San Valentín en la Toscana
miércoles, febrero 14
San Valentín... una y mil veces maldigo al ente que año tras año se niega a encontrarme para hacerme sentir las maravillas que desde siempre he oído decir acerca del amor, esa emoción sublime y delicada, volátil y etérea. A veces incluso he pensado que mi corazón está tan seco como la copa de martini que tengo a mi lado. Quizá cuando hace tanto tiempo que una semilla no se riega se muera para siempre, yo no lo sé. Otras veces he pensado que puede que la escarcha cubra mi alma como una fina coraza irrompible impidiendo que nada llegue hasta su centro para calentarla y fundirme en un torrente de pasiones secretas y olvidadas. Una mujer de hielo. Quizá la puerta esté cerrada porque esta sociedad en la que me ha tocado vivir haya cubierto de óxido poco a poco cada uno de sus goznes haciendo que la llave para una cerradura que no existe se pierda en el mar de la desesperanza irremediablemente, y yo no haya sabido reaccionar con la presteza y la destreza que se necesitaban para impedirlo.
Llena de estos pensamientos que me atormentaban sin piedad, le pedí a Christopher que cogiera para mí lo que necesitaba de las habitaciones de mi mansión, lugar que me veo incapaz de siquiera rozar con los tacones de aguja de mis zapatos Gucci desde que Alfred me sorprendiera en ella aquella fatídica noche. Hice mis maletas sin ningún miramiento, casi podía notar cómo el espíritu de la ira intentaba meterse dentro de mí, y cuando estuvieron llenas las cerré a cal y canto de malas formas como si fuera a encarcelar en ellas, junto a mis prendas de alta costura, todos los males del mundo, y en particular los que me rodeaban a mí. No me importaba nada en absoluto que mis preciosos vestidos se arrugaran, tal era mi desconsuelo, y de todas formas me iba a poner mi gabardina y mi pamela gris, así que poco importaba. Christopher me miraba con una mezcla de tristeza y asombro en la mirada, aunque no se atrevió a preguntarme el motivo de mi comportamiento, o tal vez ya lo conocía.
Me llevó al aeropuerto, y mientras volaba en mi jet privado de camino a un destino de sobras conocido, deseé que los demonios que me perseguían se quedaran atrás, incapaces de ir a la velocidad a la que la tecnología nos permite cambiar de escenario en lo que se tarda que te hagan la manicura. Por las ventanillas del avión veía las nubes de algodón sobre las que esta misma noche se acurrucarán los amantes entrelazando sus cuerpos desnudos, susurrándose al oído una música celestial que nadie más que ellos tiene el privilegio de escuchar.
Cupido es caprichoso, dicen, pero yo todavía no me he cruzado en el camino de una de sus mágicas flechas. Ignoro los planes que el destino tiene para mí, si es que el destino existe, pero empiezo a sentirme ya cansada, y hasta me parece sentir que la alegría se me escapa entre los dedos como la fina arena de las playas de Bali, sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Me gustaría echarme a llorar, quizá eso me haría comprender que aún hay algo vivo dentro de mí, pero tengo los ojos tan secos como el corazón. Tan sólo estoy aquí, huyendo de la compañía de otros que querrían estar conmigo para consolarme como buenos amigos, rodeada de lujos y glamour, pero sin nadie con quién compartirlos.
Lo sé, queridos, no hay que ponerse tan dramáticos, ni hacer una montaña de una aceituna. Y eso mismo es lo que pensé yo justo cuando el avión atravesó las nubes y me alcanzaron los rayos de un sol radiante. No hay por qué preocuparse, porque cuando una luz se apaga, otra se enciende. Siempre. Una absoluta certeza nació en mis adentros en ese momento y se materializó en mi mente en forma de conceptos que se transformaron en palabras, no sé de donde salieron, pero allí estaban, y las dejé salir de mi boca con tanta naturalidad como si siempre me hubieran pertenecido: la felicidad no es una consecuencia, es una decisión. Me puse de pie, abrí una de mis maletas y cambié mi gris atuendo por un delicioso Armani color rosa mayo.
Bajé del avión constatando que el cielo era igual de azul y que el aire tenía el particular aroma de siempre en la Toscana, aroma de uva y vino, aroma de vida. Cogimos mis maletas y Christopher puso rumbo a Lucca con la limusina. En un par de horas ya habíamos llegado a Villa Lucchesia, una espléndida Villa del siglo XVII situada en un irrepetible entorno natural que hacía las delicias de los que estaban hospedados allí. Un fuerte vínculo me unía desde hacía muchos años a este lugar, puesto que aquí estaba una de las personas más importantes de mi vida y más queridas para mí. No me había dado cuenta hasta ese momento, pero en realidad iba a tener el San Valentín que merecía en su compañía. Me ruboricé de puro placer ante esa conclusión.
Cuando esperábamos a que nos abrieran las grandes puertas metálicas que daban acceso a los jardines italianos de la Villa, pensé en lo que me había traído hasta aquí justamente este día. Qué inesperados son los acontecimientos que nos mueven por el mundo y qué curioso sentido parecen tener las cosas misteriosamente. Yo, que había venido a hacer averiguaciones sobre mis progenitores movida por las dudas que burbujean bajo mis párpados, finalmente iba a pasar el San Valentín junto a una de las personas que más quiero. De hecho, ahora mismo estoy junto a él delante de la chimenea escribiendo esto en mi portátil Toshiba último modelo, queridos, y nada podría hacerme más feliz.
Pero en ese momento, en el coche frente a la verja, antes de poner el pie en el suelo, lo que me pregunté era si habría algo de cierto en los descubrimientos de la sesión de hipnosis de Linus, si podía ser posible que Kellen no fuera mi padre porque, si no lo era, ¿quién era mi verdadero padre? A partir de esta pregunta nacían un sin fin de cuestiones por resolver que ni siquiera me permitía plantearme por miedo a volverme completamente loca. ¿Acaso mi madre había sido infiel a mi padre y por eso él no había soportado tenerme como hija?, ¿era fruto de una relación anterior de mi madre? Por lo que yo sabía, incluso podría ser que mis padres hubieran sido incapaces de concebir un niño y me hubieran adoptado, y que mi padre no hubiera estado a la altura de las circunstancias. Pero qué barbaridad, ¡claro que no!, no sé ni cómo puedo pensar estas cosas.
Llegamos a la mansión de la Villa, que descansaba al pie de un magnífico lago, y dejé a Christopher ocupado con las maletas mientras una enfermera me condujo hasta la puerta de una habitación. Me disculpé de ella preguntándole dónde estaba el tocador, y amablemente me llevó hasta él. Como una espía digna de la mejor misión imposible, me encerré en el baño y busqué en mi bolso nerviosamente el artilugio que había comprado en una tienda de productos de espionaje empresarial en Barcelona. Una rosa roja... En realidad estaba hecha para colocarla en un jarrón o algo por el estilo, en un lugar desde el que pudiera captar con claridad los sonidos de alrededor, pero yo iba a darle un uso mucho mejor. Con tanto cuidado como si fuera a estallar en cualquier momento, la coloqué en mi vertiginoso escote dando el toque de glamour que le faltaba a mi indumentaria. Comprobé que el micrófono funcionaba bien y lo grababa todo, no quería arriesgarme a que un valioso dato se me pasara por alto, y me dirigí de nuevo a la habitación. Llamé a la puerta y entré.
—¡Hija mía, qué gusto verte! ¡¿Qué haces aquí?! No puedo creerlo. ¿Eres tú?, ¿de verdad eres tú?
—Sí, Ambrosio —la risa se me escapó de pura alegría—, soy yo, he venido a verte —me acerqué a él y le abracé. La vista se me nubló por las lágrimas.
—Ma fleur... ¿Cómo estás? Cuéntame, anda.
—Estoy estupendamente, ¿no me ves? —me separé de él y di una vuelta sobre mí misma para que me viera en todo mi esplendor.
—Ya veo que estás hecha toda una mujer. Estás maravillosa, mi querida Pam, como siempre.
—Oh, mi querido Ambrosio, ¡tú también estás estupendo!
—Anda ya, si yo sólo soy un viejo.
—Nada de eso, estás en la flor de la vida, y tú lo sabes.
—Pero qué ocurrencias tienes ma fleur —se rió a carcajadas, siempre me había gustado verle reír—. Ya no me acordaba de lo bonita que era tu sonrisa.
—Pero Ambrosio, si hace menos de tres meses que vine la última vez. Justo antes de navidad, ¿no te acuerdas?
—¿Tres meses, ma petit fleur? ¡Si hace por lo menos cinco años que no venías a verme! Y bien que haces, porque una jovencita tan hermosa como tú tiene que estar ocupada en sus affaires, disfrutando la vida, y no visitando a un anciano.
—Ambrosio, de verdad, la última vez que vine fue hace unos meses —Ambrosio puso cara de extrañeza. La enfermera me había dicho antes de entrar que su Alzheimer había empeorado, pero no le había querido creer. Haciendo caso omiso, le hice un resumen a grandes rasgos de mi vida en estos últimos años y me escuchó con suma atención, como siempre hizo desde que tengo uso de razón. Ambrosio había dedicado toda su vida a servir a mi familia, en especial a mí. Él me había cuidado como un padre cuando me quedé sola, y por eso yo le proporcionaba las mejores atenciones ahora, en su vejez.
—Ay, mi niña. Qué gusto me da escucharte. Me alegra saber que todo te va tan bien.
—Ambrosio, quiero preguntarte algo.
—Claro, lo que quieras.
—He descubierto algo, y quizá tú puedas ayudarme. Seguro que sabes algo al respecto —no tenía sentido andarme con tapujos, así que se lo dije sin más—. Escucha, necesito saber si mi padre, Kellen, es mi verdadero padre —la cara de Ambrosio se puso pálida y se quedó callado con semblante grave. Desde luego había reaccionado ante la pregunta.
—Kellen... conozco ese nombre. Tu padre. Sí, tu padre. Él es tu padre, claro, ¿quién si no?
—Ambrosio, por favor, es muy importante que me digas la verdad.
—Le cygne.
—¿Qué?
—Hay que darle de comer al cygne. Claro. Elissa siempre lo hacía —me miró preocupado—, ¿quién lo hace ahora?, ¿lo haces tú?
—¿Qué cisne Ambrosio?
—Le cygne —ahora buscaba con ansiedad en sus bolsillos. El cisne fue el icono preferido de mi madre mientras estuvo viva, para ella simbolizaba elegancia, clase, todo cuanto una mujer que se precie debe reunir. Ambrosio estaba confundiendo ideas. Ahora se había levantado y abría los cajones de la habitación.
—Ambrosio, ven —lo detuve y lo senté con dulzura en el sillón—. Tranquilo, ven conmigo. Tranquilo, no pasa nada. Ven.
—Pam, ma petit fleur, eres bellísima, tienes los ojos de tu madre, tan azules... —Ambrosio me tocó la cara con manos temblorosas y se emocionó. Es una criatura tan dulce. Está lleno de amor, y por ello mi gratitud hacía él no tiene límites.
—No llores mi querido Ambrosio —le abracé—. Espera, voy a buscar un pañuelo para secarte esas lágrimas —rebusqué en mi enorme bolso y entonces me di cuenta de que había un pequeño sobre cuadrado que no recordaba haber metido—. ¿Qué es esto?
Lo palpé y el pulso se me aceleró. Dentro del sobre había algo. Lo abrí con mucho cuidado y puse el contenido sobre mi mano. Era un anillo, un precioso y maravilloso anillo de oro y diamantes con forma de corazón. No podía creerlo, ¿quién lo había puesto ahí? Había algo más, una nota escrita con una masculina y elegante letra que me resultaba familiar:
"He sido consumido por el fuego, pero nunca tanto como por el calor de mi deseo.
Feliz San Valentín, mi amada Pamela".
Estaba alucinando, queridos, o sea, no podía entender qué estaba pasando, no podía. Me puse la nota sobre el pecho sintiendo que me estallaba de júbilo. Ambrosio me miraba como si estuviera loca. Un anillo de oro y diamantes, extraordinario y reluciente, y otra nota de amor. ¿Quién era el artífice de aquello? La curiosidad me recorría desatando una explosiva emoción tras otra dentro de mí en efecto dominó.
Yo maldiciendo a Cupido, lamentándome hace unas horas de no tener amor por San Valentín, y no sólo he pasado el día con una de las personas que más quiero, sino que además he recibido un misterioso presente de un admirador secreto. ¿Se puede pedir algo más?
Nerviosa, busqué en mi cartera el otro papel. Lo había guardado por si acaso lo necesitaba, queridos. De acuerdo, lo reconozco, confieso, me gusta mirarlo a veces, cuando necesito animarme, es cierto. Sí, no había duda, la letra de esta nota era la misma que la de la nota que encontré en mi bolso aquella vez en la biblioteca de Madrid.
Incansablemente vuestra, e irremediablemente extasiada
Pamela
Etiquetas: Mi vida
jueves, febrero 15, 2007 3:06:00 p. m.
Pamela:
Me ha encantado tu relato. Está lleno de ternura. Me encanta porque las notas de Francia que tiene me han acercado a tí porque mi segunda por no decir primera lengua es el francés.
Me alegro por ese bonito miércoles que tuviste ayer.
Lorena