Pájaros de fuego

domingo, enero 21


Queridos amigos virtuales,

De vuelta a la normalidad, recordé que aún no había pedido cita con Linus para que me aclarara lo que ocurrió en la sesión de hipnosis que tuvo lugar en nuestro último encuentro. Me dio hora para la semana que viene, así que no sufráis más, queridos. Puedo sentir a través de las ondas electromagnéticas de la pantalla que ansiáis saberlo tanto como yo.

Ayer, mientras acariciaba mi piel morena con un bálsamo de algas del mar Báltico, tuve un pálpito. Mi alma de sirena vibró durante una fracción de segundo y supe que la de ayer sería una noche especial. No me equivocaba. Me puse un Armani a juego con una de mis mejores pamelas y acudí a la sala de fiestas de mi hotel. Alessandro amenizaba la noche con una de sus deliciosas piezas de piano. Damas y caballeros se divertían alrededor entre cócteles que dibujaban todas las tonalidades del arco iris.

Me senté en una mesa a disfrutar del ambiente y esperé acompañada de mi martini mientras jugaba tímidamente con uno de mis zapatos de tacón. La aceituna se remoloneaba en el fondo de la copa como si ese fuese el lugar que siempre hubiera estado destinada a ocupar. Todo era como debía ser y estaba donde debía estar. Una sensación de paz me recorrió desde la punta de los pies hasta el último de mis perfectamente peinados cabellos rubios. Una sonrisa emergió a mis labios a la vez que una implosión de júbilo invadía mi escote. Era como si fuese consciente de repente de que todo lo que había estado desordenado dentro de mí ahora estuviera en su sitio, dando lugar a una melodía armoniosa y sutil en vez del ruido ensordecedor que normalmente vibraba en mis adentros. Por una noche mi orquesta interior estuvo divinamente afinada, dándome una idea de lo que una debía sentir cuando está en completo equilibrio consigo misma. Es una sensación de unión cósmica con el universo que no soy capaz de reducir a palabras.

Alcé la vista y mi mirada se cruzó con unos ojos color café, los intensos ojos de un hombre que se había sentado en mi mesa sin que me diera cuenta. Una sonrisa llena de complicidad rompía su incipiente barba. Hoy no había corbata que cerrase el cuello de su camisa y que impidiese que se viera el corto vello de sus poderosos pectorales porque hoy tenía el día libre. Pero aquí estaba, frente a mí.

—¿Me concedes este baile? —sugirió al sonar un sensual tango.
—No sabía que también fueses bailarín. —Reí.
—Hay muchas cosas que aún no sabes de mí, Pamela.
—Descubramos una entonces, mi querido Christopher —anuncié al coger su mano. Dejé la pamela sobre la mesa y deshice mi recogido para que el caos conquistase mi cabellera.

Mi nivel de tango no es el mejor del mundo, debo reconocerlo. Aun así no estaba dispuesta a dejar pasar un baile de esas características con un hombre como él. Sería como dejar de comprar ese vestido de ensueño que te enamora desde un escaparate por miedo a no tener la pamela adecuada que combine con él, algo del todo imperdonable.

Christopher resultó ser un excelente bailarín de tango. En sus brazos me dejé llevar como una hoja mecida por el viento y me llené de una increíble sensualidad. En sus pupilas vi la sombra de un mundo de sensaciones que pasaban como relámpagos y un mar café sobre el que podía volar suspendida sólo por el ímpetu de su mirada.

Bailamos varias canciones y nos sentamos a charlar entre cócteles durante horas. Cuando la música amainaba y la gente había empezado a desvanecerse como el humo de los cigarrillos dejando tras de sí un cementerio de copas vacías, dando cuenta de una noche de la que no quedaría más que el recuerdo, se ofreció a llevarme a mi mansión como la última vez, y acepté su ofrecimiento.

Ya sobre el sofá, continuamos charlando hasta que de nuevo Christopher mencionó a Felicia, la que fue su mujer hacía ya unos años, y otra vez su mirada se tornó vidriosa y frágil. Yo sabía que esa fragilidad podía estallar en cualquier momento reflejando los fragmentos en que estaba rota su aparentemente imperturbable alma, así que no me atreví a que mi boca emitiera más que silencio.

Por lo que Christopher dijo, Felicia fue una mujer extraordinaria colmada de virtudes y frente al recuerdo de la cual yo me sentía tan diminuta como un alfiler en un patrón de alta costura. La hija que tuvieron tenía menos de un año cuando el destino decidió arremeter contra su felicidad. Iban en coche rodeados de la dicha que sólo envuelve los corazones de los que se alegran de haberse encontrado el uno al otro, cuando Christopher sintió la ineludible necesidad de expresar ese sentimiento besando a su mujer. Al hacerlo desvió su mirada de la carretera el tiempo suficiente para que la muerte decidiera asomarse y se le hiciera la boca agua ante tal suculenta presa. Su coche pasó al carril contrario y, al esquivar un vehículo que se les venía encima, un volantazo hizo que saliera despedido por los aires dando varias vueltas de campana. Sólo él sobrevivió al accidente. Los médicos le dijeron que la lesión que le iba a quedar de por vida en la espalda le impediría volver a dedicarse a la equitación.

Y así, sin mujer, sin hija y sin la profesión que era su pasión, su espíritu se quedó sin el agua de la vida que lo regaba desde siempre para pasar a beber del veneno de la culpabilidad. Se fue quedando mustio, hasta secarse y deshacerse en pequeñas astillas de madera, ardiendo después en un puñado de cenizas que se vieron arrastradas por el viento. Pero, como todos los que dentro llevan oculto un pájaro de fuego, con el tiempo un pequeño árbol fue renaciendo de las cenizas para volver a sentir la brisa del amor, el agua de la luz de la luna y el aroma de la esperanza, aunque el gusano de la culpabilidad nunca abandonara su corazón y siguiera carcomiéndolo sin descanso.

Deseé acariciar su alma cansada y sanar sus heridas con el cariño que me inspiraba, así que le abracé con lágrimas en las pestañas y le susurré al oído que no había sido culpa suya, pero me apartó con brusquedad y se sirvió un whisky que se bebió de un solo trago. El gusano no le permitía aceptar la indulgencia ni la compasión, tan sólo el castigo. El tenso silencio no desaparecía y él sólo estaba ahí con las manos apoyadas en el mueble bar y la cabeza gacha, por lo que me disculpé diciendo que iba al tocador. Me detuvo cogiéndome del brazo y me pidió disculpas. Para mi asombro me besó, mas era un beso lleno de ira y violencia que me transmitió el desgarro que se producía en su interior. Separé mis labios de los suyos y le miré con comprensión para decirle que aquella no era la manera ni el momento. Su árbol todavía necesitaba tiempo para crecer recio y fuerte.

A pesar de mi ofrecimiento de que se quedara a dormir en una de las habitaciones de invitados, prefirió marcharse a su casa. Nos despedimos y me quedé sola en la mansión. No fue hasta que quise subir las escaleras que llevaban al primer piso, donde estaba mi habitación, cuando me asaltaron los demonios que llevaban la máscara del rostro de Alfred. Mi cuerpo se vio sacudido por temblores incontrolables y azotado por siniestros recuerdos, queridos. Como pude conseguí llegar al sofá y me cubrí con los cojines hasta que un sueño intranquilo se me llevó.

Incansablemente vuestra,
Pamela

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Diamantes... 2

  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    lunes, enero 22, 2007 4:11:00 p. m.

    Estimada Pamela!

    Que bien comprendo tus sentimientos ante ese beso que te alcanzó en un momento no esperado y aun menos de la forma deseada. La opción del rechazo a ese beso considero que ha sido una buenísima opción. Tan sólo espero que este fortuito encuentro con el ave fénix de Christopher te haga despertar en ti otros inborrables recuerdos que creiamos ya casi superados.

    Siempre a tu lado, para lo que necesites
    Gatet

     
  1. Escrito por Anonymous Anónimo

    jueves, enero 25, 2007 11:09:00 a. m.

    Querido Gatet,

    No sé si fue lo mejor, querido, pero todas las fuerzas que hay en mí me decían que no era el momento, pude sentirlo, aunque cada vez que pienso en sus labios se me licua el interior de la boca y un latigazo de arrepentimiento fustiga mi corazón.

    Siempre tuya, incombustible
    Pamela

     

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