Alter egos

lunes, julio 14


Queridos amigos virtuales,

Las puertas del ascensor se cerraron y el nudo que tenía en la boca del estómago se estrechó. Sacudí las piernas para que los nervios se escurrieran rodillas abajo y me miré en el espejo. La sonrisa de mi reflejo no era demasiado convincente.

—Buenos días, Pamela —me saludó la secretaria de Michael al salir del ascensor.
—Hola Carla.
—¿Tenías cita con Michael? —preguntó mientras comprobaba su agenda.
—Venía de visita informal. No sabe que estoy aquí.
—Pues me temo que no está. Ha salido. Creo que regresará en un par de horas.
—Vaya, qué contrariedad —suspiré.
—¿Estás bien, Pamela? Te noto angustiada.
—Estoy bien, querida. Sólo he tenido una sesión un poco rara con mi psicoterapeuta, pero gracias por preguntar.
—Entiendo.
—¿Y tú cómo estás? —pregunté—. Pareces algo preocupada.
—Bueno —dudó. Pareció debatir algo interiormente. Después comprobó que estábamos solas y, en tono más bajo, prosiguió—: Es que acabo de discutir con mi novio.
—Oh, lo lamento —dije, un poco asombrada por la confidencia.
—¿Te importa si te lo cuento? Me gustaría saber tu opinión —sugirió tímidamente.
—Por supuesto, es lo menos que puedo hacer después de lo que hiciste por mí el último día.
—¿A qué te refieres? —Carla puso cara de hacer memoria.
—Ya sabes, cuando me escondí ahí —insinué mirando su mesa de trabajo. Recordé que desde entonces Carla no había vuelto a tratarme de usted.
—Por favor, si aquello no fue nada —sonrió.
—¿Y qué le ocurre a tu novio?
—Ah, verás, a mí me gusta mucho bailar, así que me apunté a unas clases de salsa que imparten en un local. Resulta que al profesor le gustó mucho mi estilo y me propuso que fuera una noche a hacer una prueba.
—¡Es fantástico, querida! ¿Una prueba de qué?
—De baile, para animar el local por la noche.
—¿Quieres decir para ser bailarina?
—Exacto, para trabajar de gogó.
—Oh —acerté a decir, anonadada con el descubrimiento.

Jamás se me hubiera pasado por la pamela que Carla se dedicara a animar locales nocturnos en su tiempo libre. Era una chica aparentemente tímida, e imaginármela bailando bajo los focos de un bar me resultaba chocante. Aunque os parezca mentira y ni yo misma sepa explicármelo, sentí envidia de la libertad de espíritu de Carla.

—Y hemos discutido porque mi novio no quiere que lo haga. Es demasiado celoso. Le he dicho que sólo quiero hacerlo porque me gusta bailar y es una experiencia que siempre he querido vivir, pero no le gusta. Dice que entiende mi punto de vista y que confía en mí, pero que la idea de que esté rodeada de hombres mirándome se le hace insoportable. Y ahora no sé qué hacer —terminó. Tenía cara de estar enfrentándose a un dilema.
—Bueno —comencé. Me sentí enardecida ante la idea de convertirme por unos minutos en consejera conyugal—, yo creo que es normal que sienta celos. Sólo una persona extremadamente segura de sí misma se quedaría impertérrita ante semejante idea.
—¿Entonces tiene razón? ¿No debería hacer esa prueba?
—Eso tendrás que valorarlo tú misma. Está claro que tendrás que elegir entre el baile y la tranquilidad mental de tu novio, todo depende de lo mucho que desees vivir esa experiencia. Es importante para ti, ¿verdad, querida?
—Sí, siempre he querido probar algo así, aunque fuera sólo un par de veces, y me temo que si dejo escapar esta oportunidad nunca vuelva a repetirse —dijo, y se le escapó un suspiró.
—Quizá... —Tuve una idea.
—Qué.
—Si sólo quieres probarlo, ¿no podrías hacer la prueba y después dejarlo? Se trataría de un hecho puntual, no de algo que tu pareja tuviese que aguantar todos los días.
—¡Es cierto! ¡Tienes toda la razón!
—¿La tengo?
—Sí. Voy a hacer esa prueba. Gracias, Pamela, me has ayudado mucho.
—De nada —contesté. Me sentí tan bien que el nudo de mi estómago se deshizo. Luego recordé la bolsa que llevaba en la mano—. Casi me olvido, no sé dónde tengo la pamela. Te he traído esto.
—¿Qué es?
—Un detalle insignificante, para agradecerte tu amabilidad.
—¿Un regalo? ¿Para mí? ¡Oh, qué ilusión! No tenías que haberte molestado —apuntó mientras rasgaba el papel de regalo a gran velocidad—. ¡¿Unos Prada?!
—¿Te gustan?
—¿Bromeas? ¡Son increíbles! —exclamó mientras se quitaba sus zapatos y se ponía los nuevos, olvidando que se encontraba en su puesto de trabajo—. ¡Me encantan! ¿Pero cómo sabías mi número?
—Querida, tengo muy buen ojo para las tallas. Además, tuve tiempo de verte bien los pies cuando estuve bajo tu mesa —me reí.

Carla se quedó maravillada con el detalle, aunque era lo menos que podía hacer después de cómo se portó conmigo. Estuvimos charlando un poco más antes de que me marchase. Después, cuando bajaba en el ascensor, pensé en lo mucho que nos sorprenden las personas cuando ahondamos un poco más en sus vidas. Es increíble. Damos por hecho que sabemos a que dedica la gente su tiempo libre y, de repente, te das cuenta de que no sabías nada. Carla era secretaría de día y bailarina de noche, una excitante y curiosa combinación.

Es como si dentro de cada uno de nosotros hubiera un grupo de alter egos. En realidad, yo tampoco era una excepción. Como mínimo tenía una detective privada, una amazona interior, una súper heroína justiciera y una Mata Hari.

Sinceramente vuestra, y resbalando en la curiosidad
Pamela

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