Barbie Pamela

martes, junio 10


Queridos amigos virtuales,

Mientras esperaba a que volviera Jabes y, algo turbada, me desprendía de mi perfecto vestuario, pensé en los motivos que podían llevar a la Marquesa de Roncesvalles a tratarme así. Me di cuenta de que con nadie se comportaba de manera tan descortés, por lo que tenía que haber, necesariamente, algún motivo por el que lo era conmigo. Repasé nuestros encuentros pasados, aunque hacía bastantes años que nos conocíamos, y vi con claridad que al inicio de nuestra esporádica relación las cosas habían sido diferentes. Al principio, cuando nos presentó una conocida en el club social, me trataba con cortesía y solía llamarme por mi primer nombre. Era muy amable conmigo e incluso mantuvimos, según recuerdo, conversaciones que me resultaron gratas y hasta interesantes. Ahora era todo lo contrario. Me pregunté por qué y, extrañada, me percaté de que no lo sabía. El cambio debía haber sido lo suficientemente gradual para que no fuera consciente de él, o tal vez hubiera un punto de inflexión trascendente para ella que a mí se me pasara por alto. ¿Pero qué podía haberle hecho yo?

– Bueno, ya estoy aquí –dijo Jabes al entrar con su tono animado de siempre–. ¿Preparada?
– Ya lo ve –contesté desde el agujero de la camilla, intentando imaginarme que no estaba en ropa interior–, soy muy obediente.
– En efecto, así da gusto. Y cómo va la zona. ¿Alguna molestia después de nuestra última sesión? –preguntó mientras me palpaba con suma delicadeza, causándome una rebelión en la piel.
– Oh... –suspiré cuando me masajeó. Tenía las manos más suaves que me habían tocado jamás–. Lo cierto es que no –susurré.
– Fantástico. ¿Y agujetas?
– Ah... –gemí. Definitivamente, aquel hombre tenía un don para manipular mi cuerpo. Me tuve que concentrar para responder–: No muchas.
– Perfecto. Ahora dése la vuelta –ordenó.

Os pido que me disculpéis por lo que voy a escribir, queridos, porque sé que es de lo más vulgar, pero la conversación y mi estado de enajenación mental transitorio me hicieron pensar, escandalizada, que si no fuera por el contexto cualquiera hubiera creído que íbamos a hacer ejercicios muy distintos a los de una sesión de fisioterapia. Esa idea generó una ola de calor que me recorrió el cuerpo entero. Intenté apartarla de mí, pero al no llevar la pamela me fue imposible.

– ¿Darme la vuelta?, ¿por qué? –inquirí, consternada ante la idea de estar boca arriba y que se me notara el sofoco.
– Hoy empezaremos por otros ejercicios –explicó.
– Está bien –dije resignada, girándome con los ojos cerrados.

Primero me obligó a estirar el cuello, lenta pero contundentemente, y luego cada tramo de mis brazos. En sus manos el cuerpo humano parecía una máquina a la que estuvieran poniendo a punto. Él, como mecánico, la desoxidaba y engrasaba, aunque la idea de ser ungida de aceite de motor no se me antojó demasiado saludable. Me obligó, con la potencia de su fuerza, a estirar los músculos hasta límites que no sospechaba que fuera capaz de alcanzar. Después pasó a las piernas y, cuando estaba casi encima de mí con una de ellas flexionada bajo su pectoral y yo intentaba concentrarme en el techo para evitar los libidinosos pensamientos que me suscitaban semejante postura, dijo:

– Ahora voy a presionar con fuerza. Avíseme cuando sienta que el tendón le tira de la cadera. Puede que esto le duela un poco.
– Ahá –sólo acerté a decir. La verdad es que, aunque me hubiera dicho que iba a matarme, no hubiera podido decir otra cosa, tan abochornada estaba.
– ¿Aún no nota que le tira? –me preguntó cuando tenía mi rodilla derecha prácticamente tocando mi seno izquierdo.
– No.
– ¿Ahora? –volvió a preguntar cuando la rodilla ya lo presionaba considerablemente. A tan corta distancia la belleza de su rostro impresionaba y la situación se me hacía ciertamente embarazosa.
– Un poco, pero no duele –conseguí articular bajo el peso de su masculino cuerpo.
– ¿Es usted hiperlaxa? –indagó mientras se ponía en pie y rodeaba la camilla, de manera que se situaba justo sobre mi cabeza. Incluso visto al revés y haciendo aquellos extraños parpadeos, Jabes era atractivo.
– Disculpe mi ignorancia, pero no le entiendo –reconocí, aunque no sabía si era porque no entendía la palabra o porque a esas alturas ya padecía encefalograma plano a causa del calor.
– Me refiero a si es usted más flexible de lo normal –aclaró.
– No. Creo que soy normal.
– Pues es muy flexible –concluyó.

Al realizar un nuevo ejercicio Jabes echó medio cuerpo sobre mí para ejercer presión sobre la cadera. Ignoro cómo fue, pero cuando mis pestañas aletearon vi...

No puedo escribirlo. Lo he intentado durante horas, queridos, pero no he sido capaz de teclearlo. ¡Oh, qué vergüenza! ¡Qué desconcertante y bochornosa situación! Jamás en mi corta existencia me habría imaginado que me encontraría en tales circunstancias. Estoy segura de que todo era cosa de los dioses, que se estaban divirtiendo a mi costa. Pero qué podía hacer yo, pobre ingenua, víctima de la rueda destino y sus infortunios, ¿qué? ¿Acaso era capaz de cambiar el curso de los acontecimientos a los que los poderosos dioses habían decidido someterme como desdichada mortal?

Está bien. ¡Lo escribiré! ¡Lo haré por vosotros! Porque no soporto vuestra mirada ni una centésima más. Cuando mis pestañas aletearon pude ver... que una parte de la prodigiosa anatomía de aquel hombre, cubierta tan sólo por un pantalón fino, estaba alarmantemente cerca de mi rostro. ¡A milímetros de distancia! Mi tez se encendió y sin darme cuenta contuve la respiración. Turbada y asfixiada, no supe qué hacer hasta que un inmenso dolor me hizo gritar:

– ¡Ay, dolor, dolor!
– ¡Le he dicho que me avisara cuando le tirase! –me reprochó Jabes al liberarme. Estaba preocupado por si me había hecho daño.
– Lo siento, querido. Se me ha ido la pamela al cielo –me excusé.
– Bueno, ya está bien por hoy. Terminaremos con un masaje relajante.

Jabes devolvió la pierna a su posición original muy lentamente, poniéndome una mano en el glúteo y otra en el muslo. Mi piel se encendió inútilmente otra vez. Me hubiera gustado pensar, queridos, que aquel maravilloso especímen de varón humano había intentado abusar de mi cuerpo pero, envuelta en mi ropa interior de encaje, de repente me vi como una Barbie gigante a la que estuvieran manipulando tras salir de producción. Era como si pretendiera ser sexy y, sin embargo, no vieran en mí más que un amasijo de plástico. Me sentí privada de mi feminidad y sorprendentemente asexual, a pesar de llevar un maquillaje de infarto a juego con la escasa tela que me cubría.

Frustrantemente vuestra, y asexuada
Pamela

Etiquetas:

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Maxi

    jueves, junio 04, 2009 11:29:00 a. m.

    Pamelaaaaaaaa!!! Pero cómo no vas a resultar sexy? Mira, yo no te conozco, pero por tu forma de escribir resultas una persona interesante, misteriosa y sobretodo muy sexy, así que no te preocupes porque nadie te va a tomar por una muñeca de plástico!!!

     
  1. Escrito por Anonymous Pamela

    viernes, junio 05, 2009 11:46:00 a. m.

    Querido Maxi,

    Muchas gracias por tus zalamerías. Me han hecho sentir muy bien, pues oscuras pesadillas de Barbies gigantes amenazaban con asediarme.

    Agradecidamente tuya,
    Pamela

     

Susúrrame  |   Inicio