¿Donde están las llaves?
martes, agosto 19
Noté que la sangre fluía tan rápido en mis venas que corría el peligro de sufrir uno de mis inoportunos desmayos por hiperventilación, así que me obligué a confiar en el destino y me serené pensando que lo que yo estaba haciendo no era nada comparado con el allanamiento de morada que James acababa de perpetrar. Por tanto, recogí sosegadamente las llaves de la motocicleta del suelo y volví al taxi silbando como si tal cosa.
De pronto un sonido me sobresaltó y el corazón me dio un vuelco, tanto que casi me caí de los tacones. Era mi móvil otra vez, entonando su inoportuna canción. Entré en el taxi rápidamente, ocupé mi precario escondite y descolgué.
—¿Sí? —susurré.
—Débora, ¿eres tú?
—¿Quién es? —No tenía registrado el número en mi agenda.
—Soy yo, Berenguela.
—¿Quién? —pregunté otra vez, aunque sólo había una persona en el mundo que me llamaba por mi segundo nombre.
—La Marquesa de Roncesvalles.
—Ah —murmuré. La sorpresa me dejó muda. ¿La Marquesa llamándome al móvil?
—Me he enterado de algo en el club y quería hacerte una proposición —sugirió. Tenía un acento que hacía que no la entendiera del todo bien, como si arrastrara las sílabas.
—Ahora estoy ocupada. ¿Le importa si hablamos en otro momento? —pregunté mecánicamente. Tenía la atención centrada en los movimientos de James y no procesaba bien la conversación, lo cuál, tratándose de la Marquesa de Roncesvalles, era bastante peligroso.
—Sólo será un minuto, querida. Es que me han comentado que estás organizando un desfile benéfico y quería ofrecerme para ayudar desinteresadamente —sugirió con amabilidad.
—Eh... —balbucí. La gentileza de la Marquesa me descoyuntaba el cerebro. Debo confesar que en mi fuero interno la prefería cuando era desagradable, porque así al menos sabía a lo que atenerme. Al fin se me ocurrió algo que contestar—: Oh, se lo agradezco pero no será necesario.
—¡Tonterías! —chilló llena de una repentina excitación, casi haciéndome estallar el tímpano. Hubiera jurado sobre la tumba de Dior que la Marquesa estaba ebria—. Dos manos más siempre son de utilidad para ayudar en una buena causa.
—Como quiera —me apresuré a contestar, histérica al ver que James aparecía sobre la verja de mi casa. No tenía más remedio que aceptar su propuesta si quería que me dejara en paz—, nos veremos en mi hotel. Lo siento mucho, pero ahora tengo que colgar.
—¡Espera! —chilló otra vez, desafiando la barrera del sonido y de mi resistencia auditiva—. Sólo una cosa más: ¿te apetece que vayamos juntas a la peluquería esta tarde? —lo dijo en un tono tan extrañamente amoroso que todos mis vellos se izaron a la vez.
—Oh, de veras que me encantaría, pero no puedo, lo siento —dije mientras me regocijaba en cómo James buscaba las llaves por todas partes, desesperado. Se estaría preguntando dónde las había metido, estando seguro de haberlas dejado en el contacto—, quizá en otra ocasión. Hasta luego.
No tuve tiempo para pensar en la extraña llamada de la Marquesa porque colgué cuando James se había cansado de buscar y venía hacia el taxi. Quizá se debía a que era rubia natural, o puede que a los nervios, no lo sé, queridos, pero no se me había pasado por la cabeza que lo primero que haría James al no encontrar las llaves sería buscar un medio de transporte alternativo, ¡como el taxi en el que yo me encontraba!
Sin saber muy bien lo que hacía, repté para llegar a la puerta del coche y me inspiré en Mata Hari para dejarme caer a la calzada con gracia y sigilo, aunque debo reconocer que con más gracia que sigilo, puesto que se me escapó el maletín y, como todavía estaba abierto, algunas de mis pertenencias se desparramaron por todas partes. Al igual que me ocurrió con Carla cuando me escondí bajo su mesa, tuve la sensación de que jamás recuperaría la dignidad que acababa de perder ante Johanna.
Cerré la puerta en el justo momento en que James entraba por el lado opuesto del coche y ocupaba el asiento del copiloto. Me puse a recoger mis preciados enseres, hasta que el taxi arrancó y me tapé la cara con las manos en un absurdo intento de hacerme invisible. Cuando volví a mirar, el coche se encontraba a cierta distancia y yo estaba acuclillada allí, sola en medio de la calzada, rodeada de productos de belleza. Afortunadamente no parecía haber vecinas a la vista, si no a saber lo que hubieran urdido sus pérfidas mentes en el club social.
Sólo tenía unos segundos para tomar una decisión. Mi cuerpo actuó por instinto, movido por el arrojo de mi espía interior. Cogí el maletín, corrí hasta la motocicleta y arranqué, dispuesta a seguir a aquel taxi hasta el fondo del mar si era necesario.
Motorizadamente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, marzo 17, 2010 11:04:00 p. m.
orujo de hiervas
Pero que haces? para ir en moto hace falta casco, no me seas ruvia anda.