Cherry glamour
lunes, abril 21
La carta de Václav clavó en mi corazón mil flechas de flores que neutralizaron el veneno de las calumnias vertidas sobre él en mi club social. Al día siguiente la releí para impregnarme otra vez de su aroma, y ya sentía que a mi espíritu volvían a nacerle unas suaves alas de mariposa cuando el ángel de la oscuridad regresó para intentar cortárselas con su fría espada de maldad. Sin embargo, no estaba dispuesta a permitírselo.
Advertí su llegada por su forma de caminar por el pasillo, con los pasos cortos pero firmes de unos sensuales zapatos de tacón de aguja que hicieron que el vello de mi nuca se irguiera como el de una gata salvaje. Su forma de llamar a la puerta fue la segunda señal. El sonido de aquellos nudillos chocando contra la madera se parecía al de un pequeño tambor que anunciaba la llegada de la desolación que reinaría tras su paso. La señal definitiva fue su voz, que vibraba con un siseo maligno en cuyo fondo habitaba una peligrosa tentación.
Era ella, la malhechora, la traicionera. Era Samantha Nouveau.
– Pamela, ¿estás ahí? Me han dicho que habías vuelto y, bueno, sólo pasaba para saludarte.
Mis ojos se convirtieron en dos líneas horizontales que atravesaron la puerta para examinar a mi enemigo mortal. Me imaginé cómo iba vestida, seguramente con un maravilloso Versace negro acompañado de los complementos perfectos que ensalzaran su estilizada figura. La cicatriz de su cara, camuflada bajo el maquillaje, ya no me inspiraba ninguna lástima. Esa deuda ya había sido saldada con el anillo.
Tras el exhaustivo análisis imaginario, me coloqué junto a la pared para evitar el aura de oscuridad que ya se filtraba bajo la puerta y esperé, concentrada en mi respiración. Cuando los pasos me indicaron que se había marchado, abrí. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme a un hombre allí plantado.
– ¡Michael! –grité mientras le tomaba del brazo y examinaba ambos lados del pasillo–. ¿Qué haces aquí?
– Venía a verte, te lo dije ayer –respondió sorprendido. Yo seguía mirando el pasillo–. ¿Buscas a alguien?
– ¿No la has visto?
– ¿A quién? –Michael me miraba como si estuviera loca y buscara a los enanitos de Blancanieves.
– Vamos, rápido, por el ascensor de servicio –concluí mientras arrastraba con brusquedad a mi anonadado amigo. Hasta que las puertas no se hubieron cerrado, no respiré tranquila. De repente me sentí como una espía, huyendo del peligro.
– ¿De quién huimos?
– ¿De verdad quieres saberlo? –pregunté.
– Querida, curiosidad es mi segundo nombre –indicó con las cejas alzadas–. No pierdas más tiempo, suéltalo.
– De una amiga. –Dudé en contarle a Michael la verdad porque, en realidad, no estaba segura de qué grado de amistad le unía con Samantha. Sabía que ella era clienta suya, y que iban a comer juntos de vez en cuando, ¿pero de qué lado estaría Michael ante un conflicto entre ambas? Samantha era realmente encantadora y persuasiva, tenía demasiadas armas en su poder–. Bueno, en realidad es sólo una conocida. Ya sabes, una de esas personas que una vez te ven no paran de hablar durante horas y horas, y una no sabe cómo quitársela de encima –mentí–. Un verdadero sopor.
– Oh, te entiendo muy bien, querida, tengo clientas parecidas. Y dime, ¿ya estás mejor?
– ¿Mejor?
– Bueno, lo pregunto por que hace días que ni siquiera me abres la puerta.
– Ah, sí, pero querido, no hace falta ser sarcástico, aunque tengas todo el derecho. Sí, estoy mucho mejor. De hecho, tú y yo nos vamos a la playa ahora mismo a dar el paseo que debimos dar el otro día.
– ¿Ah, sí? –preguntó con una sonrisa–. ¿Y a qué se debe este repentino cambio?
– No sé. Digamos que he recapacitado y reestablecido mis prioridades. He decidido que no voy a permitir que ninguna habladuría cambie el curso de mis días, si puedo evitarlo.
– Brindaré por ello en cuanto tengamos un martini en la mano.
– Una gran idea, querido.
Ya en la playa, paseamos tranquilamente hasta llegar a una terraza donde nos sentamos a tomar un tentempié. La conversación que mantuvimos fue divertidísima, y allí sentada pensé que Michael resultaba una extraordinaria compañía. Era un hombre apuesto a la par que inteligente, ingenioso y atrevido, sin contar con el hecho de que poseía un increíble don para esculpir belleza con las manos, literalmente. Me pregunté cuál sería la causa de que no estuviera prometido o casado, y cómo era posible que nunca me hubiera presentado a alguna novia.
– ¿Sabes qué me apetece? –dijo.
– Qué.
– Sentir la arena en los pies.
– ¡Querido, pero qué iniciativa tan pedestre!
– ¡Vamos, será divertido! –exclamó mientras me tendía la mano–. No seas estirada.
– ¡No soy una estirada!
– Demuéstralo –me retó. Titubeé, pero al final le tomé la mano.
Michael me arrastró corriendo por la playa mientras nos reíamos sin motivo, hasta que caímos agotados por la falta de oxígeno. Cuando recuperó el aliento, se descalzó y me retiró las sandalias. Si mi tía me hubiera visto en aquellas circunstancias, se hubiera puesto histérica ante mi absoluta falta de modales, pero lo cierto era que mi tía no estaba allí, así que dejé de preocuparme, estiré las piernas cuanto pude y dejé que la arena se deslizara entre los dedos de mis pies. Me fijé en que el sol ya se estaba poniendo, así que cogí mi bolso y saqué la caja que llevaba en él.
– ¿Qué es eso? –preguntó Michael.
– Algo delicioso.
– ¿De verdad?
– Sí. Es una caja de cherry glamour que había encargado para hoy.
– No puedo creerlo. ¿Cerezas, en el bolso? –Michael parecía incrédulo.
– Oh, sí, pero no son unas cerezas cualesquiera –dije mientras abría la caja de madera–. Son las mejores. Cada mes de abril suelo comprar, al menos, una caja. Es un placer imprescindible para el paladar. ¿No te parece?
– Pamela, eres fascinante –Michael se echó a reír.
Y, mientras Michael me colocaba entre los labios una glamourosa cereza, disfruté de un inesperado e inusual atardecer.
Absolutamente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, noviembre 12, 2008 5:19:00 p. m.
Querida, como siempre, tu fortaleza me inspira.
Olvida los chismes, los dimes y diretes, si les deslumbra tu brillo, que se pongan lentes de sol.
Besos!!