Dos pequeñas voces

sábado, marzo 15


Queridos amigos virtuales,

Llegué al lugar acordado demasiado pronto. La culpa era de los duendes que me perseguían implacablemente y que se habían propuesto ponerme nerviosa deshaciéndome el recogido. Mientras esperaba, no pude evitar sentirme como una colegiala rodeada de un halo de inocente candidez. Pero esta vez había algo más acompañándome, podía sentirlo como una molesta etiqueta rozándome la piel bajo el jersey de cachemir.

No hacía mucho que había descubierto, queridos, que en mi interior había dos pequeñas voces. Una manaba del corazón, la otra provenía de mi pamela. Me di cuenta el día que estuve lo suficientemente en silencio como para poder escucharlas, un día que mi orquesta interior estuvo extrañamente afinada. De alguna forma, ese inusual equilibrio me había acompañado desde entonces, y con él las dos pequeñas voces. Ahora esas voces se estaban poniendo de acuerdo para fastidiarme, pero no podrían evitar que les hiciera oídos sordos, por lo menos durante unos días, o semanas tal vez.

– Adivina –dijo una voz ronca a la vez que unas manos cubrieron mis ojos.
– ¡Václav, sé que eres tú! –Intenté retirar las manos porque debían estar desmejorando el perfecto maquillaje de mis pestañas, pero eran demasiado fuertes.
– No, ¿quién es Václav? –preguntó la extraña voz. Mis nervios dieron un salto mortal ante la posibilidad de que ése hombre no fuera Václav. Con una fuerza nacida de la desesperación, aparté las manos de mi cara y me separé a una distancia prudencial dando un arriesgado salto con mis zapatos de tacón.
– Pamela, soy yo. –Václav me miraba con cara de profunda extrañeza–. Sólo era una broma.
– Pues no ha tenido ni pizca de gracia, ¿sabes? –dije con un desagradable tono de voz. En ese momento me percaté, lamentablemente, de que la presencia de Alfred todavía seguía presente a mi alrededor.
– Lo siento de veras, no quería asustarte.
– Lo sé, querido –afirmé mientras me acercaba a besarle–. Ha sido culpa mía, no he podido evitar recordar una cosa.
– Lo siento, no era mi intención –afirmó sin saber dónde mirar, abrumado por la culpa.
– Querido, no pasa nada, ha sido una tontería –sonreí, y fui consciente de que Václav era mucho más frágil de lo que parecía. Al fin y al cabo sólo tenía dieciocho años–. ¿Entramos?

Václav pagó las entradas y nos internamos en el cementerio judío. Sentí un escalofrío cuando me encontré paseando entre cientos de gigantescas lápidas. Eran como dientes de la boca de la muerte que intentaban engullirnos para arrastrarnos al infierno que debía haber bajo ellos. Debo reconocer que los reconfortantes brazos de Václav me ayudaron a sustituir ese horrible aire siniestro por otro más bucólico, y hasta en cierta forma romántico.

Caminamos en silencio hasta que nos sentamos en un banco que descansaba bajo el pequeño balcón de una de las sinagogas del cementerio.

– ¿En qué piensas? –me preguntó Václav–. Estás muy callada.
– Oh, en nada importante. O sea, pensaba en cómo se han desarrollado los acontecimientos hasta desembocar en esta interesante situación. Verás, querido, hace poco estaba en Barcelona, envuelta en mis sinuosas circunstancias y planteándome ideas que ahora me resultan algo absurdas, y ahora estoy aquí, contigo, sentada en un cementerio judío en Praga. Es curiosa la vida, y cuánto más me lo planteo más misteriosa me parece.
– Sí, es cierto. –Václav me cogió de la mano.
– ¿Y sabes cuál es el origen de todo?, ¿sabes qué es lo que ha hecho que ambos estemos aquí ahora?
– Qué.
– Tiene gracia que sea tan simbólico, si te paras a pensarlo hasta parece una señal. El origen es un anillo, el anillo que tú mismo fabricaste y que alguien me regaló para hacerme daño. Es irónico, ¿no te parece sublime?
– ¿Alguien te lo dio para herirte? No comprendo.
– En Barcelona estaba rodeada de algunas personas que yo creía amigos míos, amigos que se han ido revelando como seres traicioneros uno tras otro. Pues bien, una de ellos hizo llegar a mis manos el anillo de forma anónima, como si viniera de parte de un admirador secreto, y vine aquí para descubrir quién era.
– Entiendo. Y crees que lo hizo para herirte.
– Por supuesto, ¿por qué si no? Pero al final la maniobra le ha salido al revés, porque el anillo me ha llevado hasta ti.
– Mira. –Václav me enseñó los vellos de sus brazos. Estaban todos de punta, cosa que hizo que los míos siguieran el mismo ejemplo.
– ¡Oh, querido, es emocionante!, ¿no es verdad?
– Quizá pensarás que soy un tonto, Pamela, pero recuerdo que cuando diseñé el anillo, hace ya más de un año, le dije a mi padre que era mágico, como en las novelas de fantasía que suelo leer –se rió–, y que acabaría en manos de la mujer de mis sueños para traerla hasta mí.
– ¡Oh, Dior mío, qué deliciosa casualidad! –exclamé mientras me echaba a reír.
– Yo creo que lo ha hecho, te ha llevado hasta mí. –Václav se puso tan serio que la risa se me cortó.

Y allí, sobre miles y miles de tumbas apiladas en estratos superpuestos, nos besamos apasionadamente, y mientras lo hacíamos, mis dos pequeñas voces interiores decidieron dar rienda suelta a sus afiladas lenguas, desconcentrándome. Fue entonces cuando un tremendo tirón nos separó. Cuando abrí los ojos, vi que una joven mujer se había acercado a nosotros y cogía a Václav del brazo con fuerza. Su cara estaba descompuesta por la amargura y la rabia.

Intrigadamente vuestra,
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Blogger Fabiola

    martes, agosto 19, 2008 4:04:00 a. m.

    intrigante, seductor, apasionante... necesito una historia de vida así...

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, agosto 19, 2008 1:39:00 p. m.

    Querida Fabiola,

    Estoy segura que en tu vida también hay emociones así, querida, tan sólo tienes que abrir los ojos y buscarlas con el corazón. Están más cerca de lo que crees, estoy completamente convencida de ello.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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