Luces y sombras

miércoles, mayo 14


Queridos amigos virtuales,

No sé por qué no pensaba contároslo. Últimamente no sé bien lo que me hago. Los dedos me traicionan, queridos. Creo que me sentía egoísta y deseaba quedarme ese momento, el de la liberación de Christopher, sólo para mí, pero al final me he retractado de mi propia decisión y he rectificado el último escrito. Lo cierto es que me sentía culpable por vosotros. Esto fue lo que en realidad ocurrió:

Cuando Christopher abrió por fin la puerta y su imagen se coló bajo mis párpados, me puse en pie y algo me hizo echar a correr desesperadamente con los ojos lanzando lágrimas y una sonrisa en los labios. Era una necesidad imperiosa que nacía en el centro de mi corazón, algo que mi cuerpo necesitaba con total urgencia: quería lanzarme a sus brazos, notar la fuerza de sus músculos rodeándome, sentir el calor de su piel a través de su camisa. Aquella distancia de unos pocos metros se me hizo verdaderamente interminable. Corría y corría, pero me daba la impresión de ir a cámara lenta, de manera que no conseguía llegar a mi destino. Entonces vi que Alessandro corría a mi lado. ¡No podía creerlo, queridos, pues corría para alcanzar a Christopher antes que yo! Infligí a mis piernas más potencia, ya que no iba a permitir que mi barman me robara el privilegio de ser la primera en abrazar a mi chofer. Me parecía inadmisible y carente de todo grado de educación por su parte. ¡Qué osadía!

Ya faltaba poco para llegar. Christopher tenía los brazos abiertos para recibirnos en sus poderosos pectorales. Estaba más guapo que de costumbre, a pesar de que el cansancio se reflejaba en su cara, probablemente por las horas que había pasado en el calabozo. Finalmente adelanté a Alessandro, y supe que la justicia divina existía. Iba a llegar la primera. Me sentí repentinamente feliz. Las nubes que tapiaban mi horizonte como una masa compacta de tormento se disiparon, dando paso al brillo tímido del sol. Lamentablemente, en el último momento, y por culpa de los duendes a los que no les satisfacía mi felicidad, tropecé y perdí el equilibrio. En mi desplome choqué accidentalmente contra Alessandro, haciendo que desviara su trayectoria y desapareciera tras la puerta de los aseos mientras que yo caía en los brazos de Christopher, quien conseguía agarrarme antes de que me cayera al suelo.

Nos miramos y todo recuperó su velocidad habitual.

– ¡Oh, querido, al fin! ¡No veía la hora de tu liberación! –exclamé mientras me agarraba a su cuello con todas mis fuerzas–. ¿Cómo estás?, ¿te han hecho algo? Dime. Si te han hecho algo pienso poner una denuncia ipso facto.
– No, no –contestó Christopher–, estoy muy bien, ahora que estoy fuera. Aunque si me sigues apretando así vas a conseguir ahogarme.
– ¡Oh, lo siento! Es que tenía tantas ganas de verte.
– ¿Qué tal, Chris? –dijo Alessandro, que había salido del servicio para reclamar su derecho a abrazarle también. Algo se removió dentro de mí cuando el abrazo duró más de lo esperado.
– ¿Nos vamos? –afirmó Christopher–. Estoy deseando salir de aquí.
– Sí, querido. Hay un taxi esperándonos en la puerta –anuncié.
– ¿Un taxi? –Christopher me miró sorprendido.
– ¡No me mires así, querido! Es una larga historia que ya te contaré en otro momento. Oh, Alessandro, siento lo de antes, ha sido un accidente.
– No ha sido nada –respondió.

Sólo pasé por el hotel para recoger algunas cosas, pero Alessandro se empeñó en invitarnos a un cóctel para celebrar la libertad de Christopher, retrasando mi partida. Ni el martini conseguía desatar el nudo de ansiedad que se me había formado en la garganta. Continuamente me descubría observando la entrada de la sala de fiestas, temiendo que James o Samantha aparecieran de repente, y únicamente me olvidé de ellos los pocos segundos que Alessandro habló de la bebida que había preparado: un French Connection. Cual flautista de Hamelín, Alessandro conseguía hechizar mi corazón con la música que tejía moviendo las cocteleras al compás de la maestría de sus manos.

Terminé mi cóctel y, a pesar de darme cuenta de que mis amigos estaban disfrutando de su mutua compañía, insté a Christopher a marcharnos. Era necesario que me acompañase porque no me atrevía a ir sola al lugar al que iba, si no le hubiera dejado allí, a pesar del rencor que sentía hacia Alessandro y las ganas que tenía de fastidiarle.

La taxista nos llevó a nuestro destino y tomé nota de sus credenciales por si volvía a necesitar sus servicios más adelante. Allí, delante de la verja de mi mansión, tuve un escalofrío. Cada vez se me hacía más difícil volver a aquel lugar. Era como si los recuerdos del pasado revivieran, volviéndose terriblemente nítidos, y cobraran mayor fuerza con el paso del tiempo. Sabía que tenía que superar ese miedo irracional, y sólo lo conseguiría acercándome a él poco a poco hasta que, un día, me atreviera a mirarle a la cara.

Al lado de Christopher me sentía segura y, por fortuna, accedió a quedarse conmigo unos días. La mansión me resultaba tétrica y luminosa al mismo tiempo, supuse que a causa de la mezcla de sensaciones que había vivido en ella. Por un lado tenía recuerdos hermosos, pues, de hecho, los primeros recuerdos que tenía de Barcelona eran de esa casa en la que, cuando era todavía muy niña, mi madre me enseñó la magia de la fantasía, llenando con cuentos todos sus rincones, por oscuros que éstos fueran. Además, los únicos buenos recuerdos que tenía de mi padre también los había vivido allí, un verano. Sin embargo, eran recuerdos que me entristecían. Pero lo peor era la silueta de Alfred que aún se escondía en las sombras de la casa, como un demonio que no conseguía exorcizar.

Respiré hondo y abrí la verja, con Christopher detrás de mí. Sonreía. Metí la llave en la cerradura de la entrada principal con el corazón desbocado y, cuando la puerta se abrió, di un respingo al ver que algo se movía en la oscuridad. En medio milisegundo me hallé detrás de Christopher, bien cobijada detrás de su espalda. Él entró y encendió la luz. Al parecer no había nada.

Asustadizamente vuestra,
Pamela

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