La araña y el lobo

viernes, junio 16


Queridos amigos virtuales,

Como supongo que ya sabéis, por los comentarios que he ido dejando a algunos de vosotros, he estado un poco deprimida y asustada. Sólo un poco, nada serio, así que no sufráis. Los días han pasado lánguidos entre las paredes de mi suite. Las sombras me rodeaban, se me arrimaban tímidas y silenciosas para rozarme los tobillos. Sólo mi incombustible copa de martini me hizo compañía en las dilatadas horas en que me dedicaba a pensar en todo lo que me había ocurrido: Michael, Alfred, Christopher, Samantha...

Samantha. Esa horrible mujer se está convirtiendo en una pesadilla. Me persigue como una maldición japonesa. Al principio pensé que era mala suerte, pero a estas alturas ya no estoy tan segura. Esa mujer está tramando algo. Estoy casi segura, puedo sentirlo en la curva perfecta de mis pestañas, queridos.

Tras lo sucedido en mi club social, confiaba en no volver a verla nunca para no tener que afrontar el espantoso ridículo que hice. Pero pocos días después me dejé caer por la sala de fiestas de mi hotel para hablar un rato con mi querido Alessandro y allí estaba ella, espléndida, envuelta en un precioso traje negro, con el esbelto cuello rodeado por una gargantilla de diamantes. Una elegante araña envolviendo con su tela de seda y encaje a los incautos dispuestos a caer en sus maquiavélicas redes. Estaba hablando con mucha soltura con Alessandro, y él también la estaba mirando con aquella mirada. La que Christopher tenía cuando la conoció en el club social. Se reían. Una risa que desprendía complicidad y que hizo que mi boca se torciera en una mueca de desaprobación inevitable. Noté que mis ojos se convertían en dos rendijas amenazadoras, cada una con un punto azul que ametrallaba a Samantha intentando desintegrarla para que no quedara de ella ni su recuerdo.

¿Casualidad? Me acerqué a ellos entre indignada y sorprendida, y debo reconocer que no fui del todo gentil con ella. Las palabras salían disparadas entre mis dientes como cuchillos que volaban ásperos como la piedra que mi tía solía usar para retirar las durezas de la planta de sus diminutos pies. Aunque en todo momento mantuve la compostura con gran esfuerzo y nunca fui vulgar, la invité muy sutilmente a que abandonara mi hotel. Ella, abatida, con el orgullo herido, vencida en mi terreno, alzó la barbilla y se fue despidiéndose de Alessandro. Ni siquiera se dignó a dirigirme la mirada.

Me sentí poderosa. Una corriente recorrió mi grácil cuerpo, aunque ese poder también me llenó de oscuridad al verme reflejada en la mirada de reproche de Alessandro. Había obrado mal. Había usado mi poder sobre el hotel para vencer a Samantha en inferioridad de condiciones, y supe que me había denigrado como persona, que había cometido una bajeza propia de gentuza indigna.

Arrepentida, corrí en pos de Samantha. El sonido de mis tacones llenó la recepción. La llamé numerosas veces pero no me escuchó, pues seguía caminando con paso firme. La alcancé cuando bajaba las escaleras de la entrada del hotel, a punto de entrar en su limusina. Sin aliento, me disculpé con toda la franqueza que el arrepentimiento infundía a mis palabras, a pesar de su cara impasible. No dijo nada. Antes de subirse al coche sólo me dedicó una sonrisa maliciosa. No supe cómo reaccionar, sencillamente me quedé allí hasta que me percaté de que el coche se había perdido de vista.

Fue entonces cuando me quedé tan helada como si me hubieran lanzado una coctelera de hielo picado por el escote. Me arrepentí ipso facto de haber dado unos días libres a mi guardaespaldas, porque allí estaba de nuevo Alfred, en su coche, observándome con una cara tan extraña que todo el cuerpo se me revolvió. Abrió la puerta y se dirigió hacia mí con paso decidido. Tambaleándome y con el corazón latiéndome acelerado, ascendí las escaleras y conseguí cruzar la puerta del hotel antes de que me alcanzara. No se atrevió a entrar. No obstante, aún continuaba allí cuando se cerraron las puertas del ascensor que me llevaría a mi habitación.

Siempre vuestra, y con el corazón destemplado
Pamela

Etiquetas: , , ,

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    domingo, junio 18, 2006 12:34:00 a. m.

    Pamela, cuanto me alegro de oír lo que dices respecto a lo ocurrido con Samantha, pues opino que errar es de humanos, la verdadera virtud está en saber ver que has actuado mal e intentar remediarlo, y sobretodo, si ya no estás a tiempo, no volver a repetirlo.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, junio 19, 2006 1:28:00 p. m.

    Querida Eva,

    Sí, errar es de humanos y rectificar es de sabios, o, como en este caso, de sabias. Chin-chin.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

Susúrrame  |   Inicio