Dueña de mi destino

viernes, julio 25


Queridos amigos virtuales,

Según Linus, estábamos acercándonos a algo importante con las sesiones de hipnosis. Algo importante. No lo dudo, pero tenía otras cosas igual de importantes de las que ocuparme, como descubrir de quién era la nota que le habían dejado a Alessandro. Suelen decir que fue la curiosidad la que mató al gato, y yo, una pobre gatita indefensa adornada con una pamela rosa, iba de camino a mi hotel aun a riesgo de encontrarme con los peligros que comportaba la curiosidad. Tenía que hacerlo, queridos, debéis comprenderlo. El tiempo que había pasado en mi mansión no había hecho que disminuyera mi nivel de estrés y empezaba a pensar que el lugar en el que me alojaba no tenía nada que ver con ello, por mucho que Linus se empeñara en que necesitaba tranquilidad.

Dentro de mí, comenzaba a entender que me había dejado arrastrar por los acontecimientos cual sirena a la deriva en las corrientes del mar de la vida, en lugar de nadar en la dirección que quería tomar. Sin darme cuenta me había convertido en víctima de las circunstancias y había dejado que los demás decidieran mi destino otra vez. Y una no dirige su destino hasta que decide dejar de lamentarse y responsabilizarse de él. Todos tenemos un poder muy importante, el más importante de todos, el que marca una diferencia sustancial: el poder de cambiar el curso de la vida. Es sólo que a veces nos olvidamos de ello, queridos, como había vuelto a pasarme a mí. Así que cogí mis mejores tacones y salí en busca del destino.

Llegué a mi hotel y entré en la sala de fiestas. Me encantó que Alessandro me abrazara como solía hacerlo antes de que decidiera apartarse de mí. Estuvo muy amable y, aunque no dejé tiempo para que nuestra conversación fuera tan amena como al principio, intuí que se había producido un cambio. Recogí la nota y me marché sin leerla, rechazando su daiquiri.

Supe que había llegado el momento de dejar de esconderme cuando llegué a la verja de mi mansión y vi que una mariposa azul se había posado sobre ella, indiferente a los peligros de su alrededor. Ella, a pesar de todo lo malo que podía pasarle, sólo se dedicaba a volar exhibiendo sus preciosas alas. No tenía tiempo para preocupaciones. Tenía fe.

Como dueña y señora de mi destino, había llegado el momento de actuar y nada ni nadie podría impedírmelo. Abrí la nota y leí el nombre de su autor. Era James.

Refortalecidamente vuestra,
Pamela

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