Tres gritos

lunes, mayo 5


Queridos amigos virtuales,

Mientras esperaba en la limusina a que Christopher regresara del hotel, pensé en cómo podía averiguar qué hacía aquel símbolo nazi en el colgante de mi madre. Evidentemente, le preguntaría a Ambrosio al respecto la próxima vez que le visitara en la Toscana, pero no podía contar con él para que me diera una información fiable, ya que con el paso de los meses su Alzheimer había ido a peor y muchas veces ni siquiera me reconocía. Pensé en preguntarle a mi tía Serena, pero los vellos de todo mi cuerpo se alzaron al unísono en señal de protesta, motivo por el que quedó descartado. A pesar de lo aterrador que se me antojaba, sólo podía hacer una cosa: volver a someterme con Linus a una nueva sesión de hipnosis.

– ¿Dónde? –dijo Christopher tras cerrar la puerta de la limusina.
– Oh, ¿ya estás aquí? Pues vamos a la clínica de Michael, quiero pasar a saludarle. ¿Por qué cierras las puertas? –pregunté al ver que los seguros descendían–. ¿Christopher?

Fue entonces cuando la piel se me heló, al mirar por la ventanilla y ver a Christopher corriendo hacia la limusina. Entonces, ¿quién estaba arrancando? Por la cabeza se me pasó una sucesión de villanos que querrían secuestrarme para pedir un cuantioso rescate, y el corazón se me encogió hasta casi desaparecer. El fantasma de Alfred se sentó a mi lado con una sonrisa siniestra. Grité tan fuerte que los cristales tintados estuvieron a punto de estallar.

– ¡No grite! –vociferó la voz del conductor mientras bajaba el cristal separador–. ¡Soy yo!
– ¡¿James?!
– El mismo –sonrió.
– ¿Es que ha perdido la cabeza? –inquirí con el rencor paseándose a sus anchas por las ondulaciones de mi voz.
– ¿Por qué lo dice?
– A parte de que casi me mata del susto, ¡esto es un secuestro!
– ¿Un secuestro? –preguntó con ironía, y se echó a reír.
– ¿Le hace gracia? No se reirá tanto cuando vaya a la policía.
– ¿Lo ha olvidado? Qué mala memoria tiene para algunas cosas, Pamela. Me debe una mañana, ¿recuerda? Esto no es un secuestro, es la cancelación de una deuda.
– ¿Deberle yo? Usted está loco.
– Fue un contrato verbal. Me lo prometió para que le devolviera la carta de su locuaz enamorado. ¿Václav se llamaba? Sí, el novio de aquella mujer que, si no recuerdo mal, la amenazó de muerte.
– Dé la vuelta y vuelva al hotel –sentencié con un fogonazo de ira ardiéndome en las pupilas–. No quiero verle la cara ni un minuto más.
– Ni hablar. ¿La dirección de la clínica de Michael?
– No pienso decírsela.
– Está bien, entonces la llevaré donde yo quiera –indicó. No respondí–. Ah, y permítame aconsejarle que despida a su chofer, ha sido una imprudencia dejarla sola con la puerta abierta. No, no es necesario que me lo agradezca.
– Cállese, es usted odioso –ordené mientras cogía el móvil, que acababa de empezar a sonar. Era Christopher–. Querido. Sí, sí, tranquilízate. ¡¿Qué?! No, detente ahora mismo y deja de hablar por el móvil mientras conduces, ¿es que quieres matarte? No, no te preocupes, estoy bien. Ha sido un amigo que quería gastarme una broma. Sí, lo sé, es increíble, es que no tiene muy refinado el sentido del humor. Él cree que tiene gracia, ¿sabes? No, querido, no es culpa suya, es que las ideas se le dispersan con tanto espacio en la cabeza –ironicé mientras veía a través del espejo retrovisor cómo James arqueaba una ceja–. Tú regresa y devuelve ahora mismo esa motocicleta. Está bien. Sí, lo siento mucho. Hasta luego, querido. Y llámame en cuanto estés en el hotel.
– ¿Insinúa que tengo la cabeza grande? –apuntó James con aire ofendido.
– Ni me dirija la palabra, es usted un inconsciente –afirmé enfadada mientras cruzaba los brazos y me ponía a mirar por la ventanilla.
– Vamos, no me negará que ha tenido su gracia.
– Podía haber provocado un accidente, ¿sabe? Por su culpa mi chofer ha creído que me estaban secuestrando y ha robado una motocicleta para seguirnos.
– ¿Qué? –James se puso a reír–. ¡Su chofer es un héroe!
– Además de mi chofer y mi guardaespaldas es mi amigo, así que no se le ocurra reírse de él, ¿me oye?
– Está bien, pero dígame la dirección de la clínica de ese tal Michael.
– No va a dejarme en paz hasta que consiga lo que quiere, ¿verdad?
– En efecto.
– Se la diré con una condición, que me prometa que después de hoy desaparecerá de mi vida para siempre. Ya he tenido bastante de su sentido del humor.
– Lo siento. No puedo prometerle eso.
– ¿Cómo que no?
– Es usted demasiado bella. Y siempre es mucho tiempo.
– Oh –me sonrojé y no supe qué decir.
– ¿La dirección?

Me di por vencida y le di la dirección, aunque no le dirigí la palabra en todo el trayecto por más que lo intentó. James merecía ser castigado y no me quedaba más remedio que convertirme en la mano de la justicia. Seguro que era de los que siempre conseguían lo que querían y necesitaba ser reeducado con urgencia. Sin embargo, en el ascensor de la clínica de Michael se hizo tan insoportable que rompí el voto de silencio.

– ¿Quiere hacer el favor de callarse? ¿No ve que molesta a la gente? Estamos en un ascensor –le recriminé sin darme la vuelta.
– Oh, ¿ya ha recuperado la voz? Delicioso. Por un momento pensé que tendría que pedirle a su amigo una laringología de urgencia –opinó James, poniéndome las manos en los hombros. Se las aparté inmediatamente. Sin embargo, allí dónde me había tocado la piel me ardía. Nunca había sentido nada parecido.
– Mi amigo no hace laringologías.
– Ah, ¿y qué hace?
– Es cirujano plástico –respondí.
– Interesante.
– ¿Y usted a qué se dedica? –pregunté–. Si puede saberse.
– Dicen que soy marchante de arte, aunque a veces dicen que soy editor, y algunas incluso han llegado a tomarme por intérprete –afirmó, risueño.
– ¿Se está riendo de mí?
– ¿Es su novio?
– ¿Quién?
– Michael.
– ¡¿Qué?! –Me di la vuelta para mirarle, pero James contemplaba el techo del ascensor, así que volví a darle la espalda y gruñí–: Por supuesto que no.
– Ah, su novio es el guardaespaldas –concluyó. Las tres personas que había con nosotros me miraban con atención.
– Esta conversación ha terminado –rezongué, rasgando las palabras entre los dientes.

En cuanto se abrió la puerta del ascensor salí disparada hacia la consulta de Michael. James me seguía de cerca. Enfadada como estaba, ni pregunté a su secretaria si Michael estaba ocupado, fui directamente a la puerta y abrí. Craso error, queridos. ¿Pero cómo iba yo a imaginar el horror que estaba a punto de presenciar?

Michael estaba de espaldas a la puerta, sentado en el escritorio. Delante de él había una mujer que tenía la mano en su hombro en ademán de confianza. Entonces ella, sin previo aviso, se lanzó a besarle apasionadamente. Las pupilas se me licuaron en las venas, llenándolas de pétalos de rosas negras cuyos tallos crecieron hasta anudárseme en el corazón, clavándome cientos de espinas. Aunque el pelo le cubría la cara, supe quién era aquella mujer sin asomo de duda. Era la peor pesadilla del universo conocido, la maldición más diabólica jamás lanzada, el demonio más malévolo que existía en los infiernos. Era Samantha. Me vio, y en lugar de parar, besó a Michael con mayor fogosidad. Sus ojos negros me lanzaron otra vez ese cortante desafío.

Sin saber por qué, acepté el duelo y mi mente perdió el control, permitiendo a mi amazona interior tomar las riendas de mi cuerpo. Di media vuelta, agarré a James de la corbata y lo arrastré violentamente dentro de la habitación. Le cogí por sorpresa, así que no pudo hacer nada a pesar de su corpulencia. Después le empujé contra el marco de la puerta y estiré con todas mis fuerzas del nudo de la corbata, hasta que nuestros labios colisionaron como galeones que se estrellan antes de una batalla. Cuando reaccionó, James me correspondió con urgencia, imprimiéndome una pasión abrasadora que me hizo olvidar a Samantha y a Michael. Ya no importaban. Mi pamela cayó hacia atrás y tampoco importó. Nuestros labios lucharon por devorarse mutuamente con un ímpetu feroz, más propio de animales que de seres humanos. Era como tener la boca llena de un fuego líquido. Los brazos de James se cerraron a mi alrededor y me sentí desaparecer en su espalda protectora. Su perfume me embriagó y perdí totalmente la noción del tiempo y del espacio. Mi recogido se deshizo bajo sus grandes manos, que me recorrieron desde la nuca hasta la base de la espalda.

Pero entonces, tres gritos hicieron que todo terminara.

– ¡Giovanni! –gritó Samantha.
– ¡Pamela! –gritó Michael.
– ¡Samantha! –gritó James.

Yo no grité. Estaba tan desvanecida por aquel beso, que no supe qué estaba pasando. Sólo podía pensar en que era el beso más espectacular que había recibido jamás. Los labios todavía me ardían y la mente me daba vueltas.

– ¿Qué pasa? –pregunté a James cuando conseguí articular palabra.
– Esa mujer –murmuró, y me miró con cara de extrañeza mientras señalaba a Samantha con el dedo–, es... mi hermana.

Infinitamente vuestra, y desencajada
Pamela

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Diamantes... 6

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    viernes, diciembre 05, 2008 10:31:00 p. m.

    con razon los dos igual de insoportables

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    miércoles, diciembre 10, 2008 3:15:00 p. m.

    Querido Anónimo,

    Sin duda las similitudes saltaban a la vista, no sé como no me percaté de ello antes.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    miércoles, enero 28, 2009 7:36:00 p. m.

    HOLA QUISIERA SABER COMO SEDUCIR A MI AMANTE Y NO DESCUIDAR A MI ESPOSO

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    jueves, enero 29, 2009 10:45:00 a. m.

    Querida Anónima,

    No puedo evitar que lo que me planteas, querida, ¡me resulte del todo escandaloso! ¿Pretendes ser infiel a tu esposo con premeditación y alevosía? No es que pretenda juzgarte, pues no soy quién para hacerlo, pero el adulterio es algo que siempre me ha puesto los vellos de punta, no puedo evitarlo.

    El mejor consejo que podría proporcionarte sería que intentases arreglar las cosas con tu marido, incluso acudiendo a un consejero matrimonial si fuese necesario. Si no fuese posible arreglarlo, querida, Dior no lo quiera, entonces la ruptura sería inevitable, y de ahí en adelante podrías seducir con total libertad a todos los amantes que quieras.

    Siempre tuya,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Jose

    lunes, mayo 18, 2009 11:31:00 a. m.

    Madre mía pero qué arpía te has buscado como amiga, esa Samantha es una víbora, yo que tú le pasaba por encima con la limusina, eso sí, luego tendrás que pasar por el tunel de lavado. Aunque tú también podrías tener un poquito de vista, guapa, que ya te vale todo el mundo te la da, despues de todo lo que te ha pasado bien podrías tener un poquito de cuidado no?

    En fin, si no quieres pasarle con la limusina siempre puedes alquilar una apisonadora, con la crisis que hay no creo que te cobren mucho la hora, además a ti el dinero te sobra, podías repartir un poquito para los pobres.

    Un beso enorme.

     
  1. Escrito por Anonymous Pamela

    martes, mayo 19, 2009 11:20:00 a. m.

    Querido Jose,

    Agradezco mucho tu interés. Sin duda debes tener razón, quizá soy confiada e inocente, pero si permitiese que la gente me cambiase no sería yo, aunque no recibiera ningún daño. Oh, querido, gracias por estar ahí e interesarte por mi humilde persona.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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