Reencuentro con Christopher
miércoles, marzo 26
Queridos amigos virtuales,
Tras mi sesión con el fisioterapeuta, llegué al hotel y descansé durante tres días. Aunque sólo Michael sabía de mi regreso a Barcelona, los demás no tardarían en enterarse. Así que cogí mi móvil y, lanzándome a lo inevitable, llamé a Christopher para que me llevase a hacer unas compras.
Cuando el teléfono empezó a sonar me puse nerviosa, aunque cuando descolgó sufrí una descarga de adrenalina que me devolvió la serenidad. Christopher casi no se lo podía creer. Estaba tan sorprendido de que estuviera en Barcelona que se quedó callado al otro lado del teléfono. Eso me dio más confianza y me permitió mantener el control de la conversación. Tras unas parcas palabras, me indicó que llegaría en media hora.
No puedo negar que subí a la limusina envuelta en un aire gélido, aunque cortés. Intenté comportarme con normalidad, como si nada hubiera ocurrido un mes atrás. De alguna manera, el sueño que tuve en el avión me había hecho entender que no tenía ningún derecho a enfadarme por lo que dos personas adultas hubieran hecho de mutuo consentimiento. Nada me debían a mí. Me había sentido traicionada sin razón y me había comportado como una tonta colegiala. Y eso, queridos, tenía que cambiar.
– Siento mucho no estar presentable. Apenas he tenido tiempo de prepararme –se disculpó mi chofer.
– No te preocupes. Además la barba te sienta muy bien, querido. Vamos de compras. Ya sabes dónde tienes que ir.
– Enseguida.
Antes de que pusiera en marcha la limusina, me serví un par de dry martinis. Sé que no debía hacerlo porque aún estaba tomando calmantes, pero os juro que lo necesitaba para soportar la creciente tensión. Christopher no dejaba de mirarme de soslayo a través del espejo retrovisor, intentando leer en mi comportamiento alguna pista sobre mis pensamientos. Sabía que alguien tenía que romper el hielo, y por fortuna fue Christopher quién lo hizo.
– Pamela, tenemos que hablar.
– ¿Sí? –pregunté como si no supiera nada sobre la cuestión.
– Lo que ocurrió en el almacén... –comenzó. Sus ojos me miraban fijamente a través del espejo.
– No, Christopher –le corté, y me acerqué para poner mi mano sobre su hombro–. No tienes que darme explicaciones. Lo que vi no es asunto mío, y eso es todo.
– Es que tú no lo entiendes.
– Christopher, no hay nada que entender. De verdad, es que no tienes que explicarme nada. Lo que hagas en tu vida privada no me concierne en absoluto más que como amiga tuya.
– Yo...
– Y como amiga, querido, os doy todo mi apoyo. Quizá lo único reprobable sea el uso que le disteis al almacén –proseguí con un vendaval de palabras–, pero a excepción de eso, sois personas adultas y responsables de vuestras decisiones.
– No...
– Y vuestra opción sexual es tan respetable como cualquier otra. Yo os apoyo, y lo digo con la mano en el corazón, Christopher. El día que os caséis yo seré la primera en ofrecerme como dama de honor, te lo prometo. Una preciosa dama de honor. Sería imperdonable perderme un evento así.
– ¡¿Qué?!
– Ya lo estoy viendo, uno con traje blanco de Pertegaz y otro con traje negro de Emidio Tucci. Será una boda preciosa. Querido, no pongas esa cara. ¡Hoy en día ser gay es tan normal como ser heterosexual!
– ¡No soy gay! –explotó Christopher.
– No pasa nada, a mí puedes contármelo –sugerí comprensivamente mientras apuraba otro martini con una sonrisa–. Sé guardar un secreto, querido. Prometo no sacarte del armario por la fuerza.
Christopher dio un volantazo con la limusina y aparcó violentamente. Si no hubiera estado bajo los efectos del alcohol y los calmantes, seguramente me habría asustado, pero en lugar de eso me puse a reír frenéticamente. Christopher salió del coche y se introdujo conmigo en la parte de atrás.
– ¡Escúchame! –gritó cogiéndome de los hombros. La verdad es que parecía un poco desesperado, pero estaba tan increíblemente guapo como siempre–. ¡No soy gay!
– De acuerdo, no eres gay.
– ¡¿No me crees?!
– Christopher, te vi besándote con Alessandro, ¿qué esperas que crea? –Entonces comprendí–. ¡Ah, eres bisexual!
– ¡No!
– Lo siento, pero estoy confusa, querido. ¿Qué eres exactamente, extraterrestre?
Pude ver cómo la furia reverberaba en las pupilas de Christopher, concentrándose hasta prender la llama de la temeridad. Decidido, me abrazó con sus fuertes brazos y me besó con frenesí. Al principio me cogió desprevenida y me dejé llevar, pero al notar la presión de cierta parte de su cuerpo que no nombraré aquí, recuperé la cordura y conseguí apartarle de mí.
– ¡¿Pero qué haces?! ¡¿Te has vuelto loco?!
– ¿Lo ves? No soy gay –afirmó satisfecho, haciendo alarde de una bravuconería que me era totalmente desconocida–, y si quieres continuamos con la demostración.
Christopher estaba envalentonado cual toro de Miura. Su poderoso pecho subía y bajaba de plena excitación. El sudor le resbalaba sien abajo. Su mirada me atravesaba llena de un deseo sórdido y visceral. Me sentí tan mujer que estuve a punto de perder el control tras los cristales tintados de mi limusina y de entregarme a él a pesar de que Václav aún caminaba sobre el ala de mi pamela. Me encendí de tal manera que estaba a punto de transformarme en una fiera que nunca pensé que habría dentro de mí. Pero en ese momento un sonido llamó nuestra atención. Alguien estaba picando en la ventanilla. Nos recolocamos rápidamente y Christopher bajó el cristal.
Un agente de la guardia urbana apareció del otro lado.
– Los papeles y salga del coche –dijo en tono poco amistoso.
Siempre vuestra, y dentro de una caja de sorpresas
Pamela
Tras mi sesión con el fisioterapeuta, llegué al hotel y descansé durante tres días. Aunque sólo Michael sabía de mi regreso a Barcelona, los demás no tardarían en enterarse. Así que cogí mi móvil y, lanzándome a lo inevitable, llamé a Christopher para que me llevase a hacer unas compras.
Cuando el teléfono empezó a sonar me puse nerviosa, aunque cuando descolgó sufrí una descarga de adrenalina que me devolvió la serenidad. Christopher casi no se lo podía creer. Estaba tan sorprendido de que estuviera en Barcelona que se quedó callado al otro lado del teléfono. Eso me dio más confianza y me permitió mantener el control de la conversación. Tras unas parcas palabras, me indicó que llegaría en media hora.
No puedo negar que subí a la limusina envuelta en un aire gélido, aunque cortés. Intenté comportarme con normalidad, como si nada hubiera ocurrido un mes atrás. De alguna manera, el sueño que tuve en el avión me había hecho entender que no tenía ningún derecho a enfadarme por lo que dos personas adultas hubieran hecho de mutuo consentimiento. Nada me debían a mí. Me había sentido traicionada sin razón y me había comportado como una tonta colegiala. Y eso, queridos, tenía que cambiar.
– Siento mucho no estar presentable. Apenas he tenido tiempo de prepararme –se disculpó mi chofer.
– No te preocupes. Además la barba te sienta muy bien, querido. Vamos de compras. Ya sabes dónde tienes que ir.
– Enseguida.
Antes de que pusiera en marcha la limusina, me serví un par de dry martinis. Sé que no debía hacerlo porque aún estaba tomando calmantes, pero os juro que lo necesitaba para soportar la creciente tensión. Christopher no dejaba de mirarme de soslayo a través del espejo retrovisor, intentando leer en mi comportamiento alguna pista sobre mis pensamientos. Sabía que alguien tenía que romper el hielo, y por fortuna fue Christopher quién lo hizo.
– Pamela, tenemos que hablar.
– ¿Sí? –pregunté como si no supiera nada sobre la cuestión.
– Lo que ocurrió en el almacén... –comenzó. Sus ojos me miraban fijamente a través del espejo.
– No, Christopher –le corté, y me acerqué para poner mi mano sobre su hombro–. No tienes que darme explicaciones. Lo que vi no es asunto mío, y eso es todo.
– Es que tú no lo entiendes.
– Christopher, no hay nada que entender. De verdad, es que no tienes que explicarme nada. Lo que hagas en tu vida privada no me concierne en absoluto más que como amiga tuya.
– Yo...
– Y como amiga, querido, os doy todo mi apoyo. Quizá lo único reprobable sea el uso que le disteis al almacén –proseguí con un vendaval de palabras–, pero a excepción de eso, sois personas adultas y responsables de vuestras decisiones.
– No...
– Y vuestra opción sexual es tan respetable como cualquier otra. Yo os apoyo, y lo digo con la mano en el corazón, Christopher. El día que os caséis yo seré la primera en ofrecerme como dama de honor, te lo prometo. Una preciosa dama de honor. Sería imperdonable perderme un evento así.
– ¡¿Qué?!
– Ya lo estoy viendo, uno con traje blanco de Pertegaz y otro con traje negro de Emidio Tucci. Será una boda preciosa. Querido, no pongas esa cara. ¡Hoy en día ser gay es tan normal como ser heterosexual!
– ¡No soy gay! –explotó Christopher.
– No pasa nada, a mí puedes contármelo –sugerí comprensivamente mientras apuraba otro martini con una sonrisa–. Sé guardar un secreto, querido. Prometo no sacarte del armario por la fuerza.
Christopher dio un volantazo con la limusina y aparcó violentamente. Si no hubiera estado bajo los efectos del alcohol y los calmantes, seguramente me habría asustado, pero en lugar de eso me puse a reír frenéticamente. Christopher salió del coche y se introdujo conmigo en la parte de atrás.
– ¡Escúchame! –gritó cogiéndome de los hombros. La verdad es que parecía un poco desesperado, pero estaba tan increíblemente guapo como siempre–. ¡No soy gay!
– De acuerdo, no eres gay.
– ¡¿No me crees?!
– Christopher, te vi besándote con Alessandro, ¿qué esperas que crea? –Entonces comprendí–. ¡Ah, eres bisexual!
– ¡No!
– Lo siento, pero estoy confusa, querido. ¿Qué eres exactamente, extraterrestre?
Pude ver cómo la furia reverberaba en las pupilas de Christopher, concentrándose hasta prender la llama de la temeridad. Decidido, me abrazó con sus fuertes brazos y me besó con frenesí. Al principio me cogió desprevenida y me dejé llevar, pero al notar la presión de cierta parte de su cuerpo que no nombraré aquí, recuperé la cordura y conseguí apartarle de mí.
– ¡¿Pero qué haces?! ¡¿Te has vuelto loco?!
– ¿Lo ves? No soy gay –afirmó satisfecho, haciendo alarde de una bravuconería que me era totalmente desconocida–, y si quieres continuamos con la demostración.
Christopher estaba envalentonado cual toro de Miura. Su poderoso pecho subía y bajaba de plena excitación. El sudor le resbalaba sien abajo. Su mirada me atravesaba llena de un deseo sórdido y visceral. Me sentí tan mujer que estuve a punto de perder el control tras los cristales tintados de mi limusina y de entregarme a él a pesar de que Václav aún caminaba sobre el ala de mi pamela. Me encendí de tal manera que estaba a punto de transformarme en una fiera que nunca pensé que habría dentro de mí. Pero en ese momento un sonido llamó nuestra atención. Alguien estaba picando en la ventanilla. Nos recolocamos rápidamente y Christopher bajó el cristal.
Un agente de la guardia urbana apareció del otro lado.
– Los papeles y salga del coche –dijo en tono poco amistoso.
Siempre vuestra, y dentro de una caja de sorpresas
Pamela
Etiquetas: Mi vida