Ojos en la oscuridad

sábado, agosto 23


Queridos amigos virtuales,

La experiencia había sido increíble. Estar allí, compartiendo la intimidad de una casa ajena, escuchando la conversación de unos hermanos de manera ilegal, oh, fue una sensación indescriptible, una experiencia casi religiosa. No podía negar que me había encantado.

A lo que no podía dejar de dar vueltas era a cómo demonios iba a traducir la conversación en francés que había grabado entre James y Samantha. El contenido podía ser inofensivo, pero no podía pasar por alto la posibilidad de que fuera comprometido, lo que me obligaba a ser cauta a la hora de elegir al traductor. ¿Y si lo que se hablaba en esos minutos de conversación fuera lo suficientemente importante como para que se pudiera hacer un chantaje? No podía arriesgarme.

Cuantas más vueltas le daba, más claro resultaba que sólo tenía una posibilidad segura: llevar la grabación a mi querido Ambrosio. Él no sólo era natural de un pueblecito francés llamado Villandry, con lo que hablaba un francés perfecto, sino que además al padecer Alzheimer olvidaría cualquier cosa que oyera al poco tiempo. Sí, queridos, sé que pensar cosas como esta no es muy loable por mi parte, y no me siento nada orgullosa por ello, pero dada la espinosa situación en la que estaba envuelta, no me quedaba más remedio que poner mi sentido de la practicidad por encima de mi sensibilidad. Por tanto, en breve debería viajar a la Toscana.

—¿Se puede saber dónde tiene la cabeza? —preguntó mi nuevo entrenador personal mientras me sujetaba para que no me deslizara por encima de la enorme pelota y acabara desparramada por el suelo—. Si no está atenta ahora, al principio, no tendrá la base para hacer los ejercicios de después. La colocación y la respiración son fundamentales en los ejercicios de Pilates.
—Lo siento mucho, querido. Es que tengo muchas cosas en la pamela y me duele un poco la cabeza —afirmé, sentándome sobre la pelota para descansar.
—¿Está usted bien? Quiero decir... Espero que no tenga ningún problema grave —dijo Jabes tímidamente, mostrándome otra vez el tic nervioso de sus ojos.
—Oh, no, querido, es que estoy organizando un desfile benéfico en mi hotel y hay muchísimo que hacer todavía. Es por eso —mentí. Si le hubiera contado la estrambótica historia de Samantha, James, Philippe y mi padre, estoy segura de que ésa hubiera sido la primera y última clase de Pilates que hubiera recibido de manos de Jabes—. Pero muchas gracias por preocuparte, es todo un detalle de tu parte.

Entonces lo vi, verde y brillante. Todos los vellos de mi cuerpo se pusieron en alerta. La puerta del gimnasio de mi mansión estaba entreabierta y, por la abertura, un ojo de felino me miraba desde la sombras del pasillo. Me levanté y fui directa hacia él, pero cuando abrí la puerta no había nada.

—¿Qué pasa, Pamela? —inquirió Jabes intrigado por mi reacción.
—Nada, es que me ha parecido ver algo en el pasillo —contesté extrañada.
—¿El qué?
—No sé, creo que era un gato.
—¿Tiene un gato?
—¿Yo? —rezongué sorprendida ante la suposición de Jabes—. Claro que no, pero el otro día vi un gato callejero merodeando en el jardín, uno que parece que lleve botines —sentencié recordando el día que casi me parto un tobillo por su culpa—. Es posible que se haya colado en la casa.
—Es posible.
—Querido, voy a echar un vistazo. ¿Me esperas aquí?
—No, si no le importa mejor voy con usted —convino él caballerosamente.

Avanzamos lentamente para hacer el menor ruido posible y no alertar al gato. Por suerte mis nuevas deportivas eran muy silenciosas. Si hubiera llevado tacones mis pasos hubieran armado un verdadero escándalo.

—Yo miraré por allí —murmuré señalando a la zona de las habitaciones—, tú ve por ese lado —sugerí a Jabes señalando el área del comedor.
—Vale —susurró él.

Avancé en modo silencioso, examinando cada rincón. Incluso miré debajo de las camas, poniendo en peligro el equilibrio de mi piel. Estaba buscando detrás de una cortina, cuando vi que el felino me miraba desde el quicio de la puerta de la habitación. Sólo se le veía un ojo, como antes, porque tenía asomada una parte de la cabeza nada más. Al ver que me había dado cuenta de su presencia, el animal huyó. Corrí para ver la dirección que había tomado, pero cuando llegué al pasillo no había rastro de él.

Tras buscar un poco más, vi una cola negra que se perdía detrás de una puerta. Corrí hasta allí y me quedé muy quieta. ¿Cómo era posible que la puerta estuviera cerrada? Abrí y contemplé la fría oscuridad que se extendía a mis pies, tragándose unas escaleras que descendían. Me quedé petrificada, como si ante el menor movimiento algo fuera a cogerme para arrastrarme escaleras abajo.

Me pareció ver que abajo había dos puntitos brillantes, como unos ojos que me estuvieran observando en silencio desde la oscuridad. Tragué saliva. Un sudor frío me resbaló por el escote de la camiseta deportiva, causándome un escalofrío. Eso me hizo reaccionar y cerré de un portazo.

Aquella era la puerta más terrorífica de la casa, la puerta que llevaba al sótano.

Oscuramente vuestra,
Pamela

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