Tesoros
sábado, febrero 16
Pensé que, al darse cuenta de que era yo quién le había tirado el café encima en aquel avión, Verner me trataría sin mucha simpatía, pero fue al contrario, resultó estimulante y vivificante. El vuelo a Praga pasó muy rápido en su compañía. Su capacidad de conversación y sus constantes duelos dialécticos me mantuvieron entretenida y con la mente lo suficientemente ocupada para no pensar en otras cosas.
Por lo visto, Verner era un apasionado de los viajes y la historia. Siempre que tenía unos días libres aprovechaba para marcharse a cualquier parte del mundo. Le gustaba revivir los recovecos de la historia de cada calle y cada monumento, descubriendo los rincones menos conocidos y los secretos más ocultos de cada ciudad.
Ya en tierra, se ofreció amablemente a deleitarme con alguno de los tesoros de Praga, si disponía de tiempo, pero rehusé la invitación apuntando que tenía demasiados compromisos ineludibles. En otras circunstancias quizá hubiera aceptado, queridos, pero en ese momento no estaba de ánimo.
Aunque lo intenté, no me quitaba de la cabeza a Christopher y Alessandro. Eran como dos fantasmas que veía dondequiera que mirase. Me parecía mentira que, hacía tan sólo unos días, incluso había llegado a creer que uno de ellos era el príncipe de cuya mano viajaría al lejano reino del amor. ¡Oh, qué ilusa fui!
Ahora sabía la verdad. Sabía que habían estado inmersos en ocupaciones que nadie se habría imaginado. Sabía que eran amantes. Me pregunté cuánto tiempo hacía que se proporcionaban calor el uno al otro a escondidas. No me sorprendía de Alessandro, pues algo dentro de mí siempre había intuido sus preferencias, pero de Christopher... Recordé todas las veces que les había visto juntos, sus risas cómplices, sus miradas, y me sentí humillada, vilipendiada. Sentí que se habían reído de mí.
El corazón me ardió de ira. Una ira que evaporó mis lágrimas y me instó a mirar hacia delante con una intensa determinación. Si el amor no venía a mí, yo iría en su busca. Eso era lo que me había traído a Praga.
Me puse el abrigo, cogí el bolso y salí de mi habitación taconeando con ímpetu. Nadie pudo verlo, pero en mi bolsillo había un tesoro muy especial. Un anillo que había sido confeccionado en esta ciudad, el que mi admirador secreto me había regalado por San Valentín hacía un año.
Absolutamente vuestra, e iracunda
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, abril 09, 2008 7:56:00 a. m.
ay querida,
acabo de leer las últimas entradas... estaba escrito en las cartas, una traición...
pero... quien hubiera podido pensar que de tal magnitud?
ahora mismo sólo puedo decir: adelante con tu vida y a buscar el amor!!!!
un ósculo