de las lágrimas. Se puso en pie y, con total cortesía, me acompañó al lado de la mujer de los ojos azules, que nos miraba con una expresión de absoluta incredulidad–. No sé lo que le ha hecho, pero parece que está muy enfadada.
– Lo sé –respondí–. Dígale que todo ha sido un malentendido, que nunca pretendí causarle ningún mal. –El hombre lo tradujo acariciando su corbata de seda. Ella contestó muy alterada.
– Dice que es usted... bueno, prefiero no traducírselo, si no le importa. Dice que debió pensarlo antes de acostarse con su novio.
– Dior mío, qué vergüenza. Siento haberle puesto en esta situación tan incómoda. –Nunca en la vida había tenido tanto calor. El collarín me estaba asfixiando, así que me lo quité.
– No se preocupe. Por cierto, me llamo James.
– Yo Pamela. No sé cómo agradecerle lo que está haciendo, de verdad. Dígale que conocí a Václav por casualidad hace un mes. Yo no sabía que tenía pareja ni pretendí que ocurriera nada entre nosotros. Es más, intenté disuadirle, de verdad que lo intenté, pero es muy persuasivo.
– ¿Sabe qué? Se me ocurre una idea de cómo puede agradecerme la ayuda –sugirió James.
– ¿De qué está hablando? Dígale que cuando ocurrió algo entre nosotros Václav ya había roto su compromiso con ella. Y que yo no sabía nada al respecto. –Cuando James hubo traducido mis palabras, la mujer se calmó un poco, aunque ahora me miraba con una mueca de recelo.
– Sólo digo que podría dejar que la invitara a cenar. Sería un detalle por su parte. Dice que no la cree, que está convencida de que es usted una de esas mujeres que se divierte rompiendo parejas, y que siempre supo que él tenía novia. ¿Es cierto, Pamela, usted lo sabía? –preguntó con cierta carga de mofa en el tono de voz. James estaba disfrutando con esto.
– ¡Por supuesto que no! Y haga el favor de limitarse a traducir. ¿Y cómo se atreve a invitarme a cenar en estas circunstancias? –Nuestro improvisado intérprete me estaba dejando alucinada–. Dígale que no es así, que yo no sabía nada –afirmé muy seria, mirando a la mujer sin parpadear.
– Oh, entiendo. Ya no necesita mi ayuda. Está bien, ha sido un placer, Pamela –se excusó James, poniéndose en pie. La mujer puso la misma cara de sorpresa que debía tener yo.
– ¡¿Cómo?! ¡¿Qué hace?! ¡No puede marcharse todavía! –exclamé. James me miró con las cejas enarcadas, parpadeando repetidamente–. ¡Oh, está bien, cenaré esta noche con usted! Esto es increíble.
– Sabía decisión –afirmó satisfecho y sonriente, mientras volvía asentarse y le traducía lo que había dicho–. Dice que usted miente. Está segura de que Václav le dijo que tenía novia.
– ¡No lo hizo! No supe que tenía novia hasta que la vi en el cementerio, y entonces corté toda relación. ¡Incluso le dije que no le quería para que volviera con ella! Cuando lo cierto es que sí siento algo por él –confesé. Me sorprendió la tristeza de mi voz.
– Dice que tiene que irse.
– Lo sé, vuelvo mañana a Barcelona, a primera hora. Ya he comprado los billetes.
– ¿A Barcelona? –preguntó sorprendido–, ¿mañana?
– Eso he dicho. Dígaselo.
– Dice... –dudó James, impactado por lo que había escuchado. No necesitaba oír la traducción para saber que había una feroz amenaza en aquellos ojos azules–. Dice que espera que lo que ha dicho sea verdad, porque si no la encontrará y la matará.

Acto seguido la mujer se levantó y se fue, no sin antes dirigirme una última mirada desde la puerta.

Infinitamente vuestra, y amedrentada
Pamela

Etiquetas:

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 0

Susúrrame  |   Inicio