Funesto San Valentín
jueves, febrero 14
Queridos amigos virtuales,
En contra de lo aconsejable, me dejé seducir por la inesperada proposición de Samantha: una sesión nocturna de cine fantasmagórico. Sé lo que estáis pensando, queridos, ir a un desfile de Ágata Ruiz de la Prada también hubiera sido un buen sustitutivo y sin tan funestas consecuencias para mí, pero ella no hubiera conseguido que los astutos duendes del miedo se encaramasen a mis zapatos de tacón como lo conseguía un plan como ése. El cine de terror me atraía irremisiblemente, incluso en contra de mi quebradiza voluntad. Y era mejor que quedarme sola en mi habitación la noche de San Valentín, idea que se me antojaba de lo más deprimente.
En un principio me negué en redondo, pues sabía que algo así no haría sino crecer la semilla de pavor que se había alojado en mí desde la otra noche, pero después de escuchar que Samantha tenía en su casa una habitación habilitada únicamente con propósitos cinéfilos, no tuve más remedio que rectificar. Debéis entenderlo. Además, debo confesar que tenía cierta curiosidad por ver la residencia de mi amiga y descubrir más cosas sobre ella.
Así que bajé de mi habitación para tomarme un bloody mary antes de que Christopher me condujera a mi destino, momento que pensaba aprovechar para pedirle disculpas por la reprimenda a la que le sometí el mes pasado. Pero cuando llegué a la sala de fiestas, la encontré completamente vacía. A esa hora Alessandro solía ultimar los detalles del bar para tenerlo todo preparado para el día siguiente, ya que era muy meticuloso, pero imaginé que se habría marchado antes de lo habitual para disfrutar de una romántica velada con su novia Agnieszka.
Mientras esperaba a que apareciera mi querido chauffeur, me serví yo misma un dry martini. Debo reconocer que no era tan delicioso como los de mi barman, pero tuve que conformarme.
Fue entonces cuando escuché el ruido. Los duendes del miedo abandonaron mis zapatos para recorrerme la columna, y automáticamente cayó sobre mi pamela una cascada de tenebrosas ideas sobre espíritus y aparecidos. Con el corazón latiéndome en las sienes, me dirigí hacia el origen del sonido armada con una cucharilla batidora.
Cuando se escuchó otra vez el ruido, pensé que iba a desmayarme allí mismo. Provenía del almacén. La puerta estaba abierta. Me acerqué a ella con el más absoluto sigilo, utilizando mis poderes de espía. Y cuando llegué, deseé estar muerta desde lo más profundo de mi ser.
La cucharilla se desprendió de mis dedos y cayó al suelo con estrépito. Me descubrieron. Salí corriendo sintiendo que ríos de lágrimas inundaban mis mejillas. Huí del hotel y, desesperada, me lancé sobre el primer taxi que encontré. Entonces vino una imagen a mi memoria: la Torre; y lo entendí todo.
¿Cómo voy a volver a mirarles a la cara? ¡Si ni siquiera soy capaz de describirlo aquí! ¡Oh, Dior mío, cuán nefasto es el destino, cuán cruel!
Mientras iba de camino al aeropuerto para escapar del país, no podía dejar de verlos una y otra vez, como el más terrorífico de los filmes inimaginables, reproduciéndose sin cesar en mis retinas. Había descubierto a Christopher envuelto en un torbellino de pasión abrasadora, comiéndose a besos a... mi barman.
Eternamente vuestra, y con el corazón roto
Pamela
En contra de lo aconsejable, me dejé seducir por la inesperada proposición de Samantha: una sesión nocturna de cine fantasmagórico. Sé lo que estáis pensando, queridos, ir a un desfile de Ágata Ruiz de la Prada también hubiera sido un buen sustitutivo y sin tan funestas consecuencias para mí, pero ella no hubiera conseguido que los astutos duendes del miedo se encaramasen a mis zapatos de tacón como lo conseguía un plan como ése. El cine de terror me atraía irremisiblemente, incluso en contra de mi quebradiza voluntad. Y era mejor que quedarme sola en mi habitación la noche de San Valentín, idea que se me antojaba de lo más deprimente.
En un principio me negué en redondo, pues sabía que algo así no haría sino crecer la semilla de pavor que se había alojado en mí desde la otra noche, pero después de escuchar que Samantha tenía en su casa una habitación habilitada únicamente con propósitos cinéfilos, no tuve más remedio que rectificar. Debéis entenderlo. Además, debo confesar que tenía cierta curiosidad por ver la residencia de mi amiga y descubrir más cosas sobre ella.
Así que bajé de mi habitación para tomarme un bloody mary antes de que Christopher me condujera a mi destino, momento que pensaba aprovechar para pedirle disculpas por la reprimenda a la que le sometí el mes pasado. Pero cuando llegué a la sala de fiestas, la encontré completamente vacía. A esa hora Alessandro solía ultimar los detalles del bar para tenerlo todo preparado para el día siguiente, ya que era muy meticuloso, pero imaginé que se habría marchado antes de lo habitual para disfrutar de una romántica velada con su novia Agnieszka.
Mientras esperaba a que apareciera mi querido chauffeur, me serví yo misma un dry martini. Debo reconocer que no era tan delicioso como los de mi barman, pero tuve que conformarme.
Fue entonces cuando escuché el ruido. Los duendes del miedo abandonaron mis zapatos para recorrerme la columna, y automáticamente cayó sobre mi pamela una cascada de tenebrosas ideas sobre espíritus y aparecidos. Con el corazón latiéndome en las sienes, me dirigí hacia el origen del sonido armada con una cucharilla batidora.
Cuando se escuchó otra vez el ruido, pensé que iba a desmayarme allí mismo. Provenía del almacén. La puerta estaba abierta. Me acerqué a ella con el más absoluto sigilo, utilizando mis poderes de espía. Y cuando llegué, deseé estar muerta desde lo más profundo de mi ser.
La cucharilla se desprendió de mis dedos y cayó al suelo con estrépito. Me descubrieron. Salí corriendo sintiendo que ríos de lágrimas inundaban mis mejillas. Huí del hotel y, desesperada, me lancé sobre el primer taxi que encontré. Entonces vino una imagen a mi memoria: la Torre; y lo entendí todo.
¿Cómo voy a volver a mirarles a la cara? ¡Si ni siquiera soy capaz de describirlo aquí! ¡Oh, Dior mío, cuán nefasto es el destino, cuán cruel!
Mientras iba de camino al aeropuerto para escapar del país, no podía dejar de verlos una y otra vez, como el más terrorífico de los filmes inimaginables, reproduciéndose sin cesar en mis retinas. Había descubierto a Christopher envuelto en un torbellino de pasión abrasadora, comiéndose a besos a... mi barman.
Eternamente vuestra, y con el corazón roto
Pamela
Etiquetas: Mi vida
lunes, abril 21, 2008 10:11:00 a. m.
Oh, mi rosada Pamela,
el amor entre hombres o entre hombre biónico y dios rosado es de lo más normal y aceptable.
Siempre rosado, y reivindicando el arcoiris,
NeoSangría de Rubies