Pamela y la semilla mágica
lunes, agosto 11
Como os decía, mi jardinero me inmovilizó sobre la mecedora del cobertizo. Entonces, para mi asombro, me obligó a besarle. Forcejeé con todas mis fuerzas, hasta quedarme sin resuello, pero fue inútil. Era demasiado fuerte. Al final sus labios consiguieron derrumbar mis barreras psíquicas y el terremoto de temblores que zarandeaba mi cuerpo se apaciguó. Aún así, su beso estaba helado por dentro, muerto y áspero como las hojas doradas del otoño.
—No —dijo Adam de repente, apartándose de mí como si yo fuera un arma nuclear a punto de irradiar muerte a discreción—, no puedo, lo siento.
—¡Pero si me has besado tú!
—Lo siento, no he sabido controlarme.
—¡Pues contrólate, ¿quieres?! ¿Se puede saber qué te ocurre conmigo? —pregunté exasperada.
—Lo siento... —se disculpó de nuevo. Fue hacia la puerta y dio la vuelta, consciente de que estaba atrapado.
—¡Dímelo de una vez! —vociferé muy nerviosa.
—Tengo novia —musitó. Ni siquiera se atrevió a mirarme a la cara.
—¡¿Qué?! No puedo creerlo —gruñí llena de odio, arrastrando las palabras como si las estuviera serrando con los dientes para hacer leña—. ¿Sabes? Estoy harta de los hombres como tú. Sois deleznables, egoístas y ruego al universo que os extingáis para no volver a aparecer jamás.
—Pamela, no...
—¡No me interrumpas! ¡Ni te atrevas! ¿Sabes qué espero? Espero que algún día la justicia divina haga su trabajo y que todos vosotros, malditos infieles, recibáis vuestro merecido castigo. Arderéis en el fuego de los celos y la tristeza os arrugará el corazón hasta que no quede de él más que un puñado de cenizas.
—¡Pamela, ya no estamos juntos, tranquila!
—Oh —no supe qué decir. Había metido el tacón hasta el fondo de la copa.
—Lo hemos dejado, aunque yo sigo pensando en ella a todas horas —mencionó con tristeza, sentándose sobre un cubo. Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar.
—Lo siento mucho —dije. Deseaba consolarle, pero no me atrevía a acercarme a él.
—Ya.
—¿Y cómo estás? —pregunté suavemente.
—Mal. No sé, fue tan repentino. No me di cuenta de nada.
—Debe ser doloroso.
—Estoy fatal, Pamela —apuntó dramáticamente—, no puedo hacer nada sin pensar en ella.
—Claro —asentí tratando de poner cara neutral al recordar mi encuentro con Adam y sentirme como el vestido de urgencia que una lleva por si le ocurre algo al que se lleva puesto—. ¿Sería indiscreción preguntar qué pasó?
—A ella le gusta mucho bailar, es su pasión. Siempre hace clases de baile después de trabajar y, semanas atrás, su profesor le propuso hacer una prueba para bailar en uno de sus locales, una discoteca o algo así. Yo me negué. No soportaba la idea de que la miraran así.
—Normal —tartamudeé vigilando las estrechas paredes. Las palabras "clases de baile" resonaron en mi cabeza como un eco.
—Al principio aceptó no hacerlo, pero un día cambió de opinión. Decía que quería aprovechar esta oportunidad porque quizá sería la última —sollozó.
—¿Y qué ocurrió? —pregunté respirando con dificultad. «Una prueba de baile», pensé, «una prueba de baile». Las piernas me empezaron a temblar otra vez.
—Cometí el error de darle un ultimátum: la prueba o yo —gimoteó, enjugándose las lágrimas con la manga de la camisa—. Y aquí estoy. Cinco años llevábamos juntos. Dijo que no era por lo del baile, que se había dado cuenta de que lo nuestro ya no era lo mismo, que necesitaba tiempo para pensar porque no sabía lo que sentía.
—¿Una prueba de baile? —farfullé casi sin respiración, apoyándome en un estante. La habitación daba más vueltas conforme las piezas del puzzle iban encajando en mi cabeza. Ya sabía de qué me sonaba toda esta historia, sólo tenía que confirmarlo.
—Pamela, ¿estás bien? Estás pálida —apuntó Adam. Al centrar su atención en mí dejó de lloriquear.
—Cómo se llama tu novia. Dímelo.
—¿Mi novia? Pamela, ¿qué te pasa?, ¿estás mareada?
—Cómo se llama.
—Carla, se llama Carla. ¿Qué importa eso? ¡Pamela!
¡Carla! Podía ser otra Carla y, sin embargo, estaba segura de que no lo era. Sabía que tenía que ser ella porque dentro de mí una estrella se había encendido. No podía creerlo. Tenía que ser la secretaria de Michael, la mujer a la que yo había aconsejado que hiciera esa prueba de baile, hacía días, a pesar de decirme que su novio se oponía. Una decisión que había terminado en una drástica situación para esa pareja y, en consecuencia, para Adam. ¡Dior mío, y encima había tenido un affaire con él! ¿Cómo era posible que mi jardinero fuera el novio de la secretaria de Michael? ¿Por qué la casualidad se cebaba tanto conmigo? Santo cielo, ¡qué le había hecho yo a los dioses!
Noté que tenía algo en la boca. Era una extraña semilla de cristal, tallada como un diamante. Dentro tenía un brillo mortecino como la luz de la culpabilidad. Se me escapó de los dedos y cayó en el saco de tierra que había a mis pies. Al instante, nació una enredadera que creció a un ritmo vertiginoso hasta no caber en el cobertizo. Alucinada, contemplé cómo el ancho tronco destrozaba el techo para seguir creciendo hasta el cielo. Aunque no podía ver nada por culpa de las nubes, supe que arriba del todo había un tesoro custodiado por una gigante con los hombros encorvados y los dientes ennegrecidos por el café. Era un tesoro que tenía una luz suave y especial, un corazón de oro que palpitaba lleno de amor, encerrado en una pequeña jaula. No sabía cómo, pero tendría que escalar aquella planta para arreglar el desaguisado del que, en parte, era la responsable.
Entonces me desmayé, entre temblores incontrolables y envuelta en un sudor frío.
Inertemente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
martes, febrero 09, 2010 2:12:00 a. m.
Hola, Pam!!!
Disculpa que te llame Pam, se que es un poco inapropiado teniendo en cuenta que ni siquiera te conozco, pero siento como si así fuera...he leído tu blog desde hace tiempo y hacía mucho que quería decirte cuanto te admiro: realmente te admiro! Eres impresionante, tu carácter es de una mujer en su mejor forma, pero tu espirítu es el de una niña dulce y vivaz.
Tienes que saber que tu has sido quien me infundió la desición de crear un blog, y que te copié algunas pocas ideas. Recién lo abrí y quizá no estés interesada; soy muy inexperta en estas cosas y probablemente te parezca infantil, pero aún así te invito a ser la primera en comentar...uf, que empalagosa soné. Me río de mi misma.