Rosa de fuego

domingo, marzo 23


Queridos amigos virtuales,

Haciendo caso omiso de la retahíla de comentarios que salía de labios del insolente James, me dispuse a dormir. Me quité el collarín porque me daba mucho calor y en breve me adentré en el mundo de los sueños, ayudada por los calmantes.

Soñé con el anillo en forma de corazón. En mi sueño, Václav lo llevaba en la mano mientras caminaba por un jardín. Se detenía frente a su novia, cuyos ojos azules estaban llenos de un amor sincero. Entonces se arrodillaba y le ponía el anillo en el dedo. Entre ellos, en el suelo, había una rosa cuyos pétalos brillaban bajo el sol como si fueran de fuego.

Todo cobró sentido. Las líneas se dibujaron en mi mente como el mecanismo de un ingenioso reloj, perfectamente harmónico. Cada acción tenía su reacción, cada hecho sus consecuencias. Comprendí que en realidad la vida era tan sencilla como una flor, y que para dirigirla una sólo tenía que ser responsable de sus actos y de las sucesivas consecuencias que de ellos se derivasen. Sólo entonces una misma dejaría de sentirse víctima de los acontecimientos y de los demás para convertirse en dueña y señora de su destino. Fue entonces cuando el perdón tomó forma en mi corazón.

Desperté al aterrizar, sintiéndome serena y tranquila. Cuán ignominioso fue mi horror al percatarme de que no podía girar el cuello, me dolía mucho. Al parecer mientras dormía había ladeado la cabeza, y ahora no podía volver a colocarla en su sitio.

– ¿Ha dormido bien? –me preguntó James, asomándose de repente. Ya que no podía mover el cuello para dejar de verle, miré al techo del avión.
– No me dirija la palabra.
– ¿Sigue enfadada por lo del beso?
– Ha sido inexcusable por su parte.
– Venga ya, ¡si usted me besó primero! Ahora estamos en paz.
– Es cierto, acción y reacción –murmuré para mí misma, recordando mi sueño.
– ¿Cómo dice?
– Nada, que tiene usted razón. Estamos en paz.
– Bueno, eso no es del todo cierto, ¿sabe? De hecho, para ser justos, todavía me debe una cena.
– ¿Qué? –pregunté anonadada.
– Es verdad.
– No puede hablar en serio –dije. Ante mi comentario James enarcó una de sus gruesas cejas–. Ni lo sueñe –sentencié.
– De acuerdo, no insistiré –apuntó James. Luego, mientras bajaba su equipaje de mano, añadió como si tal cosa–: pero sigo pensando que debería compensarme.
– Ah, ¿sí?
– Sí.
– Pues deje de pensar, no sea que al final le duela la cabeza. –James se rió a carcajadas ante mi sarcasmo. Luego me tendió la mano para ayudarme a levantarme.
– Si es tan amable.
– Se lo agradezco, pero prefiero esperar –respondí, con la esperanza de que se marchara.
– Entiendo. Muy bien, entonces esto es todo. Ojalá volvamos a encontrarnos.
– Sí, ojalá –ironicé.
Arrivederci.
– Adiós.

Deseosamente vuestra,
Pamela

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