La noche de fin de año
martes, enero 1
Queridos amigos virtuales,
Una de las noches más mágicas, queridos. Para celebrar la noche de fin de año había planeado una fiesta especial en la que me reencontraría con todos mis amigos, a los que hacía tantos meses que no veía, desde que me fui al Reino Unido.
Estaba nerviosa cual colegiala en su primer baile. La emoción me recorría de tal forma que estuve a punto de sacarme un ojo al aplicarme el perfilador negro, pero finalmente el espejo me devolvió una mirada llena de satisfacción con unas pestañas largas hasta el infinito. Tardé siglos en maquillarme como requería tal magnífico evento. Lo sé, queridos, podría haber dejado que me maquillara mi extraordinario esteticista, pero maquillarme era algo que siempre había preferido hacer yo.
En el ascensor, indiqué al botones que me condujera a la planta baja. Rodeada por el halo de sofisticación en que me envolvía el vestido que trazaba mis curvas, me sentía absolutamente segura. Era como un cielo negro sobre negros tacones de aguja, sólo roto por la luz de las estrellas que refulgía en un juego de pendientes y gargantilla de diamantes escandalosamente bellos. Realzaban la largura natural de mi cuello junto a un elegante recogido, y me atreví a innovar con un delicioso fascinator cuya fantasía floral daba el toque final a mi modelo.
Conforme se abrían las puertas del ascensor, se me fue revelando la silueta de una mujer envuelta en un vestido blanco. Era sencillo a la par que elegante, ni demasiado ajustado ni demasiado holgado. Hubiera sido discreto de no ser porque hacía un gran contraste contra su oscura piel. La mujer era de raza negra, y lucía un peinado de trenzas que caían lacias a su alrededor. Me miró, y en su cara se dibujó una sonrisa radiante.
—¡Oh! —Ante mi sorpresa me cogió de las manos y me miró de arriba a abajo con aprobación—. Qué fantástica... Déjame que adivine. Eres Pamela, ¿me equivoco?
—¿Te conozco? —pregunté perpleja.
—¡No, querida, claro que no! —se rió a carcajadas cogiéndome del brazo con familiaridad, transmitiéndome confianza. Después miró a uno y otro lado del pasillo, y susurró—: Pero pronto nos presentarán formalmente, ¿no querrás que le quitemos el gusto, no? Ay, no, no, no —negó con la cabeza antes de echarse otra vez a reír, contagiándome la risa—. ¡Pamela, qué mala eres, no insistas!
—Pero querida... —continué riendo.
—¡Mmmm, qué diablesa, no me tientes! No me habían advertido de que fueras tan persuasiva... ¡qué peligrosa! —Se metió riendo en el ascensor, me miró con ojos pícaros y mientras se cerraban las puertas añadió—: Enseguida vuelvo. Pero corre, que creo que te están esperando. Ah, y feliz año.
Cuando me recuperé del encuentro, me dirigí a la sala de fiestas. Estaba llena de gente. Sabía que Linus no estaría porque me dijo que tenía un compromiso que no podía eludir esta noche, así que al primero que vi al entrar fue a Gregor, acompañado por la que supuse que sería su prometida. Me pareció que hacían buena pareja a primera vista. Ambos hablaban con mi querido Michael, cuyo esmoquin blanco era la nota atrevida de color entre los hombres de la sala. Como siempre, mezclaba su ambigua timidez con una buena dosis de elegancia.
Después me fijé en Alessandro, que se encontraba al piano llenando el aire con una de sus glamourosas melodías. Tocaba con delicadeza y precisión, de la misma forma en que movía sus ágiles dedos cuando creaba un chispeante cóctel tras la barra del bar. Samantha estaba al lado del piano. Hubiera sido imposible no verla, pues su vestido... oh, queridos, debo reconocer que su modelo era absolutamente espectacular. Mezclaba granates y negros con pinceladas de rojo rubí de una forma sorprendente y sugerente.
Y qué puedo decir del hombre que acompañaba a Samantha. Ni los meses de ausencia habían borrado de mis retinas el perfil de ese dios del Olimpo. Una criatura perfecta de piel morena y rasgos varoniles cuya silueta no podía ocultar el esmoquin negro que la cubría. Su barba delataba los días de vacaciones de los que había disfrutado, como su mirada delataba la fragilidad que latía en su interior. Mi querido Christopher...
Al verme, todos vinieron a saludarme cálidamente, excepto Alessandro, que estaba ocupado con sus obligaciones. Tras los buenos deseos de año nuevo, continuó la fiesta. Corrieron torrentes de martini entre islas de música, risas y glamour. Estaban todos tan guapos y atractivos que hubiera deseado que la fiesta no acabara nunca.
Me dirigía al tocador cuando una mano me detuvo.
—Sí, ahora veo que es cierto, no se equivocaba —me dijo la mujer que antes me había cruzado en el ascensor, en un tono más serio esta vez, con la mirada fija en mí—. Ya que no ha habido ocasión de que nos presenten lo haré yo misma. Soy Isabella, una buena amiga de Alessandro.
—Encantada de conocerte —respondí—. Nunca había oído hablar de ti.
—¡Ah! —Se echó a reír otra vez—. No se lo tengas en cuenta, ¡a este chico le gusta guardar secretos!
—Ya veo —me reí.
—Pamela, ¿has mirado a tu alrededor?
—¿El qué? —me busqué alguna costura suelta en el vestido o un botón descosido, y estaba intentando sacar rápidamente la polvera para revisar mi maquillaje cuando Isabella me detuvo.
—No, mujer, a tu alrededor —acompañó sus palabras de la mano. Cuando miré a la sala, me fui cruzando con la mirada de todos mis amigos como si respondieran a una llamada secreta de los dedos de Isabella: primero Samantha, después Michael, Gregor, Alessandro y Christopher. Un temblor cálido me recorrió como una caricia, y no pude evitar que los ojos se me humedecieran—. Tienes luz, querida.
—¿Luz?
—Sí, una luz muy especial. Incandescente, magnética, atractiva. Pero tan brillante que puede cegar a los demás. Tenlo en cuenta.
—¿Qué quieres decir? —me sentí halagada y abrumada al mismo tiempo.
—Oh, nada más que lo que he dicho. ¡Querida, tengo la boca seca! ¿No quieres algo de beber? —Y sin darme tiempo a responder, Isabella desapareció entre la gente.
Enseguida olvidé esta conversación. Con mi fiel copa de martini en la mano, regresé junto a mis amigos y disfruté de una fiesta que nunca olvidaré. Pero cuando desperté al día siguiente, recordé a Isabella y sus enigmáticas palabras, y caí en la cuenta de que no la había vuelto a ver en toda la noche.
Sinceramente vuestra, y luminosa
Pamela
Una de las noches más mágicas, queridos. Para celebrar la noche de fin de año había planeado una fiesta especial en la que me reencontraría con todos mis amigos, a los que hacía tantos meses que no veía, desde que me fui al Reino Unido.
Estaba nerviosa cual colegiala en su primer baile. La emoción me recorría de tal forma que estuve a punto de sacarme un ojo al aplicarme el perfilador negro, pero finalmente el espejo me devolvió una mirada llena de satisfacción con unas pestañas largas hasta el infinito. Tardé siglos en maquillarme como requería tal magnífico evento. Lo sé, queridos, podría haber dejado que me maquillara mi extraordinario esteticista, pero maquillarme era algo que siempre había preferido hacer yo.
En el ascensor, indiqué al botones que me condujera a la planta baja. Rodeada por el halo de sofisticación en que me envolvía el vestido que trazaba mis curvas, me sentía absolutamente segura. Era como un cielo negro sobre negros tacones de aguja, sólo roto por la luz de las estrellas que refulgía en un juego de pendientes y gargantilla de diamantes escandalosamente bellos. Realzaban la largura natural de mi cuello junto a un elegante recogido, y me atreví a innovar con un delicioso fascinator cuya fantasía floral daba el toque final a mi modelo.
Conforme se abrían las puertas del ascensor, se me fue revelando la silueta de una mujer envuelta en un vestido blanco. Era sencillo a la par que elegante, ni demasiado ajustado ni demasiado holgado. Hubiera sido discreto de no ser porque hacía un gran contraste contra su oscura piel. La mujer era de raza negra, y lucía un peinado de trenzas que caían lacias a su alrededor. Me miró, y en su cara se dibujó una sonrisa radiante.
—¡Oh! —Ante mi sorpresa me cogió de las manos y me miró de arriba a abajo con aprobación—. Qué fantástica... Déjame que adivine. Eres Pamela, ¿me equivoco?
—¿Te conozco? —pregunté perpleja.
—¡No, querida, claro que no! —se rió a carcajadas cogiéndome del brazo con familiaridad, transmitiéndome confianza. Después miró a uno y otro lado del pasillo, y susurró—: Pero pronto nos presentarán formalmente, ¿no querrás que le quitemos el gusto, no? Ay, no, no, no —negó con la cabeza antes de echarse otra vez a reír, contagiándome la risa—. ¡Pamela, qué mala eres, no insistas!
—Pero querida... —continué riendo.
—¡Mmmm, qué diablesa, no me tientes! No me habían advertido de que fueras tan persuasiva... ¡qué peligrosa! —Se metió riendo en el ascensor, me miró con ojos pícaros y mientras se cerraban las puertas añadió—: Enseguida vuelvo. Pero corre, que creo que te están esperando. Ah, y feliz año.
Cuando me recuperé del encuentro, me dirigí a la sala de fiestas. Estaba llena de gente. Sabía que Linus no estaría porque me dijo que tenía un compromiso que no podía eludir esta noche, así que al primero que vi al entrar fue a Gregor, acompañado por la que supuse que sería su prometida. Me pareció que hacían buena pareja a primera vista. Ambos hablaban con mi querido Michael, cuyo esmoquin blanco era la nota atrevida de color entre los hombres de la sala. Como siempre, mezclaba su ambigua timidez con una buena dosis de elegancia.
Después me fijé en Alessandro, que se encontraba al piano llenando el aire con una de sus glamourosas melodías. Tocaba con delicadeza y precisión, de la misma forma en que movía sus ágiles dedos cuando creaba un chispeante cóctel tras la barra del bar. Samantha estaba al lado del piano. Hubiera sido imposible no verla, pues su vestido... oh, queridos, debo reconocer que su modelo era absolutamente espectacular. Mezclaba granates y negros con pinceladas de rojo rubí de una forma sorprendente y sugerente.
Y qué puedo decir del hombre que acompañaba a Samantha. Ni los meses de ausencia habían borrado de mis retinas el perfil de ese dios del Olimpo. Una criatura perfecta de piel morena y rasgos varoniles cuya silueta no podía ocultar el esmoquin negro que la cubría. Su barba delataba los días de vacaciones de los que había disfrutado, como su mirada delataba la fragilidad que latía en su interior. Mi querido Christopher...
Al verme, todos vinieron a saludarme cálidamente, excepto Alessandro, que estaba ocupado con sus obligaciones. Tras los buenos deseos de año nuevo, continuó la fiesta. Corrieron torrentes de martini entre islas de música, risas y glamour. Estaban todos tan guapos y atractivos que hubiera deseado que la fiesta no acabara nunca.
Me dirigía al tocador cuando una mano me detuvo.
—Sí, ahora veo que es cierto, no se equivocaba —me dijo la mujer que antes me había cruzado en el ascensor, en un tono más serio esta vez, con la mirada fija en mí—. Ya que no ha habido ocasión de que nos presenten lo haré yo misma. Soy Isabella, una buena amiga de Alessandro.
—Encantada de conocerte —respondí—. Nunca había oído hablar de ti.
—¡Ah! —Se echó a reír otra vez—. No se lo tengas en cuenta, ¡a este chico le gusta guardar secretos!
—Ya veo —me reí.
—Pamela, ¿has mirado a tu alrededor?
—¿El qué? —me busqué alguna costura suelta en el vestido o un botón descosido, y estaba intentando sacar rápidamente la polvera para revisar mi maquillaje cuando Isabella me detuvo.
—No, mujer, a tu alrededor —acompañó sus palabras de la mano. Cuando miré a la sala, me fui cruzando con la mirada de todos mis amigos como si respondieran a una llamada secreta de los dedos de Isabella: primero Samantha, después Michael, Gregor, Alessandro y Christopher. Un temblor cálido me recorrió como una caricia, y no pude evitar que los ojos se me humedecieran—. Tienes luz, querida.
—¿Luz?
—Sí, una luz muy especial. Incandescente, magnética, atractiva. Pero tan brillante que puede cegar a los demás. Tenlo en cuenta.
—¿Qué quieres decir? —me sentí halagada y abrumada al mismo tiempo.
—Oh, nada más que lo que he dicho. ¡Querida, tengo la boca seca! ¿No quieres algo de beber? —Y sin darme tiempo a responder, Isabella desapareció entre la gente.
Enseguida olvidé esta conversación. Con mi fiel copa de martini en la mano, regresé junto a mis amigos y disfruté de una fiesta que nunca olvidaré. Pero cuando desperté al día siguiente, recordé a Isabella y sus enigmáticas palabras, y caí en la cuenta de que no la había vuelto a ver en toda la noche.
Sinceramente vuestra, y luminosa
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, febrero 13, 2008 10:38:00 p. m.
Oh, mi Rosada Pamela!
Lamento haber estado tantos días sin dar sangría de vida, pero mis paupérrimas experiencias no me han dejado derramar ni un sólo segundo de mi vida. Y aun menos derramar una sola gota de sangría!
Los mensajes misteriosos han sido más frecuentes que nunca. El escrito en el espejo del lavabo fue el primero como ya te conté.
Ayer mismo, cuando me destinaba a comprarme los ingredientes esenciales para cualquier buena jarra de sangría, mi instinto me dijo que tenía que poner en operativo mi visión sangría. Y, efectivamente, el vino que compré tenía un mensaje cifrado. "Vino tinto La Riojana" empezó a transformarse hasta dejar claro este otro mensaje: "Nunca dejes de saborear la divina sangría. Este es tu secreto de la juventud".
Efectivamente, mi cuerpo, y sobretodo mis órganos, están embalsamados entre tanto vino y tanta fruta.
Estoy muy preocupado. Aun recordando mis últimos momentos de lucidez, he decidido hacerme artista, ya que cuanto más rosado estés de cuerpo y alma y más abstactos pareces los dibujos, mejor valorados están.
Oh, oh, oh, Sangría
NeoSangría de Rubíes