Mariposa negra

miércoles, agosto 20


Queridos amigos virtuales,

Agudicé la vista y la fijé en mi objetivo: el taxi de Johanna. Ajusté el retrovisor de la motocicleta y, al verme, caí en la cuenta de que llevaba la cabeza al aire, ¡sin pamela! Empecé a temblar, pero me obligué a pensar en lo realmente importante, que era mi seguridad. No quería matarme si sufría un accidente, cosa bastante probable dado el tiempo que hacía desde la última vez que había conducido, así que abrí la maleta con la esperanza de que James llevara un casco para invitados. Así era, y di gracias a Dior por ello.

La sangre burbujeó en mis venas como champagne cuando aceleré y las ruedas chirriaron sobre el asfalto. No me creía lo que estaba haciendo. Tenía un miedo atroz a conducir, y más en una motocicleta, un transporte de lo más inseguro para la integridad del conductor. ¡Era una imprudencia! Sin embargo, algo me empujaba a continuar con aquella locura. Puede que fuera la adrenalina, porque no me había tomado ni un martini en todo el día. Ya sabéis el dicho, queridos, si bebes no conduzcas.

Cuando quise darme cuenta el taxi había desaparecido. Avancé temerariamente hasta que las mansiones se convirtieron en jirones difuminados por la velocidad. El motor rugía entre mis piernas cual fiera indómita. Estaba empezando a cogerle el gusto cuando tuve que detenerme porque un semáforo se puso en rojo y, al frenar, el vehículo derrapó. Casi perdí el control y pensé que me rompería una pierna o hasta una uña, pero al final conseguí mantener el equilibrio milagrosamente, y todo ello sin abandonar la postura que una dama debía adoptar sobre un asiento de esas características. No obstante, el taxi no aparecía por ninguna parte y ese era el último punto en el que lo había visto, así que llamé a Johanna.

—No puedo hablar mucho. Lo he cogido porque estoy en un semáforo —contestó la taxista.
—Querida, sé que es una locura, pero la estoy siguiendo y la he perdido mientras me ponía el casco. Sé que puede parecer que estoy loca, lo sé, pero créame si le digo que no es así. Le ruego que me ayude. ¡Es muy importante!
—Está bien.
—Le preguntaría la dirección dónde le lleva, pero no podría responderme porque está delante de él, así que dígame si al llegar al primer paso de cebra ha girado a la izquierda o a la derecha.
—Está en el armario de la derecha —contestó después de meditar unos segundos—. Es mi hija —dijo para que James no sospechara. Johanna era muy hábil—, es que es muy despistada. ¿Necesitas algo más?
—¡Muchísimas gracias! Oh, Johanna, enseguida os alcanzo. ¡Esto es tan emocionante!

No tardé ni cinco minutos en hacerlo. Desde una distancia prudencial, les seguí hasta una de las avenidas más importantes de la parte alta de Barcelona, aguantando todo tipo de improperios por parte del resto de conductores que, sinceramente, no entendí a qué se debían. Temí por mi vida en tantas ocasiones que perdí la cuenta de las veces que prometí a Dior que sólo llevaría vestidos suyos si me ayudaba a sobrevivir. Afortunadamente, el coche no tardó en detenerse.

Aparqué cerca de allí, orgullosa de haber llegado sana y salva, y seguí a James hasta una finca cercana. Mientras esperaba a que le contestaran por el portero automático, eché a correr para acercarme a él lo máximo posible, aprovechando que estaba de espaldas. No pude evitar echarme a reír al darme cuenta de que parecía que estuviera jugando al escondite inglés en plena calle. No hace falta que diga, queridos, que todo el que pasaba por allí se quedó mirando a la ejecutiva que corría sobre tacones como si llegara tarde a una reunión súper urgente, arrastrando un maletín y todavía con el casco puesto.

Casi llegué a la puerta antes de que se cerrara detrás de James. Demasiado tarde. Si quería seguirle no me quedaba más remedio que improvisar, ser creativa, por lo que llamé a varios interfonos a la vez. Mientras esperaba, hice una seña a Johanna para que me esperara un poco más lejos. Me sorprendió que me entendiera tan fácilmente con un gesto.

—¿Diga? —contestó una mujer.
—¡Ding, dong! —exclamé en tono de anuncio televisivo. No me miréis así, queridos, fue lo primero que se me ocurrió—. Avon llama.

No me lo explico, pero el caso es que funcionó. La puerta se abrió y me introduje en la portería, con la oscura sensación de ser una mariposa negra introduciéndose en el centro de una telaraña.

Temerariamente vuestra,
Pamela

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