El eterno retorno

martes, febrero 6


Queridos amigos virtuales,

Antes de meterme en la piel de la detective privada que en mis sueños siempre fui y que nunca llegó a materializarse en mi realidad, antes de dar el primer paso en la investigación que me llevaría a aclarar el misterio de mi alcurnia, antes de ponerme mi maravillosa gabardina a juego con mi mejor pamela gris, antes de eso, decidí llamar a Michael y, aprovechando que le iba a pedir cita en su consulta con motivo de unas jaquecas que me están asaltando de forma periódica, comer con él. No le veía desde antes de mi pequeña depresión, después del verano, y la verdad es que no era por falta de interés por su parte, sino por falta del mío. Y es que a veces soy tan inconstante e irreflexiva, queridos, que me pregunto cuáles son las velas que me impulsan cual yate en este inmenso mar que es la vida.

Así pues, pedí cita a Michael y me dirigía a su consulta en mi limusina cuando Christopher detuvo el coche y bajó el cristal negro que me separaba de él. Esto era algo del todo inusual e inesperado, así que un pequeño torbellino de emoción me ascendió desde la boca del estómago. Desde hacía un tiempo atrás, me estaba acostumbrando a apreciar los pequeños imprevistos con que la vida me obsequiaba constantemente y, a la vez, me estaban causando cierta dependencia que en realidad no me parecía del todo sana.

Aprovechando la parada, abrí el mueble bar y me serví un martini, a la espera de las palabras que tenían que salir de los carnosos labios de Christopher. Pero las palabras no llegaban, y él tan sólo me miraba desde el espejo retrovisor con su mirada de fuego, así que me armé de valor y le insté a que me indicara el motivo de la interrupción de nuestro trayecto, al fin y al cabo era mi chauffeur y guardaespaldas, y le gustara o no trabajaba para mí. Rápida y mecánicamente dijo “disculpa mi comportamiento del otro día en tu mansión”, subió de nuevo el cristal que nos separaba normalmente y arrancó. No pude decir nada. Todo fue tan poco natural y repentino que me dio la extraña sensación de que aquello me lo había imaginado y no había sucedido más que en mi confusa cabeza. El resto del día tuvo su habitual y frío comportamiento, tan frío como cabe esperar en una relación estrictamente profesional entre un guardaespaldas y su protegida.

Finalmente llegamos a la clínica de Michael. La secretaria dejó el teléfono y me indicó que ya podía pasar a su consulta aunque me advirtió que, a pesar de que ya había terminado con ella, Michael le había indicado que estaba todavía charlando con su última paciente. Dejé a Christopher en recepción y subí en el ascensor, preguntándome quién sería aquella paciente, ¿tal vez la inoportuna Marquesa de Roncesvalles? Oh, qué pesada era aquella mujer, era una de las personas más insoportables e impertinentes que había tenido el disgusto de conocer, siempre atacando con su lengua viperina desde la seguridad de su buen tono y aparente educación. Del todo insoportable, queridos.

Piqué a la puerta y me indicaron que pasara. Antes de girar el pomo me ajusté la pamela, comprobé que mi vestido de Prada estaba perfecto y que mi nuevo bolso de Louis Vuitton lucía impecable, saqué mi polvera y comprobé que todo era como debía ser: curva sinuosa en unas pestañas largas hasta el infinito, sombra de ojos de impacto, labios de volumen y jugosidad perfectos impensables de rechazar, piel de seda que era la envidia de las veinte añeras.

Abrí la puerta y toda mi seguridad se tiró por la ventana con ansias suicidas. Otra vez sentí que me echaban una jarra de hielo picado en el espíritu, y no dejé de repetirme una y otra vez que debía poner cara de normalidad para que, ante todo, no trasluciera ni un ápice de lo que me pasaba por la cabeza. ¡Allí estaba ella otra vez! Pero por Dios y por el Diablo, ¿de qué plan maligno eran obra todos aquellos encuentros? Y, como siempre, ella estaba de lo más sonriente y seductora, un signo de interrogación con vestido negro y zapatos de aguja, una araña tejiendo su tela de plata y seda.

Michael la miraba con aquella luz en la mirada, la misma que vi en los ojos de Christopher el día que la conocí, la misma que vi en Alessandro cuando apareció en mi hotel. Maldita la hora en que Samantha se cruzó en mi vida, porque en ese momento nacieron un millón de pequeños demonios que no hacen más que tirarme del pelo y pincharme con sus minúsculos tridentes sin que nadie lo vea, en el momento menos esperado.

Les saludé y me senté a charlar un rato con ellos antes de que Michael la echara de la habitación como merecía para atenderme. Le pregunté —sin dejar que mi rabia hiciera acto de presencia en el tono de mi voz— qué hacía ella aquí, y resulta que Samantha es paciente de Michael desde que tuvieran contacto en la fiesta de San Juan que celebramos en honor a mi cumpleaños. Al parecer Samantha no perdía el tiempo y hacía movimientos de ajedrez a mis espaldas.

Mientras colocaba su estetoscopio sobre mi escote, Michael me repitió de nuevo que no era médico de cabecera y que no debía acudir a él cuando tuviera algún problema de salud, a lo que yo le respondí como siempre que me daba lo mismo porque me gustaba que fuera él quien me atendiera. Noté un temblor en su mano que no era habitual, y pensé si quizá no era posible que Michael sintiera cierta tensión sexual por lo sucedido entre nosotros en aquella fiesta secreta y fuera ése el motivo real de que no quisiera atenderme como médico a menos que fuera en cuestiones estéticas. Mi corazón se aceleró al recordar nuestro accidental encuentro en la cama redonda y me ruboricé al saber que Michael estaba escuchando mis fuertes latidos con claridad. Me dijo que las jaquecas seguramente eran fruto del estrés y que lo que debía hacer era relajarme.

Salimos de la consulta y, para mi desgracia, Michael invitó a Samantha a acompañarnos durante la comida. Me hubiera gustado gritar hasta desgañitarme que no podía ser, pero me limité a dibujar una sonrisa que debía parecer más una mueca forzada que cualquier otra cosa. No sé por qué, pero no la soporto, queridos, quizá sea por el perpetuo misticismo que la rodea o esa mirada desafiante, quizá me disguste que entre en mi mundo por la fuerza intentando seducir sospechosamente a todos mis amigos, o quizá simplemente debería admitir que me provoca cierta envidia su aura extrañamente cargada de carisma. Pero no, no es envidia, queridos amigos virtuales, porque si ella tuviera amigos no tendría la necesidad de andar intentando robárselos a las demás.

Durante la comida tuve que aguantar sus acertados comentarios ante los cuales Michael parecía mostrar admiración, sus ingeniosas bromas que Michael siempre reía y su refinada forma de pasarse la servilleta por los labios en un evidente gesto de seducción, como un pavo real luciendo su cola llena glamour. En más de una ocasión Michael me preguntó si estaba bien porque estaba muy callada y seria, y en más de una ocasión tuve que responder que sólo tenía un poco de migraña, cosa que decía mirando con insistencia a mi querida Samantha con la esperanza de que se diera por aludida y tuviera el buen gusto de marcharse cuanto antes. Pero ella, incansablemente encantadora, me ofrecía una aspirina de su precioso pastillero que yo rechazaba una y otra vez. En realidad tenía el estómago revuelto y se me había pasado el apetito, así que mareaba la ensalada con el tenedor como si el arma definitiva que desintegraría a Samantha estuviera oculta debajo de alguna hoja de lechuga.

Al parecer ella lo sabía todo, no había tema acerca del cual no cerrara su preciosa boquita pintada, por lo que al final me sumí en mis pensamientos sin darme cuenta. La miraba sonriente como si la escuchara con atención —aunque era una sonrisa de las que en realidad están deseando que se te haga una carrera en las medias que seas incapaz de reparar—, y fue entonces cuando me fijé en su cuello. ¿Cómo era posible que me hubiera pasado desapercibido hasta ese momento? Me había distraído tanto su esplendoroso pavoneo que no había sido capaz de ver el colgante que llevaba.

Uróboros— Samantha —dije en tono conciliador.
—¿Sí, Pamela?
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto, lo que tú quieras —su tono era tan encantador que le hubiera clavado el tenedor entre las cejas.
—Gracias, eres un encanto. ¿Puedo saber dónde te has comprado ese colgante?
—¿Este? —lo cogió entre los dedos mostrando sus uñas perfectas, pintadas de negro—. Me lo regaló un buen amigo.
—¿Puedo preguntarte el nombre de tu amigo?
—Oh, no creo que lo conozcas. Es un amigo que conocí hace algún tiempo.
—Entiendo. ¿Y significa algo? Parece como un símbolo, ¿no?
—Sí, sí, es un símbolo. Es el Uróboros, el dragón o serpiente que se muerde la cola. Simboliza muchas cosas, dependiendo de la época o la sociedad a la que nos refiramos. En general simboliza la naturaleza cíclica de las cosas. El eterno retorno.
—Ah, es muy interesante.

El eterno retorno. Ahora entendía por qué Samantha volvía a mi vida una y otra y otra vez, hasta la saciedad y el aborrecimiento más absolutos. El eterno retorno, claro. Casualidad o guiño del destino, el colgante era idéntico al que siempre llevaba Linus, mi psicoanalista.

Sincerely yours, y sorprendida de las señales de la vida
Pamela

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Diamantes... 4

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    miércoles, febrero 14, 2007 5:17:00 p. m.

    Querida Pamela,

    Solo de pensar que hubiera una chica así en mi vida, al igual que a ti, se me ponen todos los pelos de punta. Ahí siempre, para robartelos a todos, para robarte la vida... terrible, horroroso, mejor no imaginarlo.
    Podrías idear algún plan, crear una estrategia para deshacerte de Samanta, no? ( Todo legal, no malpienses, algo que sea divertido ).
    Quieres que te ayude? Entre las dos podemos idear algo extraordinario, seguro!!

    Tuya, forever, y par todos los planes emocionantes que necesites.

    Eva, ladrona de corazones

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    jueves, febrero 15, 2007 2:20:00 p. m.

    Querida Eva,

    No es oro todo lo que reluce ni todo lo que lleva marca es exclusivo. Samantha es una mujer misteriosa, demasiado misteriosa para no ocultar nada. Puedes estar segura que cuando llegue el momento de desenmascarar sus verdaderas intenciones ahí estaré yo para apuntarla con mi dedo de uña perfecta.

    ¿Deshacerme de Samantha? No pienso perder tiempo en algo así, querida, aunque agradezco tu ofrecimiento, por supuesto, pero tengo cosas mucho más importantes que hacer. Ella sola caerá por su propio peso, puedes estar segura de que el tiempo pone a cada uno en el lugar que merece.

    Forever yours,
    Pamela

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    sábado, febrero 17, 2007 5:22:00 a. m.

    no todo en la vida es #ffffff o #000000 (Blanco y negro) tambien puede ser intermedio, el secreto equilibrar los sentimientos, los pensamientos, las miradas...aveces la mejor manera de descubrir ciertas cosas, es poner nuevas pruebas entre ellas !!!
    Un abrazo PAme interezante blog !!!

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    martes, febrero 20, 2007 10:33:00 a. m.

    Querida/o Nikko,

    En efecto, no todo es blanco o negro en la vida, también es rosa, fucsia, y de muchas otras tonalidades maravillosas que cada día cubren mi cuerpo como una segunda piel.

    Pensaré lo de las pruebas, ya que tanto insistís, queridos, quizá pudiera resultar algo interesante... Muchas gracias por la idea, Nikko.

    Siempre tuya,
    Pamela

     

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