Aliados imprevistos

jueves, mayo 8


Queridos amigos virtuales,

La mirada de Carla, penetrante como la de una tigresa a punto de saltar sobre su víctima, dejó de atravesarme cuando habló su jefe. Si la secretaria me delataba, tendría que enfrentarme a una conversación con Michael para la que no estaba en absoluto preparada. Para estarlo, primero tendría que meditar acerca de todo lo ocurrido en aquel despacho, sopesar las posibilidades.

– ¿Ocurre algo Carla? –preguntó Michael.

Carla no respondió. Se quedó callada, pensativa. ¡Su silencio estaba desquiciándome! Tanto era así que a punto estuve de gritar yo misma que estaba debajo de la mesa para acabar con aquel suplicio interminable.

– ¿Carla? –insistió Michael.
– Sí –contestó ella, dando fin de una vez a aquella insoportable sensación de apremio había estado a punto de asfixiarme–, ¿puedo saber por qué la buscan?
– ¿A Pamela?
– Ahá.
– Iba a ir a comer con mis amigos y queríamos invitarla a venir –sugirió Michael. Un sonido me indicó que los hermanos acababan de subir al ascensor.
– Ahora volvemos –dijo Samantha.
– De acuerdo –respondió Michael.
– ¿Desea que la localice? –Carla clavó en mí sus ojos de miel, haciéndome sentir que tendría que pagar un precio por su colaboración.
– No importa. La llamaré luego.
– Muy bien. Entonces si no me necesita me marcho a comer.
– Puede irse. Gracias.

Al marcharse Michael, suspiré, aliviada. Salí gateando de debajo de la mesa y me alisé el vestido, como si con ello pudiera recomponer la poca dignidad que me quedaba frente a la secretaria. La miré con la dureza que me confería el orgullo resquebrajado, pero después rectifiqué, sumisa.

– Muchas gracias por no delatarme –agradecí.
– No ha sido nada. Qué sería de nosotras si no nos ayudásemos, ¿verdad? –añadió amablemente–. ¿Puedo hacer algo más por ti? –Carla nunca antes me había tuteado, lo que me hizo pensar que jamás me volvería a ver igual tras la escena que acababa de presenciar. El trato deferente que acostumbraba a ofrecerme se había perdido con su respeto.
– Pues verás... –titubeé, avergonzada por formular una petición–. Si fueras tan amable de pedirme una limusina.
– Creo que esta vez será mejor un taxi, es más rápido –sentenció, acompañando sus palabras con un ligero guiño. Su amabilidad me resultaba turbadora.
– Si así lo crees... –Lo cierto era que no estaba en posición de exigir.
– Llegará enseguida –dijo al colgar el teléfono–. Ven conmigo por favor, acompáñame.

Una vez hubo cogido su abrigo y su bolso, la seguí cojeando hasta el ascensor. Ya dentro, me quité el otro zapato, lo metí en el bolso y bajé la cabeza. Sin embargo no pude evitar mirar de reojo a través del espejo. Carla observaba el techo con una sonrisa de pendiente a pendiente. ¡Qué bochorno, queridos, y encima me había dejado la pamela en el despacho de Michael! ¡Nada podía ir peor!

Llegamos a la planta baja, donde posiblemente me estarían esperando James y Samantha. Me estaba preparando para el destructor embiste psicológico que supondría atravesar la salida descalza cual pordiosera, sin pamela ni zapatos, cuando Carla me guió a través de un pasillo que no recordaba haber recorrido antes.

– Vamos a salir por el otro lado –anunció, respondiendo a mis pensamientos–. Es la otra salida, ya sabes.
– ¿La otra salida? ¿Quieres decir que hay una salida secreta? –pregunté, confusa a la par que satisfecha. Mi espía interior erizó el cuello.
– Yo no diría secreta, es más bien discreta –me corrigió Carla.
– Perdona mi indiscreción pero... ¿puedo preguntar para qué sirve?
– ¿No lo sabes? –me preguntó, extrañada.
– ¿Debería?
– Pensé que siendo amiga de Michael... Hay ocasiones en la que algunos clientes no quieren ser vistos entrando o saliendo de la clínica.
– Oh, comprendo. –De modo que usaban aquella salida para que nadie supiera que estaban recibiendo tratamientos de cirugía estética, pensé. De pronto mis engranajes neuronales se pusieron en marcha–. ¿Y puede alguien averiguar quién ha utilizado este sistema?
– No debes preocuparte, sólo algunos empleados lo conocemos. Ahora mismo soy la única que sabe que vas a salir por aquí.
– Entonces, si estuviera, digamos, pensando en hacerme algún retoque sin importancia, nada del otro mundo, ¿nadie podría enterarse de ninguna forma?
– Sólo tu médico y algunos empleados de la clínica –contestó. Las respuestas de Carla eran precisas, seguramente habría respondido aquellas preguntas cientos de veces, aunque no lo pareciera–, y aquellas personas con acceso a tu historial. Además, los transportes que utilizamos de ser necesarios son de confianza.
– ¿Y qué les impide a los empleados, por ejemplo, utilizar esa información?
– Revelar información confidencial supone el despido inmediato, sin mencionar el hecho de que ninguna clínica de este país contrataría al empleado en cuestión. La discreción es una cualidad indispensable en este trabajo.
– Interesante –afirmé.
– ¿Estás pensando en pasar por quirófano? –Carla se detuvo y me miró. Aquella pregunta era del todo improcedente y no tardó en darse cuenta–. Oh, lo siento –se disculpó, nerviosa, antes de seguir avanzando por el pasillo–, no sé qué me ha pasado. No volverá a suceder.
– No tiene importancia. –La cogí del brazo para tranquilizarla–. Después de esconderme debajo de tu mesa, querida, no creo que sea demasiado preguntar –reí. Ella se rió conmigo, más calmada.
– Hemos llegado –sentenció.

Carla intercambió unas palabras con un caballero que surgió de la nada y abrió una puerta que daba acceso a una elegante sala de estar. Me sentí como una importante agente secreto a la que mis secuaces estaban ayudando a escapar. Atravesamos otra puerta y nos hallamos en una estancia menos iluminada, de alguna forma similar a un garaje. Allí un coche esperaba, delante de un cortinaje, a punto para partir. Me despedí de Carla tras numerosas muestras de agradecimiento y subí al auto. La cortina ya se estaba abriendo cuando mi teléfono móvil se puso a tararear.

– ¿Sí? –respondí con un susurro, imaginando que oídos indiscretos podían estar acechando desde las sombras.
– Pamela –dijo la voz de Christopher–, ¿estás ahí?
– Querido, ¿desde dónde llamas? No aparece tu número en pantalla.
– Pamela, estoy en comisaría. Me han detenido.

Presuntamente vuestra,
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Blogger javier, ni más ni menos

    viernes, febrero 27, 2009 4:27:00 p. m.

    ay maaaaaaaadre
    qué intrigas
    qué intrigas


    pensaba, bueno, al menos no ha tardado en darnos la continuación, pero esto, ahora.... ayyyyyy

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, marzo 02, 2009 10:01:00 a. m.

    Querido Javier,

    No te apures amigo mío, pues muy pronto continuaré el relato de mi vida. Es una promesa. Y muchas gracias por leérme, es todo un detalle por tu parte. Brindo por ti, querido.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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