Susurros en el loft de Alessandro

jueves, abril 12


Queridos amigos virtuales,

Como ya os dije en mi anterior escrito, cuando fui a la sala de fiestas de mi hotel y no encontré allí a Alessandro como de costumbre, tomé la determinación de ir a visitarle a su domicilio para ver que tal se encontraba y qué era lo que padecía exactamente. Al cabo de un par de días el humo de aquella chispa de determinación tomó la forma de una limusina negra conducida por un apuesto chauffeur guardaespaldas, y en cuya parte trasera miraba por la ventanilla una dulce y perfumada rosa de abril. Esa rosa era yo, por supuesto, y aunque sé que no habéis dudado de ello ni un instante, necesitaba con urgencia recalcarlo.

El cielo estaba gris y en ocasiones la lluvia caía perezosamente sobre el suelo mojado, así que cuando llegamos a nuestro destino Christopher me abrió la puerta con el paraguas rosa preparado. La sensación de ir cogida del firme brazo de un apuesto caballero mientras te sostiene el paraguas y la gente alrededor observa con estupefacción, es algo que te recorre desde la base de la espalda como una pequeña corriente eléctrica que se transforma en un súbito destello de placer al llegar al cerebro. Me sentía como una burbuja de soleada primavera atravesando el corazón de las penumbras.

Alessandro vivía en un barrio obrero de Barcelona que estaban remodelando, pero que en el pasado había sido uno de los principales núcleos industriales de la ciudad, sobretodo del sector textil. El de mi barman era un loft cuya vida pasada había sido una planta de fábrica, pero que ahora estaba segura que debía ser un exquisito piso de diseño cuyo espaciado interior sería una delicia contemplar. Alessandro no podía creerlo cuando abrió la puerta —debo añadir que tan sólo cubierto por un corto batín que llevaba abierto, pero que aunque hubiera llevado atado a duras penas le hubiera cubierto la ropa interior. Del todo escandaloso, queridos— y me vio allí de pie acompañada por mi fiel Christopher. Andaba con muletas y tenía el tobillo izquierdo cubierto por una venda.

—¡Pamela! —Exclamó, y casi resbaló al fallarle el equilibrio de las muletas.
—¡Sorpresa, querido! Hubiera llamado, pero entonces no hubiera sido una sorpresa —dije a modo de disculpa mientras miraba con malicia su atuendo y él caía en la cuenta de que estaba completamente al descubierto, excepto por la parte de su cuerpo que cubría el ligero batín, el boxer blanco y las sandalias. Era extraño, porque me di cuenta de que en lugar de abochornarme como me hubiera pasado habitualmente, la situación se me hizo pícara de cierta manera, supongo que por la confianza que sentía hacia Alessandro.
—Perdona mi indumentaria, lo siento —se disculpó sin intentar siquiera aparentar el menor asomo de pudor mientras procuraba atarse el cinturón del batín, haciendo equilibrios para no apoyar el pie del vendaje. Más bien se diría que encontraba cierto placer en el hecho de exhibirse. Si no hubiera estado tan sexy, su ridícula pose me habría hecho estallar en carcajadas—. Me ataría la bata, pero ya ves que no puedo. Si no te importa...
—Oh, claro que no, querido —le até el batín intentando mantener las distancias, pero en distancias tan cortas mantener la mirada bajo control era una cuestión muy distinta. Hasta mis pupilas se debieron teñir de carmesí. ¿Por qué siempre me acababa encontrando en situaciones tan embarazosas? La verdad era que no conseguía entenderlo y hasta empezaba a plantearme seriamente si Afrodita estaba divirtiéndose de lo lindo a mi costa. Su batín ahora recordaba a una de las túnicas que usaban los griegos en la antigüedad, pero en color negro en lugar de blanco.
—Gracias. Bueno, y ya que habéis visto uno de mis nuevos calzoncillos, decidme, ¿qué os han parecido? Son bonitos, ¿no? Antes de hacerme el esguince me compré unos cuantos en una tienda muy buena que hay en el centro.
—Muy bonitos —afirmé, atónita, sin saber qué decir. Christopher optó por mantenerse en un digno silencio haciendo como si la cosa no fuera con él, a pesar de que la pregunta iba dirigida a ambos. Alessandro usaba un tono de lo más normal, como si estuviera hablando del tiempo, pero me resultó algo violento estar hablando de su ropa interior, y con Christopher, para redondear.
—Además son comodísimos, sin costuras —añadió pasando el dedo despreocupadamente por donde debía ir la inexistente costura. De nuevo sentí cómo el calor trepaba desde mis piernas al imaginarme la costura en dimensiones macroscópicas—. Luego os enseñaré el resto de los que compré, para que me deis vuestra opinión. Pero pasad, pasad. No os quedéis en la puerta. Entrad, por favor.
—Gracias.

Queridos, ¿estaba alucinando o Alessandro había dicho realmente lo que había dicho? Pero lo decía con tal naturalidad que daba la sensación de no estar diciendo nada del otro mundo.

Christopher y yo entramos y nos sentamos en el sofá. Nos quedamos maravillados con la decoración y la calidez de su lotf. Alessandro había combinado espacios y ambientes que se alternaban con gracia y estilo, lámparas que parecían fuegos etéreos, escaleras sin barandas cuyas curvas recordaban espacios de ensueño, biombos de estilo japonés, y todo bajo un aire minimalista diáfano y sorprendente. Hacía un poco de calor porque tenía puesta la calefacción, pero rápidamente se ofreció a prestarnos algo más adecuado de ropa si estábamos incómodos. Yo estaba bien porque mi vestido de Versace era ligero y fresco, pero a Christopher se le veía acalorado bajo la americana y la corbata. Aún así, rehusó el ofrecimiento de nuestro anfitrión añadiendo que tenía que irse a atender unos recados urgentes, pero que regresaría al cabo de unas horas para recogerme y que si lo necesitaba podía llamarle al móvil.

Ya a solas, serví un martini para cada uno —a pesar de que no serían tan increíbles como los que las expertas manos de Alessandro eran capaces de preparar— y charlamos durante un rato. Hablar con él siempre resultaba interesante porque tenía un interés y una curiosidad que parecían infinitos, lo que permitía hablar de cualquier cosa y hacía que las conversaciones derivaran de un tema a otro a una velocidad de vértigo y de la forma más inverosímil. De tal forma que siempre me quedaba la sensación de que aún quedaban muchas cosas por decir y que ningún tema se agotaba por completo.

Me planteé que una conexión comunicativa de esa magnitud era algo tan escaso que prácticamente era inexistente y que, en realidad, mi memoria no me permitía recordar ninguna otra ocasión en toda mi vida en que se hubiera repetido algo así con otra persona. En aquél momento supe que podría estar con Alessandro horas y horas hablando sin parar y que nunca me aburriría, y me pregunté cuáles serían los factores que hacían que una conversación pudiera llegar a ser así, tal vez fuera causa de que teníamos inquietudes similares o simplemente química derivada de la biología y la genética. En cualquier caso, era todo un placer que no estaba dispuesta a desaprovechar bajo ninguna circunstancia.

En uno de los giros de nuestra conversación acabamos hablando de cine. En concreto él me hablaba de una película que le encantaba y que no podía creer que yo no hubiera visto nunca, pues al parecer le recordaba mucho a mí. Su título en España era “Desayuno con diamantes”, pero el título original era “Breakfast at Tiffany’s”. Debo reconocer que ante el nombre de tan exquisita joyería sentí como mis tímpanos escuchaban pequeñas campanitas de sonido celestial y creo que hasta se dilataron mis pupilas al pasar por mi mente los recuerdos de mis estancias en tan sacro lugar.

Un torbellino de emoción me ascendió desde la boca del estómago cuando decidimos poner el film. La película me dejó completamente estupefacta desde que conocí a Holly, encarnada por Audrey Hepburn, y no pude volver a articular palabra hasta que la cinta estuvo a punto de terminar. Su personalidad me cautivó desde el primer momento y, a pesar de que su forma de vivir no sería la más recomendable para ninguna joven de buenas maneras que se precie, era tan intensa que no me cabía ninguna duda de que ése era el camino que debía seguir para llegar a su destino. Estaba absolutamente convencida de que al final la magia de la vida la acabaría llevando hasta el dorado amor, el destino que cualquiera con un poco de intelecto bajo la pamela puede desear.

La verdad es que no pude ver el film con toda la tranquilidad mental que se requeriría para poder disfrutarlo al máximo porque Alessandro, que estaba a mi lado en el sofá, no dejó ni un momento de hacer pequeños y aparentemente imperceptibles movimientos ocultos bajo un velo de nerviosismo con los que se me iba acercando cada vez más. Muy lentamente, sí, pero cada vez milímetros más cerca, y gracias a mis maravillosas dotes de observación de detective, queridos, no me pasó desapercibido. Así que tenía mi atención dividida entre Holly y sus aventuras, y el latino de vestimenta griega que tenía al lado. Por supuesto, no sabía si mi barman se movía así por capricho de la aleatoriedad o si todo aquello respondía a alguna clase de ardid, así que simplemente me deleité con la película hasta que acabó por apoyar su cabeza sobre mi hombro y rozar mi pierna con su mano. Desde que lo conocí, siempre había tenido la extraña percepción de que Alessandro era gay, pero ahora ya no estaba tan segura. Obviamente, perdí absolutamente toda la concentración y dejé, muy a mi pesar, a Holly y a Fred bajo la lluvia mientras en mí surgía el secreto —aunque dudoso— planteamiento de que todo aquello era alguna suerte de juego de seducción.

Entonces fue cuando mi móvil empezó a reclamarme desde mi bolso con su melodiosa voz. Me levanté y lo atendí, pero nadie contestó y aparecía número privado en la pantalla, así que me senté de nuevo en el sofá, aunque Alessandro ya había recuperado su postura original. Si se trataba de un juego secreto estaba claro que había roto sus reglas, porque Alessandro no podía ponerse de repente en contacto conmigo sin dejar a la vista sus intenciones. Para llegar al mismo punto supuse que habría que empezar de nuevo. Pensé que todo aquello era de lo más divertido, pero con la distracción resultó que me había perdido el final del film.

Iba a quejarme cuando me interrumpió la voz de mi Black Diamond. Otra vez nadie contestó, y a la cuarta vez que llamaron, en lugar de enfadarme o colgar, empecé a pensar que se trataba de una de las burlas de Michael, así que me puse a charlar sola con él. Al principio me sentí como una chiflada, pero al poco tiempo le cogí el gusto a lanzar ironías pensando que Michael las estaba recibiendo con estoicidad. Alessandro me observaba con un atisbo de extrañeza en los penetrantes ojos negros. En varios minutos mis bromas no tuvieron respuesta, nadie contestó, y entonces me quedé callada y escuché. Fue sólo un momento, y tal vez sólo fuera un ruido fruto de la mala conexión del terminal, pero me pareció escuchar cómo decían mi nombre en un susurro rápido, frío y apenas audible: Pamela.

Tiré el teléfono a la alfombra y me lancé sobre Alessandro clavándole sin darme cuenta la pamela en los ojos, con el corazón latiéndome violentamente y presa de un miedo tan atroz que ni siquiera fui consciente de que estaba pisándole el tobillo vendado hasta que le oí gritar, cosa que me asustó más todavía y que me hizo gritar a mí. Acabé en el suelo vociferando y sintiéndome como si fuera una histérica. Cabe decir en mi beneficio que siempre he tenido un miedo horrible a los espíritus y que aquello se había parecido demasiado a una película de terror japonesa. ¿Y si me perseguía la maldición del teléfono móvil, la terrible Samara con el pelo sobre su cara o la niña mecánica? Qué sensación tan terrible, queridos. Sentí que los vellos de mi nuca se habían erizado tantísimo que hasta por un momento pensé que me habían agujereado las perlas del collar que adornaba mi cuello.

—Pamela, ¿qué ha pasado?, ¿quién era? —me preguntó Alessandro preocupado después de verme beber una copa entera de martini y de recuperarse del dolor del tobillo, que ahora estaba más hinchado que antes.
—No lo sé. Al principio pensé que era Michael gastándome una de sus bromas, pero después escuché ese susurro tan extraño... Me asusté mucho, Alessandro —noté cómo las lágrimas afloraban a mis ojos.
—Tranquila, no pasa nada —Alessandro me abrazó en el sofá y me sentí algo mejor rodeada por sus fuertes brazos—. Seguro que ha sido Michael. Hagamos una cosa, ¿por qué no lo llamas y te cercioras de que era él? Así te quedas más tranquila.
—¿Y si no era él?
—¿No has dicho que te ha gastado bromas otras veces?
—Sí.
—¿Entonces?
—Pero esta vez era distinto... —dudé.
—Anda, Pamela, llámalo. Seguro que era él.
—Bueno, pero como no sea...
—Como no sea puedes quedarte a dormir aquí y así no tendrás miedo durante toda la noche, ¿de acuerdo? —su sonrisa perfecta iluminaba su cara. Era evidente que la situación le estaba resultando graciosa, y de acuerdo, reconozco que imaginarme vista desde fuera en aquellos momentos era algo de lo más patético, no puedo negarlo.
—De acuerdo.

Me acerqué al teléfono lenta, muy lentamente, intentando infundir valor a mis zapatos de tacón. Siempre había considerado mi móvil el complemento perfecto, mi amigo, pero de repente era como si se tratara de una pantera negra que estuviera agazapada a punto para cazar a su presa, con ojos brillantes. Y cuando estaba a punto de rozarlo con mis perfectas uñas lacadas de un tono rosa primaveral, con el pulso tembloroso, otra vez se puso a cantar y salté hacia el sofá muerta de miedo, aunque esta vez Alessandro ya estaba preparado y se había levantado antes de que cayera sobre él, así que me abracé a un cojín. Se acercó con las muletas hasta el aparato y lo cogió. Después me miró y no pudo evitar soltar algunas risotadas.

—Es Christopher. Toma.
—No.
—Pamela, cógelo, por favor. Querrá decirte algo.
—No.
—¡Pamela, vamos!
—¿Seguro que es él?
—Sí, aparece su nombre en la pantalla. ¿Lo ves? —Me lo mostró y era cierto, cogí el móvil dudando aún. Descolgué.
—¿Sí?, ¿Christopher?
—Hola Pamela, ¿qué tal?
—No muy bien. Querido, acabo de llevarme un susto de muerte.
—¿Qué ha pasado? —la repentina preocupación del tono de su voz me hizo sentir halagadísima. En verdad parecía preocuparse por mí más allá de lo profesional y eso me hizo sentir mucho mejor. Parece mentira lo que ayudan en momentos así cosas como esa.
—No, nada, no te preocupes. Me han llamado varias veces al móvil y no contestaban, y al final me ha parecido escuchar un susurro y me he asustado. Eso es todo.
—A lo mejor era yo, porque llevo un rato intentando comunicar contigo pero no me daba señal.
—Pues qué susto, querido. Por Christian Dior, todavía tengo el corazón a punto de salir del pecho.
—Lo siento, Pamela. Llamaba para avisarte de que en unos minutos paso a recogerte.
—Muchas gracias, querido. Aquí te espero. Au reboir.
—Hasta ahora.

Y, efectivamente, Christopher llegó en escasos minutos. Nos despedimos de Alessandro tras mostrarnos su agradecimiento por la visita y rogarnos que le visitáramos de nuevo en breve, y llegamos a la limusina. Íbamos de camino al hotel, cuando se me ocurrió algo.

—Christopher.
—¿Sí, Pamela?
—Has dicho que cuando me llamabas esta tarde no te daba señal, ¿a qué te referías exactamente?
—Pues a eso, a que no me daba señal.
—¿Pero comunicaba con esos pitiditos o se te quedaba el teléfono enmudecido?
—No, comunicaba, con los pitidos.
—Gracias, ¿te importaría subir la pantalla?
—No, desde luego.

Cuando Christopher subió la mampara cogí mi móvil y llamé a Michael con algo vibrando dentro de mí. No, él no me había llamado en todo el día y de alguna forma yo ya lo sabía. Se me ocurrió pensar... ¿y si la otra vez tampoco había sido él?, ¿entonces quién?

Siempre vuestra, y estremecida
Pamela

Etiquetas:

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 10

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, abril 13, 2007 12:38:00 p. m.

    Hey me encanta tu Blog, es muy interesante y chic!

    Saludos.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, abril 13, 2007 12:46:00 p. m.

    Querida Sweetandtoxic,

    Gracias por tus palabras, pues llegan a mis ojos como agua de mayo. Debo reconocer que tu diario íntimo y personal tiene mucho estilo, querida, es de lo más cool.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    sábado, abril 14, 2007 2:47:00 p. m.

    No se si tu diario será muy cool pero seguro que Alessandro si tenia un buen cul eh Pamela? Ay, que te molan todos picarona

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    sábado, abril 14, 2007 3:12:00 p. m.

    Rosada Pamela,

    ya he llegado a Rubí, pequeño pueblo industrial donde la sangría de los chinos sabe diferente... sabe... más auténtica. Cada trago de esta dulce bebida me deja más embelesado. Empiezo a sentir temblequear las placas de titatio que sustentan mis lumbares. Aun no he sacado sangría blanca de este asunto, ya que parece que el nombre de la ciudad viene de Ribo Rubeo, "Río Rojo", por los minerales vermellones que tintaban la riera. Uy, perdona, más que un comentario parece un diario de a bordo.

    Mi embriagado cerebro no me dejaba imaginar un Alessandro tan jovial, será que siempre ha mostrado su lado más profesional, como yo con el vino. Sobre las llamadas, piensa en Samanta, las envidias que profusan mi actitud alohólica y mi aspecto andrógeno me hace tener much@s adversari@s, sin ir más lejos Menta de Esmeraldas.

    Siempre rosado, y buscando al Chico Sangría

    Sangría de Rubíes

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, abril 16, 2007 1:25:00 p. m.

    Querida Victoria,

    La verdad es que debo reconocer que el físico de Alessandro es algo de lo más maravilloso, querida, aunque no lo sea tanto como el de Christopher, a mi parecer. Él... sencillamente es una especie de divinidad hecha carne y hueso.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, abril 16, 2007 1:28:00 p. m.

    Querido Sangría de Rubíes,

    Alessandro es un misterio aún por desvelar, no me cabe duda, estoy segura de que la parte de él que siempre muestra es como la punta de los helados icebergs, pero que tras ella hay algo mucho más interesante de lo que se puede llegar a imaginar. Oh, la emoción recorre mis pestañas ante tal pensamiento.

    No sé quién será el artífice de tales llamadas, ni siquiera estoy segura de si no serán meras casualidades o equivocaciones, pero de lo que sí estoy completamente segura es de que acabaré por averiguarlo.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, abril 16, 2007 8:46:00 p. m.

    Pamela,
    Oggi è il mio ultimo giorno in Spagna, quel meraviglioso era stato conocerte, ma continuerò a pensare voi dall'Italia.

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, abril 17, 2007 9:26:00 a. m.

    Querido Adriano,

    ¡Has estado en España y ayer era tu último día de estancia! Querido, cuan apenada me siento por no haberme podido impregnar de tu glamourosa presencia. Espero que así sea, que sigas pensando en mí desde Italia, y que sigas dejándome tus letras como pequeños diamantes virtuales y, cuando vaya a Italia, quizá finalmente vea tu seguro masculino rostro.

    Eternamente tuya,
    Pamela

    P.D.: Traduzco el texto de Adriano para quién no tenga nociones de italiano.
    "Hoy es mi último día en España, que maravilloso habría sido conocerte, pero continuaré pensando en ti desde Italia".

     
  1. Escrito por Blogger klausborges Creativo

    domingo, julio 08, 2007 10:30:00 a. m.

    interesante composicion gramaticamente sensual con gancho picaro, si no fuera por mis ojos aceitunados q arden con ste monitor de mi portatil a las 4:00 am, seguro q te felicitaria sino tuviera q levantar temprano para trabajar en unas obras para un proximo salon de arte..segire con mi relajante y organico humo para conciliar un sueño verde despues de haber navegado stos mares rosa

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, julio 13, 2007 11:35:00 a. m.

    Querido klausborges,

    Siento muchísimo la intervención de esa personalidad sombría que se ha hecho pasar por mí en tu diario. Me parece de una total falta de consideración por su parte. Mis más sinceras disculpas, querido, y espero que el humo orgánico te envuelva de verdor para arrastrarte a mares de insondable felicidad.

    Tuya desde hoy,
    Pamela

     

Susúrrame  |   Inicio