Tapiz de hilos de martini
martes, abril 17
De nuevo Christopher y yo hicimos una visita sorpresa a Alessandro en su piso, y de nuevo nos recibió vestido como la primera vez, aunque esta vez yo ya estaba preparada para la situación y él tenía atado el batín. Se puso contentísimo por nuestra visita, y sobretodo por el regalo que le llevé como disculpa por haberle pisado el esguince cuando me asusté el último día. Era un set de coctelería cuyo diseño lo hacía totalmente único y exclusivo. Mantuvimos una amena conversación mientras degustábamos unos deliciosos cócteles que él mismo nos preparó para estrenarlo.
Después le pedí si me podía volver a poner “Desayuno con diamantes”, ya que el último día no pude disfrutar del final del film y además me apetecía verla de nuevo para percatarme de los detalles que siempre pasan desapercibidos la primera vez. Era superior a mí, tenía que verla, queridos, aún a sabiendas de que no era muy cortés de mi parte dejarles solos, y más habiendo venido de visita, pero entendí que había la suficiente confianza y sabía que Alessandro sabría compenetrarse con Christopher dada su versátil capacidad de conversación.
Así que mientras yo disfrutaba de la película, efectivamente mi barman y mi chauffeur charlaron animadamente y hasta me pareció ver a Christopher dinámico y resuelto como no recordaba haberlo visto desde hacía mucho tiempo. Cabe decir que estaba de lo más apuesto con la camiseta de manga corta que Alessandro le había prestado para que estuviera más cómodo bajo el calor de la calefacción, y su torso era... de lo más sugerente. Constaté con agrado que Christopher tampoco era inmune al encanto de Alessandro, y conforme pasaban los minutos y Holly y Fred se acercaban al encuentro bajo la lluvia en que los dejé la última vez en la película, mis dos acompañantes se fueron compenetrando cada vez más hasta que al final sus risas de simpatía llenaron el aire.
Cuando acabó el film, intenté introducirme en la conversación que mantenían, pero hablaban de algo de lo que yo no entendía, así que al cabo de un rato, aburrida e ignorada por mis dos acompañantes, me dispuse a curiosear por el loft de Alessandro. Vagué por los deliciosos espacios hasta que me topé con una estantería en la que descansaban algunos libros. Al verlo llamó inmediatamente mi atención, no podía ser de otra manera al estar relacionado con Alessandro Martini, el cuál yo sabía que era uno de los fundadores de la empresa que fabricaba la ambrosía que tanto me gustaba. De nuevo me pareció una reveladora señal el hecho de que mi barman se llamara como él. Me serví una copa de martini, me senté en un cómodo diván, lo abrí y me dispuse a leer para descubrir todos sus secretos.
Me salté más o menos la parte que ya conocía —la que había investigado en la biblioteca de Madrid—, hasta el momento en que la empresa desplazó su producción a Pessione di Cheri en 1864, abriéndose al mundo.
El trabajo de la compañía no tardó en obtener su recompensa, pues tuvo un éxito del todo inmediato. En un solo año el maravilloso vermouth ganó la primera medalla de la Exhibición de Dublín, dos años después la receta de Rossi fue premiada en la prestigiosa exhibición de París y tras éstos llegaron varios galardones más en los años siguientes. 1867 marcó la llegada de la empresa al mercado estadounidense con el envío de las primeras 100 cajas de vermouth a Estados Unidos, y mientras tanto el vermouth se convertía en Europa en la bebida preferida por la realeza —cuánta sabiduría, queridos— hasta el punto que, en 1868, el Rey Víctor Emmanuel II autorizó que pusieran el escudo de armas de la Casa de Savoy en la etiqueta de la botella, iniciando así una tendencia que a comienzos del siglo siguiente llevó a que ya ostentara los blasones reales de España, Portugal, el parlamento Británico y las ciudades de Melbourne y Antwerp, entre otras.
En 1879, con la muerte de Teofila Sola, la compañía cambió su nombre al que se convertiría en su nombre permanente, el que ha llegado hasta nuestros días: Martini & Rossi. A partir de 1880 la compañía empezó a expandirse internacionalmente creando sucursales en Buenos Aires (1884), Génova (1886) y Barcelona (1893), de manera que a principios del siglo XX no sólo había conquistado Italia, sino que era la que más vendía en Estados Unidos, Brasil, Argentina, Grecia, Portugal, Bélgica, Suiza, Turquía y Egipto. Para entonces, una nueva generación se preparaba para tomar el relevo del control de la compañía, los cuatro hijos de Luigi Rossi, de forma que con la triste muerte de Alessandro Martini en 1905 la compañía pasó a ser íntegramente de la familia.
Fue entonces cuando la compañía extendió verdaderamente su línea de producción y distribución, abriendo una serie de sucursales extranjeras respaldadas por una central, de manera que las ventas se adaptaban al mercado dependiendo de las preferencias, pero la mezcla botánica que constituía el corazón de la bebida continuó produciéndose en la compañía padre. Que delicioso misterio, queridos, el de tal corazón.
Cuando la fama de la marca creció realmente fue cuando se inventó un nuevo cóctel: el martini —maravilloso invento por el que doy gracias al cielo cada día, evidentemente—. No está claro quién inventó la bebida, pero la popularidad del cóctel creció tanto que, en 1922, cuando la compañía registró el nombre de la marca Martini, en los Estados Unidos fue forzada a etiquetar de todas formas como Martini & Rossi debido a que la fama del cóctel había crecido ya más que la de la propia compañía. Aún así, el vermouth de Martini & Rossi se convirtió en sinónimo de martini y, cuando echaron de su trabajo a los barmans estadounidenses a causa de la Prohibición legislativa, éstos encontraron trabajo tras la barras de los grandes hoteles europeos, introduciendo el martini en un mercado altamente receptivo y extendiendo su fama prácticamente a nivel mundial.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la familia Rossi se encargó de reconstruir la compañía, lanzando una oleada de iniciativas publicitarias —como hizo en años anteriores— que la situaron como una bebida sofisticada y joven, iniciando una moda que culminó con la adopción de martini como la bebida favorita del glamouroso James Bond en los años 60 y, por supuesto, que en años venideros desembocaría en mi irremplazable chico martini con su increíble sensualidad.
A partir de entonces la compañía intentó reducir la dependencia del corazón de su vermouth, escalando mediante la adquisición de otras marcas, como Saint-Raphaël —un aperitivo a base de quinquina—, Offley —oporto—, Noilly Prat —famosa marca francesa de vermouth seco—, La Benedictine —licor basado en una receta de 1510— o Otar —una de las marcas más antiguas y exclusivas de coñac.
Tras una intensa reestructuración empresarial que duró varios años, Martini & Rossi llegó a un acuerdo en 1987 que daba a Bacardi el control de su distribución en los Estados Unidos y, en 1992, la quinta generación de la familia Rossi que estaba al mando de la compañía, decidió venderla a la familia Bacardi por un precio de 1.4 billones de dólares —esa cifra me hace dar vueltas a la cabeza, queridos, e incluso ha hecho que se curven un poco más mis pestañas—, situando el grupo Martini-Bacardi entre las diez compañías productoras de bebidas alcohólicas más importantes del mundo.
Miré a Alessandro recordando que precisamente el motivo por el que él se encontraba en Barcelona era que su abuelo fue uno de los barmans que emigró a causa de la Prohibición en Estados Unidos. Comprendí que nuestras vidas estaban entretejidas mucho antes de que nos conociéramos y de que hubiéramos nacido siquiera, entretejidas por hilos de martini en un tapiz que nos unía de forma invisible en un impresionante efecto mariposa que derivaba directamente del ingenio del hombre que inventó la secreta receta del vermouth, vermouth que en ese momento reposaba sobre mi mano en una copa de cristal de Bohemia como clara señal de todo aquello.
Incansablemente vuestra, y reflexiva
Pamela
Etiquetas: Mi vida
martes, abril 17, 2007 9:31:00 p. m.
Rosada Pamela,
tus conocimientos sobre el Martini se asemejan a los míos sobre la divina Sangría, lástima que no tenga tiempo de mostrarlos al mundo, puesto que estar en un locutorio hace que tenga conexión con restricciones temporales (tampoco me dejan beber sangría mientras uso sus ordenadores, qué dolor, qué dolor).
Al parecer aquí no hay nada. Este pueblo no tiene nada que ver con el Chico Sangría, pero buscando el el castillo casi milenario que aun guardan los rubinenses en su municipio, encontré un diario que databa del Siglo XVIII, no sé cómo lo descuidaron en una de los asientos de la sala de actos (¿será el tinto destino?)
He comprado sangrías embotelladas de diferentes restaurantes chinos de Rubí, puesto que la sangría sabe... no sé... extremadamente embriagadora. ¿Será el vino de cosecha propia? ¿Será que conocen algún secreto sobre la sangría que se me escapa? ¿Será mi estado físico que tras un viaje así ya no reacciona como es debido? No sé, siento flaquear los tornillos de mis rodillas.
Siempre rosado, y tinto de este periplo
Sangría de Rubíes
PD: ¡Quién tuviera el dón de la charla de Alessandro...!