Criaturas de hielo
sábado, abril 19
Ante mis continuas negativas a salir con él, Michael optó por venir a buscarme directamente a mi hotel. Se encontraba del otro lado de la puerta de mi habitación, pero no estaba dispuesta a abrirle. Desde que me contó las calumnias que se contaban sobre nosotros en el club social, me había quedado allí sin salir. Pasaba las horas consumida por una rabia voraz que convivía bajo mi piel junto a una tristeza que iba ganando terreno con el paso de los días. Deseaba con cada cabello de mi dorada melena vengarme del escarnio sufrido, descargar mi furia cual titán ciego de violencia y dar rienda suelta a la amazona que pugnaba por salir de mis adentros.
Me tomé el martini que me hacía compañía y continué guardando silencio ante las tentativas de Michael para que abriera la puerta. Seguí pensando una y otra vez en quién podía ser el artífice de aquellas injurias que me habían rasgado el corazón, y el único nombre que aparecía en mi mente era el de aquella mujer que por algún motivo me detestaba. La Marquesa de Roncesvalles. Nadie salvo ella podía querer vengarse de nosotros, sobretodo tras la desafortunada conversación que mantuvimos el otro día. Estaba claro, tenía que ser cosa suya.
Me levanté de la cama, dejando caer las sábanas de satén a mi alrededor como pétalos muertos de una flor que se ha quedado seca con el tiempo. Contemplé mi desnudez en el espejo mientras respiraba hondo, y acaricié mi piel morena, sintiendo toda su tersura bajo la yema de mis dedos. Sin saber cómo era posible, unos fuertes brazos se anudaron a mi alrededor como lazos de una ternura infinita, haciéndome sentir segura, llenándome del calor de cientos de amantes perdidos que en realidad nunca existieron, pero que mi mente podía dibujar a la perfección sin esfuerzo. Me di la vuelta para perderme en sus labios, mas sólo pude verme en sus ojos un instante antes de que se desvaneciera. Mi amante imaginario se llevó todo el calor de la habitación y un frío denso se extendió por el suelo hasta anudarse en mis tacones y trepar por mis piernas, paralizándome.
– Está bien, Pamela, me marcho, pero volveré mañana –dijo la voz de Michael–. Te ha llegado correo. Lo paso por debajo de la puerta.
Cuando el sobre se deslizó bajo la puerta, las frías garras que me sujetaban perdieron parte de su fuerza, y pude volver a moverme. Cuando mis dedos rozaron el papel, el calor que desprendía fluyó por mis brazos hasta volver a encender mi corazón. Cuando las letras del remitente flotaron por el aire y acariciaron mis párpados, las frías criaturas que me acechaban huyeron ante el vigor de mi luz interior. Abrí el sobre con un ligero temblor apremiando mis dedos, saqué la hoja y mi mirada se perdió en los laberintos de letras que formaban aquellas frases que, palabra a palabra, me devolvieron la ilusión que tanto necesitaba para respirar. El segundo de mis presentimientos también se había cumplido.
La carta era de Václav.
Incansablemente vuestra, y con lágrimas en los ojos
Pamela
Etiquetas: Mi vida
martes, noviembre 04, 2008 2:57:00 p. m.
Estoy deseando leer tu justa venganza sobre esa marquesucha, eso y la carta de Václav...
Un saludo,
Pedro.