Caballo negro

jueves, julio 10


Queridos amigos virtuales,

Las piezas se movían en el tablero conforme sus inexpertos capitanes decidíamos su destino. A veces un afortunado movimiento las llevaba a una poderosa posición, aunque otras eran sacrificadas en favor de la supervivencia de su inútil rey. Sin darnos cuenta, los movimientos creaban una maraña de posiciones tan intrincada que cualquier pieza dependía de las otras en una sutil telaraña de intereses. Un paso en falso, una traición, y la cadena se vendría abajo deshaciendo la trenza en un abrir y cerrar de ojos, sembrando el caos.

—Te toca —dijo Christopher al deslizar la torre al lado de su rey. Esa pieza me recordó a Isabella y sus cartas del tarot, y al encuentro entre él y Alessandro.
—Jaque —afirmé satisfecha. Mi reina amenazaba la seguridad del reino de mi chofer. Si no hacía algo, le cortaría la cabeza a su rey.

Christopher se rascó la cabeza. No era un estratega demasiado hábil, aunque yo tampoco es que fuera ninguna experta, todo hay que decirlo. Al menos aquello nos servía para apaciguar tensiones y pasar el rato tomando un té a la sombra de los árboles. Adam, que estaba regando el jardín, pasaba en ese momento por nuestro lado y le sonreí casi sin darme cuenta. Aquel hombre tenía algo que suscitaba mi simpatía. De repente se puso tan rojo que pensé que iba a estallarle la cabeza.

Miré a Christopher para ver si ya había movido, pero tenía los ojos clavados en mí con una expresión tan hosca que la taza de té se me cayó y ocurrió un desastre: parte de su contenido impregnó mi magnífico vestido. Por fortuna no era cantidad suficiente para quemarme.

—Te está bien empleado —susurró Christopher mirando al tablero.
—¿Disculpa? —pregunté. No sabía si había escuchado bien.
—Si no miraras tanto al jardinero no se te hubiera caído.
—No seas insolente —atajé, risueña.
—Ahora me dirás que no es verdad —añadió moviendo el caballo y colocándolo delante del rey, justo en el ángulo de ataque de mi reina.
—Es que no es verdad —confirmé.
—¿Lo ves?
—Ha sido por tu culpa. Si no hubieras puesto tu cara de catador de limones no se me hubiera caído —sentencié, moviendo la reina a una nueva posición—. Jaque. ¡Oh, mi pobre vestido! Voy a cambiarme mientras mueves.
—Eso, cámbiate, no sea que te vea el jardinerito con esa mancha —satirizó, riéndose.
—¡Pero qué osadía! —me reí al ponerme en pie—. A ver si voy a tener que castigarte, querido.
—¿Y qué vas a hacer, contratar a un ejército de jardineros musculosos para torturarme? —ironizó, volviendo a mover su caballo negro para interponerlo entre su rey y mi reina.
—No suena mal —medité—. Quizá lo haga.
—Seguro, así tendrás cientos de brazos a los que lanzarte —afirmó.
—Si me persigue uno de esos insectos por supuesto que lo haré.
—Y si no también, y si no también —repitió con expresión ceñuda.
—¿Por quién me tomas, por una cabaretera? —inquirí un poco malhumorada, examinando el tablero antes de ir a cambiarme—. ¿Sabes qué es lo mejor, Christopher?
—Qué.
—Que no tengo por qué darte explicaciones —terminé mientras movía la reina hasta la posición del caballo y lo eliminaba de un empujón, dejando al rey atrapado y sin escudo—. Jaque mate.

Me marché triunfante dando un giro de pamela, aunque con cierta sensación de irritación bajo los tacones. No estaba segura de que los comentarios de Christopher fueran tan de broma como quería aparentar, y de ser así su forma de hablarme no me hacía ninguna gracia.

De camino a la habitación escuché otra vez a la sirena que vivía en una copa de martini del mueble bar, mas no le hice caso. Entonces el móvil se iluminó. Había llegado un mensaje: «Feliz no cumpleaños, Pamela. He intentado localizarte varios días para decírtelo en persona, pero ha sido imposible. Espero que la vida te sonría. Llámame. Tu amigo Michael».

Eternamente vuestra, y entre nubes de desasosiego
Pamela

Etiquetas:

Susúrrame  |   Llévame  

 

Diamantes... 0

Susúrrame  |   Inicio