Calumnias

martes, abril 15


Queridos amigos virtuales,

No tengo palabras para describir lo bien que me sentí al recorrer otra vez del brazo de Christopher las estancias de mi club social. Las miradas de las víboras que hacían de él su morada no me importaron, pues la presencia de mi chofer me proporcionaba un blindaje emocional que me hacía invulnerable a su veneno. Pero debo reconocer que en esta ocasión tuve la sensación de que aquellos ojos brillantes eran más incisivos de lo habitual, como si estuvieran cargados de una malicia burlona.

Llegamos a la mesa de Michael y, tras los saludos, Christopher se alejó de camino a la barra para dejarnos solos. La mirada de Michael le siguió con interés, seguramente a causa de la revelación que le hice en nuestra última conversación. De pronto vi con otros ojos aquella mesa en la que tantas veces nos habíamos sentado. Ahora era un templo de la investigación emocional, un lugar de debate de cosas importantísimas. Una corriente de emoción me sacudió cuando fui consciente de que Michael se había convertido en mi confidente secreto.

– Querido –susurré mirando a Christopher para cerciorarme de que no nos prestaba atención, sin poder contenerme más–, no es gay.
– ¿Qué?
– Christopher, que no es gay –repetí.
– ¿Cómo lo sabes? –me preguntó Michael con ojos de sabueso.
Le pregunté, y me dijo que sólo le gustan las mujeres.
– Claro, y por eso se besó con Alessandro. Ahora lo entiendo todo –afirmó con sarcasmo.
– ¡Michael! Aquello sólo fue un desliz. Christopher atravesaba un mala racha y Alessandro aprovechó el momento, pero este punto no está confirmado. O sea, que no lo sé con certeza, es una conjetura. Ah, y Alessandro no le fue infiel a su novia.
– ¿No?
– No. Resulta que habían roto en ese momento.
– Vaya –Michael pareció decepcionado.
– ¿Qué pasa? ¿Hubieras preferido que le hubiese sido infiel?
– Ahora me negarás que eso no hubiera sido mucho más interesante.
– ¡Michael! –reí–. ¿No es suficiente interesante para ti que le guste "todo"? –dije guiñando un ojo para indicar que estaba hablando en clave.
– Claro que lo es, querida, pero de la otra manera lo hubiese sido mucho más.
– Oh, Michael, eres incorregible.
– Por cierto, no mires ahora, pero ¿no tienes la sensación de que nos observan?
– ¿Y qué tiene eso de nuevo, querido?
– Me refiero a que hoy nos observan más de lo habitual.
– ¿Tú crees? –Miré alrededor y sorprendí a varias mujeres apartando la vista en ese momento. Murmuraban entre ellas, pero no aprecié nada en especial–. No sé, puede ser. ¿Y qué importa?
– Espérame aquí un momento. Esa de allí es cliente mía. Voy a preguntarle.

Mi cirujano plástico se levantó y se acercó a una mesa contigua para conversar con una mujer. Mientras tanto, vi que Christopher me observaba fijamente. Instintivamente aparté la vista, pero al volver a mirar vi que continuaba igual. Al final me di cuenta de que se había quedado con la vista en blanco, mirando a un infinito que debía encontrarse detrás de mí. Michael regresó.

– Querida, me apetece pasear. ¿Nos vamos? –Michael parecía contento, pero no me pasó desapercibida la sombra que atravesó su semblante durante un momento.
– Michael, ¿ocurre algo?
– No, es que estoy un poco mareado por el martini. No estoy acostumbrado a beber a estas horas. ¿Cómo se te ocurre pedirme un dry martini?
– Ni que fuera la primera vez –afirmé mientras me levantaba, algo indignada por el injusto reproche.
– Debe haberme sentado mal.
– Pues vayamos a tomar el aire –acabé mientras atrapaba a la reina de las aceitunas y me deleitaba con su maravillosa explosión de sabor.

Fue idea de Michael ir a la playa a dar un paseo. Obviamente, me negué en rotundo porque no iba de ningún modo con el atuendo adecuado, pero él insistió hasta que me sedujo con su pícara sonrisa. De manera que Christopher nos llevó, con volante firme, hasta el paseo marítimo de Barcelona, donde Michael y yo nos despedimos de él para alejarnos paseando.

En el ambiente se respiraba una calma tranquila. La gente que caminaba por allí, bajo el sol primaveral, parecía envuelta en una cortina de atemporalidad y no nos prestaba ninguna atención, lo que me supuso cierto alivio tras nuestro paso por el club social. Había gente de todo tipo, de hecho lo único que nos unía era la brisa del mar, que nos acariciaba con la misma mano. Esa era una de las cosas que siempre me había enamorado de esta ciudad, lo cosmopolita de sus habitantes. Tuve ganas de soltar al viento mi rubia melena, y lo hubiera hecho de no haberla llevado cubierta por la pamela en un perfecto recogido.

– Tengo algo que decirte –dijo Michael de repente.
– ¿De qué se trata, querido?
– Es que no sé cómo decírtelo.
– Sólo dilo.
– Dame un momento –apuntó con bastante seriedad.
– De acuerdo –afirmé. La expresión de su cara me recordó a una ocasión en la que le había visto hablar con su secretaria de un tema delicado acerca de un paciente.
– Verás...
– Michael, me estás asustando. ¿Debo sentarme?
– No me ha dado ningún mareo en el club.
– ¿Ah, no? –respondí, estupefacta.
– No. Sólo lo he dicho para sacarte de allí.
– ¿Qué? No entiendo. ¿Por qué?
– ¿Recuerdas que me acerqué a una de mis clientas?
– Sí.
– Sí había un motivo por el que nos miraban más que de costumbre.
– ¿Qué? ¿Hablas en serio?
– Hablaban de nosotros. Dicen... –Michael se quedó callado.
– ¡Vamos, dilo, qué dicen!
– Pues...
– Por favor, dilo ya o mis nervios van a salir corriendo de mi cuerpo por su propio pie.
– En el club se comenta que te he operado a cambio de sexo.
– ¡¿Qué?!
– Lo sé, es una locura, pero lo que importa es que creen que es verdad.
– Necesito un martini con urgencia –afirmé mientras buscaba con la mirada un local de copas desesperadamente. Estaba tan patidifusa que no conseguía recordar dónde se encontraba el local cerca del que encontré a Isabella. Estaba por allí, en alguna parte.
– Ven aquí. Vamos, siéntate.
– ¡Necesito un martini! ¿Es que no me has oído? ¡Déjame! –grité cuando Michael intentó sentarme en un banco.
– ¡Pamela! –Las manos de Michael envolvieron mi cara, forzándome a mirarle a los ojos–. Tranquila, no pasa nada, ¿de acuerdo?
– ¿Qué no pasa nada? ¡Por el amor de Dior, creen que estoy operada! ¡Cómo no va a pasar nada!
– Sé como te sientes, pero no debes darle importancia. ¿Te das cuenta de que esto puede afectar seriamente a mi negocio? –Michael se sentó en el banco, algo abatido. Verle así me serenó los nervios–. Muchas de mis clientas frecuentan ese club.
– Oh, lo siento, querido, soy una egoísta –recapacité mientras le ponía la mano en el hombro cariñosamente y me sentaba a su lado.
– No pasa nada.
– Sí pasa. Yo pensando en mí misma y lo que en realidad importa es que corre peligro tu negocio.
– Pamela –Michael clavó sus ojos en mí, lo cual me produjo un extraño escalofrío. Fue como si tuviera a Samantha con una daga palpitando a mis espaldas, preparada para atacar–, hay algo más.
– ¿Algo más? ¿A qué te refieres?
– Decían algo más sobre ti.
– O sea, ¡esto es increíble! –gruñí, sintiendo que la sangre comenzaba a burbujear otra vez dentro de mis venas–. ¿Qué más decían?
– Sólo te lo diré si me prometes que mantendrás la cabeza fría.
– Sí, sí, lo que sea –asentí enfadada, con la única intención de que Michael hablara–. ¿Qué dicen?
– No, promételo de verdad.
– Que sí. ¡Lo prometo!
– Está bien. Se comenta...
– Qué.
– Se comenta que tus pamelas son de imitación.
– ¡¿Qué?! ¡Dime que he muerto y estoy en el infierno! ¡Oh, dímelo, por favor! ¡Esto no es posible! –Los duendes de la cólera habían dado rienda suelta a sus impulsos y ya entonaban su grito de guerra a mi alrededor, cuando de súbito se hizo un tenso silencio dentro de mí. El tono de mi voz pasó de la histeria a una calma que se escarchaba por momentos–. Pueden decir muchas cosas de mí. Puedo entender que critiquen mi forma de vestir o mi forma de hablar. Pueden decir, incluso, que mis turgentes pechos son fruto de una operación de cirugía plástica a manos de tu increíble talento. Pero decir que mis pamelas son de imitación es pasarse completa y absolutamente del contorno de lo tolerable. Quién sea que diga eso de mí, va a tener que rendirme cuentas. Eso, querido, te lo aseguro, como que me llamo Pamela Débora Serena Von Mismarch Stropenhauen.
– Pamela...
– No digas que no importa. Ni se te ocurra. Y lamento ponerte en la tesitura de hacerte testigo de que, sea quién sea la nefasta persona que haya extendido tales calumnias, lo pagará muy caro.

Me quedé allí de pie con el cuerpo tenso, mirando a Michael, que se había quedado callado. Una nube tapó la luz del sol, proyectando una sombra sobre nosotros. Era una sombra que me resultaba familiar, la misma sombra que se cernió sobre mí el día que eché la carta de Václav al buzón de correos. Pero ahora su contorno se revelaba como el de una mujer de hombros encorvados. Y supe que uno de mis presentimientos se había cumplido.

Siempre vuestra, y encolerizada sin límite
Pamela

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Diamantes... 6

  1. Escrito por Blogger Pedro

    viernes, octubre 31, 2008 10:35:00 a. m.

    ¡Ahhh! Pero que malas pécoras, de verdad no entiendo como no tomas cumplida venganza en ellas. Te conozco poco, pero está claro que uan mujer de tu clase jamás usaría pamelas de imitación. (muy bien llavado el tono del relato)


    Un saludo,


    Pedro.

     
  1. Escrito por Blogger Unknown

    viernes, octubre 31, 2008 11:26:00 a. m.

    De verdad...qué gentuza Pamela, pero tu no sucumbas y lucha!
    Una prosa embriagadora!
    X

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, noviembre 04, 2008 10:50:00 a. m.

    Querido Pedro,

    Sí, tus palabras han definido muy bien pensamientos que tuve en aquél momento, aunque mi educación me impidiera decirlas. En efecto, jamás usaría pamelas de imitación, mi nuevo amigo virtual.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, noviembre 04, 2008 11:00:00 a. m.

    Querido Xavi,

    Seguiré adelante, de eso no me cabe duda. Sé que el tiempo pondrá a cada persona en su lugar.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, marzo 22, 2009 4:06:00 p. m.

    Rosada Pamela,

    cuántas veces habré oído que mis prótesis son de imitación y que mi embriagadez lo produce un gotero que guardo en mi camiseta. Pero, oh, mi rosada jarra de sangría me desvanece todo malestar.

    Siempre rosado, y algo ebrio,

    NeoSangría de Rubíes.

    PD: próximamente te relataré con agradables dosis de agua de Baco mi prolongada ausencia.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, marzo 23, 2009 10:06:00 a. m.

    Querido Sangría de Rubíes,

    Espero con ansia esos increíbles relatos.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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