Operación tirabuzones rubios

lunes, octubre 29


Queridos amigos virtuales,

Robert aguardaba tras la puerta de la sala en la que se celebraba la reunión de la AOGA. Cuando todas las socias hubieron salido, se acercó a Wendy en silencio y le susurró su nombre al oído.

—¡Robert, no le había visto! —Wendy, sobresaltada, se llevó la mano al cuello con recato.
—Mis disculpas, no pretendía asustarla.
—No ha sido nada, tranquilo. ¿Quería algo?
—Wendy, necesito hablar con usted, es urgente —susurró en voz baja, mirando hacia los lados como si vigilara si había alguien mirando—, pero no aquí. ¿Puedo verla esta tarde en un lugar más discreto?
—Sí, claro —Wendy parecía descolocada ante la actitud de Robert, que la miraba con más fijeza de lo habitual—. ¿A la hora del té en la cafetería le parece bien?
—Perfecto. Pero...
—¿Sí?
—Me preguntaba... No, déjelo, es una tontería.
—No sea tímido, dígame.
—Me preguntaba si sería posible que viniera a verme a mi despacho. Soy consciente de que no es correcto que nos quedemos a solas, estando casados, pero hace tiempo que quiero enseñarle una cosa que tengo allí, y será sólo un momento —al principio Wendy se ruborizó, escandalizada, pero presa de su hambrienta curiosidad y de su vanidosa naturaleza, no pudo rechazar la proposición.
—Bueno, si es sólo un momento no creo que tenga nada de malo —rió con pudor, cubriéndose la boca con la mano—. Le encontraré allí. Discúlpeme, ahora debo marcharme. Hay cosas que no pueden esperar, y como siempre digo, no se debe dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy.
—Hasta esta tarde, Wendy, y gracias —mientras se marchaba, a Robert le pareció ver un brillo distinto en los grandes ojos de la mujer.

Cinco horas después aproximadamente, Wendy entraba por la puerta del despacho del guardia. Aunque se mostraba serena, a Robert le pareció que debía estar nerviosa, por la insistencia con que se retorcía las manos.

—Ah, puntual como un reloj —por cómo sonrió, era evidente que su comentario la había hecho sentir halagada.
—¿Qué era lo que quería enseñarme?
—Verá... —no dijo más, tan sólo se quedó mirándola fijamente, en silencio, como si sufriera un terrible conflicto interior. Sólo cuando Wendy empezó a sentirse visiblemente incómoda, continuó—: Debo confesarle que le he mentido, lo cierto es que no quería enseñarle nada.
—¿Qué? —antes de que pudiera moverse siquiera, el guardia se puso delante de la puerta para que ella no se pudiera ir—. ¿Qué significa esto?
—Le ruego que me perdone, Wendy, pero no sabía qué hacer ni a quién acudir —cayó de rodillas, tembloroso—. Hace semanas que no puedo dormir a causa de los terribles remordimientos que me atormentan. Ya no puedo más. Tengo que confesárselo.
—Confesarme... ¿el qué? —Wendy estaba tan sorprendida que ni siquiera parpadeaba.
—Que ya no puedo pensar en otra cosa que en sus tirabuzones rubios y su blanca piel. Que acudo a la capilla cuatro veces al día para rogar a Dios que me ayude a olvidar sus rosados labios y su forma de vestir, pero no lo consigo, Wendy, ¡no lo consigo! ¿Qué debo hacer? ¡Dígamelo! Dios sabe que quiero a mi mujer y que soy feliz a su lado.
—Robert... —Wendy se quedó literalmente sin palabras.
—Incluso me acerqué a Pamela con la esperanza de averiguar más cosas sobre usted, como las he visto juntas últimamente y son amigas de la infancia...
—¡¿Qué?! ¿Por eso estaba con ella la noche pasada? Qué terrible error...
—¿Error?
—Error... —Wendy se quedó pensativa durante un instante, luego miró con ternura a Robert—. Sí, ha sido un error venir a verle. Lo siento, pero no debemos vernos más. Lo mejor es que hable con el padre Dermot. Él le ayudará. Adios, Robert.

Wendy salió por la puerta con pasos acelerados que le daban un aire dramático, posiblemente acompañada por un ego tan grande como su vanidad, mientras Robert, con tranquilidad, cogía el teléfono y marcaba mi número para contármelo todo.

Siempre vuestra, y satisfecha de que los planes salgan bien
Pamela

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Multimedia: un elefante entre martinis

domingo, octubre 28


Queridos amigos virtuales,

Hay momentos en que la vida nos pone en situaciones tan delicadas que dar un paso en falso puede suponer derramar una parte del precioso cóctel que contiene.

Me siento como un gran elefante azul, glamouroso pero blanco de todas las miradas, incluso de aquellas que lamentablemente no nos quieren el bien y que intentarán ponernos trabas para que vertamos el martini que tanto nos ha costado conseguir.




En esos momentos, queridos, no desfallezcáis ni caigáis en la desesperanza, debéis tener fe, pues siempre hay un camino que nos conduce al triunfo por difícil que parezca. Tan sólo tenéis que escuchar a vuestro corazón.

Siempre vuestra,
Pamela

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Intriga en el internado

sábado, octubre 27


Queridos amigos virtuales,

Estaba esperando a que empezara la reunión de la AOGA para cerciorarme de que Wendy estuviera fuera de juego, pero las agujas del reloj se negaban a avanzar lo necesario. Por si fuera poco, además tenía cuatro malévolos duendes apretándome los nervios con martillitos diminutos y no había forma de calmarlos.

Me miré al espejo para ver si mi atuendo era el adecuado, y asentí con satisfacción. Esta ocasión requería de mi gabardina gris a juego con mi pamela, además de unas estilosas gafas Bottega Veneta que me harían pasar desapercibida a ojos extraños y que hacían juego con mi bolso y mis magníficos zapatos.

Llegó la hora y salí con paso rápido hacia el lugar dónde me encontraría con mi contacto. Pasados diez minutos estaba en el lugar convenido mirando a un lado y otro con impaciencia. ¿Le habría ocurrido algo?

—Perdona el retraso, ya estoy aquí. ¿Qué era eso tan importante que querías decirme? —me susurró desde detrás una voz masculina. Robert llevaba su traje de guardia de seguridad, cosa que tengo que reconocer que me provocaba cierta distracción visual—. No habrás estado pensando esta noche y te habrás enamorado perdidamente de mí, y eso que me habías convencido de que estaba encaprichado de un espejismo —su gesto de picardía me resultó cautivador, pero no era momento para bromas, y por el cambio de expresión de Robert creo que mi cara transmitió exactamente lo que estaba pensando.
—Robert, siento molestarte pero ha habido un contratiempo.
—Te escucho.
—¿Conoces a Wendy? Vaya pregunta, desde luego que la conoces, quién no la va a conocer si su pasatiempo favorito es meterse en los asuntos ajenos.
—¿Qué pasa con ella?
Ayer me vio saliendo de tu coche y dice que va a contarle a todo el mundo que tenemos une liaison. Según ella, para hacer justicia. No me cabe bajo la pamela como se puede ser tan arpía.
—¿Un qué? —obviamente Robert no sabía francés.
—Que dice que somos amantes.
—¡¿Qué?!
—Escucha, tengo un plan. Conozco a Wendy y creo que sé como alisarle esos tirabuzones perfectos.
—¡¿Qué va a contar que tú y yo somos amantes?!
—Querido, baja la voz, ¿quieres?, que la cancha de paddle está vacía pero los árboles no están sordos. Escúchame. Ahora está en una de las reuniones de la AOGA, cuando salga, esto es lo que vas a hacer...

Incansablemente vuestra, e intrigada
Pamela

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La mentira de Wendy

jueves, octubre 25


Queridos amigos virtuales,

Robert me llevó al internado esa misma noche. Al día siguiente estaba a punto de salir cuando llamaron a la puerta. Cuál fue mi sorpresa al ver que se trataba de Wendy, con su habitual mueca de total desaprobación ante el atuendo de cualquiera que no vistiera tan pulcra y recatadamente como ella.

Podía escuchar claramente a los duendes de la ira alzándose a mi alrededor, vociferando su grito de guerra. La verdad es que me costó apaciguarlos para no lanzarme a deshacer el moño que lucía en su rubia cabeza y borrar con él su estúpida sonrisa de superioridad. En lugar de eso, sonreí forzadamente.

Aunque por fuera pareciera serena y luciera una apariencia angelical, Wendy en realidad estaba hecha un demonio a causa de la cólera que le insuflaba la indignación. Se había convertido en la cabecilla de la búsqueda del ladrón de la capilla, una particular caza de brujas en la que yo sería la primera perjudicada si no me andaba con tacones de plomo.

—Hola Wendy, ¿querías alguna cosa? —pregunté sin poder evitar un tono de ironía.
—Querría que cambiaras tu forma de vestir y tus modales escandalosos, pero como no creo que a estas alturas sea posible, he venido para comunicarte que lo sé todo —noté que se me tensaban los músculos de la cara, pero sólo lo permití durante un segundo.
—Querida —me reí—, te agradezco el esfuerzo, pero si sirviera de algo yo también te haría recomendaciones tales como que usases un poco de maquillaje para relajar tus líneas de expresión, pero como sé que es inútil, lo único que te sugeriré es que te abstengas de hacerme saber tus deseos —cómo disfruté al ver que se le fruncía la frente—. Disculpa, me ha parecido escuchar que sabías algo, ¿el qué?
—Todo.
—No sabes lo halagada que me siento, querida Wendy, de verdad, y más viniendo de tu persona, pero disculparás que no sepa de qué me estás hablando.
—No te hagas la tonta conmigo, Pamela. Te vi ayer por la noche con el guardia. Haciéndoos esas muestras de confianza —acompañó sus palabras con una mueca de repugnancia—. ¡Con un hombre casado y en público! Hasta ahora pensaba que eras capaz de muchas cosas, pero no pensé que fueras a llegar tan lejos. Lo siento mucho pero voy a tener que informar de esto.
—¿Qué? —no pude evitar estallar en carcajadas, y la cara de extrañeza que puso Wendy no hizo sino hacerme reír aún más. Pasó largo rato hasta que recuperé el aliento, pero debo reconocer que Wendy aguantó estoicamente—. ¡Querida, no te preocupes! No hace falta que te inventes telefilmes para que me vaya, me marcho mañana mismo. Vuelvo a Barcelona.
—¿Y crees que con eso basta? Esto no va a quedar así. Todos van a saber lo que eres —me puse completamente seria ante su amenaza. Me importaba lo que pensaran de mí, pero me importaba aún más lo que pensaría la mujer de Robert si tal rumor llegaba a sus oídos.
—Wendy, ¿estás escuchando lo que dices? ¡No puedes basarte únicamente en que me vieras anoche saliendo de su coche para afirmar cosas tan graves! —estaba empezando a perder los nervios.
—Que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero saliste de su coche con todo el aspecto de haberte dado un revolcón en el bosque. Ni siquiera llevabas zapatos. Y el abrazo con el que os despedisteis fue muy afectuoso. ¡Por el Espíritu Santo, sólo había que ver cómo te miraba Robert para saberlo!
—¡Qué! Cómo te atreves —mi tono se tornó implacable como el acero—. No tienes ni idea. Me perdí en el bosque, y si no hubiera sido porque Robert me encontró, quién sabe lo que me hubiera podido pasar.
—Entonces quizá hubiera sido mejor que siguieras perdida.

Cerré de un portazo, tan fuerte e inesperado que incluso escuché a Wendy gemir del susto. Tuve que cerrar porque si no, no sé de lo que hubiera sido capaz.

Eternamente vuestra, y presa de la cólera
Pamela

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La bella y la bestia

lunes, octubre 22


Queridos amigos virtuales,

Nada más salir de la casa cometí un grave sacrilegio: me quité los manolos. Era imposible correr con ellos puestos, los tacones de aguja se clavaban en la tierra y corría el peligro de torcerme uno de mis gráciles tobillos. Lo sé, queridos, es una horrible blasfemia lo que escribo, pero debéis entenderlo, no podía dejar que Robert me cogiera porque no me sentía capaz de volver a rechazarle, y me negaba a ser la causa de la ruptura de un matrimonio feliz sin más motivo que un fantasma del pasado que ni siquiera existía. Estaba segura de que a Robert no le gustaba yo, sino un espejismo que había compuesto con las arenas del tiempo y el calor del deseo.

Cuando ya hacía rato que no escuchaba los gritos de Robert llamándome, me detuve. Entonces me di cuenta de que no sabía dónde estaba. Me había perdido. En medio del bosque, descalza en la oscuridad y con el cuerpo helado, sintiéndome como una vagabunda, intenté deducir hacia dónde debía encontrarse la carretera o la casa, pero lo cierto era que no tenía ni idea, estaba totalmente desorientada.

—¡Serás estúpida Pamela Débora Serena Von Mismarch Stropenhauen! —me dije en voz alta, enfadada conmigo misma—. ¿No eres capaz de pensar un poquito antes de actuar? —Se escuchó un ruido. El miedo rodeó mi corazón como una tenaza mientras mi respiración se aceleraba—. Por Dior, esto no puede estar pasando... Tranquila Pamela, tranquila. Siéntate. Tranquila...

Me quedé en silencio sentada en el suelo. Escuchando. Intentando mantener la calma. La noche estaba llena de todo tipo de sonidos siniestros. Pero había uno que destacaba sobre los demás. Estaba muy cerca.

Muerta de miedo, introduje la mano en mi bolso palpando todo lo que había en él hasta que hallé el bolsillo oculto en el forro. Nunca pensé que fuera a necesitarla, pero no imaginaba una situación en que la necesitara más que ahora, esto era una emergencia en toda regla.

Confieso que desde que sufrí el acoso de Alfred no he vuelto a sentirme segura, así que un día decidí comprarla y llevarla siempre conmigo, en secreto. Nadie debía saberlo nunca. Nunca. Si llegaban a saberlo mi reputación estaría acabada. Me considerarían poco más que una vulgar delincuente. Qué horror, no puedo ni imaginarlo.

La toqué, estaba fría como la muerte, pero sentir que estaba ahí me infundió valor. Me puse en pie y eché a andar lo más sigilosamente que pude, pero me daba la impresión de que el crepitar de la hojarasca era ensordecedor. Me coloqué detrás de un árbol, muy quieta.

Lo que fuera que había en el bosque llegó al otro lado del tronco, lo sabía porque escuchaba sus pasos sobre las hojas muertas, sutiles pero claramente distinguibles. Entonces lo oí. Un gruñido. Hasta ese momento había albergado la esperanza de que se tratara de Robert, que de alguna forma hubiera sido capaz de seguir mi rastro, pero ahora estaba segura de que se trataba de alguna bestia salvaje.

De repente me sentí como una amazona, y el miedo se transformó en determinación. Todo dependía de mí, ningún apuesto galán iba a salvarme, así que más me valía pensar algo. La bestia estaba dando la vuelta, probablemente porque detectaba en el aire la deliciosa fragancia de Clive Christian que llevaba puesta. Necesitaba un plan, y rápido, pero nada acudía a mi mente en blanco.

Sé lo que estáis pensando, queridos, pero he dicho que llevaba el arma en el bolso para sentirme segura, no que tuviera valor para utilizarla, así que no me miréis así.

Sin saber qué hacía, tomé todo el aire que pude y grité. Sí, grité, y fue el sonido más fantasmagórico y siniestro que nunca había salido de mis labios, digno de una película de terror japonesa. Sabía que el animal se había asustado porque hasta yo lo estaba, que era la que había gritado. No me detuve a comprobar si así fue, porque salí corriendo en dirección contraria como si me persiguiera Ágata Ruiz de la Prada.

No me detuve, corrí y corrí, agradeciendo de nuevo las horas invertidas en el gimnasio, y sólo volví a razonar cuando escuché el claxon de un coche. Era Robert, mi caballero salvador, que me estaba buscando desde la carretera. Cuando llegué me abracé a él con tanta fuerza que no me percaté de que casi le asfixio. Me eché a llorar histéricamente, expulsando toda la tensión acumulada.

—¡Pamela, estás llena de arañazos! ¿Qué ha pasado, por qué lloras? —Robert estaba preocupado. Le miré con los ojos llenos de una mezcla de agradecimiento y pena.
—Robert, he perdido mis manolos.

Absolutamente vuestra, y entristecida por la pérdida
Pamela

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Espejismo

domingo, octubre 21


Queridos amigos virtuales,

Una gota de chocolate se deslizó prematuramente del pincho de fruta que había sacado de la fondue y fue a parar desafortunadamente sobre mi barbilla. Me sentí ridícula cuando intenté limpiármela con la lengua y no la alcancé. Buscaba la servilleta cuando de repente vi que tenía delante el brazo de Robert.

—Así, ya está —dijo mientras me limpiaba con su servilleta como si fuera una niña. Yo no sabía ni dónde mirar, y sin darme cuenta, creo que sólo para poner fin a la bochornosa situación, presioné la rosa que llevaba en el escote y lancé una de sus espinas.
—¿Puedo preguntarte si eres feliz en tu matrimonio, Robert? —Su cara cambió al instante, poniéndose seria. Aquello sólo era reflejo de la culpabilidad que nacía de sus oscuras intenciones. Si no las tuviera, la pregunta le habría resultado hasta agradable. De acuerdo, no me miréis así, queridos, era evidente que las tenía, no pretendo hacerme la ilusa.
—Ya lo has preguntado —me miró fijamente durante unos segundos—. Sí, lo soy. Adoro a mi mujer.
—Entonces... ¿puedo saber qué es exactamente lo que pretendes?, ¿por qué me has traído aquí?
—Me apetecía cenar contigo, conocernos como amigos.
—Robert, ciertamente, la impresión que da la situación es bien distinta. Y no creo que lo ignores.
—Está bien —dejó la servilleta en la mesa y, tras un suspiro, prosiguió—. Desde que te vi el otro día y te reconocí, no he podido quitarte de mi cabeza. Es absurdo, lo sé. Pero de repente llegas tú... ahora, después de tantos años... Te parecerá una tontería, pero cuando era un chiquillo estaba enamorado de ti —el desconcierto me arrolló y me dejó el cerebro paralizado como si le hubiera vertido por encima un litro de alcohol—. Sí, Pamela, no me mires así. Es verdad que nunca me atreví a hablar contigo y que ni siquiera te conocía, entonces yo era muy tímido, pero así es. Recuerdo que solía observarte a escondidas, se te veía tan frágil, tan vulnerable... Aquél día en la capilla, cuando te encontré a solas, ni siquiera pensé en lo que hacía. Cuando fui consciente de que te había besado, me entró el pánico y eché a correr. Lo recuerdo como si fuera ayer, la luz de la mañana atravesando tu pelo, haciéndolo brillar como si fuera de oro —con actitud abstraída, me acarició el pelo—. Como un ángel. Luego te fuiste y nunca más supe de ti. Hasta ahora —me había dejado tan alucinada que las palabras habían echado a volar de mi mente.
—¿Qué pretendo? Yo qué sé, no sé ni lo que hago desde que te vi. No sé lo que me pasa —se le quebró la voz.

Ante mi asombro, Robert se llevó las manos a la cara y echó a llorar. Al fin reaccioné, y me acerqué a él para darle consuelo posándole la mano en el hombro. No dije nada, no hacía falta. Entonces Robert me miró. Su mirada estaba cargada del deseo que ha crecido durante decenas de años, estaba llena del amor que se tiene por las personas cuya imagen se ha idealizado con el tiempo. Me quedé absorta al contemplar todo aquello en sus ojos. Y antes de darme cuenta me había cogido y me estaba besando con una pasión que hubiera sido capaz de incinerar a cualquiera cuya culpabilidad no hubiera hecho acto de presencia. Todo aquello no era más que un espejismo del tiempo.

Es cierto que le correspondí durante unos instantes, pero después le empujé con la fuerza que me proporcionaba la culpa, cogí mi abrigo y salí corriendo buscando el amparo de la noche en el bosque.

Siempre vuestra,
Pamela

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Caperucita rosa

sábado, octubre 20


Queridos amigos virtuales,

Aunque debo confesar que estaba nerviosa, me obligué a serenarme. Antes de salir, ajusté un último complemento en mi escote: una rosa con tantos pétalos rojos como inquietudes atravesaban mi cuerpo. Era la única nota de color sobre mi negro atuendo. Rojo pasión sobre oscuridad, decidí titularlo mentalmente.

Confiaba en que todo saliera bien, si no, estaba segura de que sería el fin de una era, mi fin en la alta sociedad. Aunque no caería sola. Oh, sólo con pensarlo mis vellos se llenaban de indignación alzando al cielo su rostro. No podía fallar, esta vez no, queridos.

A pesar de mis temores, me sentía tan viva y llena de colores como una mariposa recién salida del capullo de seda. Imaginé que ésta era la emoción que debía recorrer las medias de Mata Hari cuando estaba a punto de enfrentarse a una misión peligrosa y secreta.

El coche llegó puntual al internado, exactamente a la hora que indicaba la nota. Su conductor, un hombre corpulento y masculino vestido con un traje azul marino, salió y me abrió la puerta con caballerosidad, invitándome a subir, pero antes me besó la mano acompañando su gesto con una mirada juguetona. No dijo ni una sola palabra, ni entonces ni en el transcurso del trayecto hasta nuestro destino. Y las escasas veces que intenté indagar a dónde nos dirigíamos obtuve otra maliciosa mirada como única respuesta.

Lo cierto es que su actitud me estaba poniendo, por un lado, cada vez más nerviosa y alterada, pero por el otro también estaba resultándome sorprendente y excitante. En más de una ocasión me descubrí mirando la nuez que sobresalía de su cuello envuelto en aquella elegante corbata. Y aunque debo reconocer que su atuendo era impecable, el hecho de que no se hubiera afeitado la barba le daba un contraste de lo más sugerente. Estaba claro que los malditos duendes de la lujuria habían decidido hacer acto de presencia y daban brincos sobre la tapicería.

Cuando el coche avanzaba por una carretera que se internaba en el bosque, varios interrogantes se deslizaron bajo mi pamela: ¿y si Robert se había vuelto loco y había decidido secuestrarme para convertirme en su juguete personal?, o peor aún, ¡¿y si era un asesino psicópata o un coleccionista de amantes?! Oh, queridos, además nadie sabía dónde estaba yo y ni siquiera llevaba conmigo mi estiloso teléfono móvil.

El miedo se añadió al cóctel de emociones que ya vibraba dentro de mí.

—Hemos llegado —dijo al detener el coche frente a una casa de madera. A la luz de la luna, la casa parecía salida de un cuento de los hermanos Grimm, y me resultó evidente que éramos como una versión, desde luego llena de estilo y glamour, de caperucita y el lobo feroz—. Adelante.

La casa resultó ser muy acogedora. La chimenea caldeaba el ambiente y frente a ella había una mesa preparada para dos con gusto exquisito. Todo estaba en su sitio. El menú que deleitaría a mi paladar consistía en un delicioso asado acompañado de patatas acarameladas y aderezado por un tinto excelente, y como postre una fondue de chocolate con frutas. Pero aun completamente alucinada con las dotes culinarias de Robert, había algo por lo que no dejaba de sentirme como Gretel en la casa de la bruja…

Infinitamente vuestra, y suspicaz
Pamela

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Rosas afiladas

miércoles, octubre 17


Queridos amigos virtuales,

Abrí la puerta de mi habitación y el tacón de mi zapato izquierdo estuvo a punto de hacerme resbalar desconsideradamente. Me agaché y cogí el papel que había pisado. Con letra rápida y desgarbada me decía:

"No sabes lo corta que se me hizo la otra noche contigo. Mi corazón se muere de ganas de verte otra vez. Te espero esta noche en la entrada del internado, a las siete. Tengo una sorpresa para ti. Espero que no faltes, aunque sea en agradecimiento por mi silencio.
"Robert"


Un escalofrío se filtró bajo mis sedosas medias y me recorrió la espalda en zigzag, serpenteó hasta mi mano y sacudió las letras del papel, que volaron un instante por el aire. Después se estrellaron violentamente contra el espejo de la pared guiadas por la fuerza de la intuición, recomponiendo ante mis ojos un mensaje muy distinto al que en apariencia figuraba en la nota:

"Sabes que la otra noche no me diste tiempo a cobrar el precio de mi silencio, así que me muero de ganas de verte otra vez. Esta noche a las siete saldaremos tu cuenta en la entrada del internado. Pagarás con tu corazón. Espero que no faltes o tendré que darte una sorpresa.
"Robert"


Me quedé boquiabierta y me senté en la orilla de la cama. No sabía qué pensar. La misiva de Robert parecía contener el mensaje que habita en el corazón del amante infiel que únicamente desea apagar el fuego de su deseo. Aparentemente transparente cual Dry Martini. Pero entonces ¿qué era lo que hacía que las letras formaran bajo mis infinitas pestañas ese otro mensaje tan desagradable?

Si algo había aprendido en este último año, queridos, era que no debía despreciarse el poder de la intuición. Esa sabiduría provenía de algún lugar escondido entre el corazón y mi pamela, y por Christian Dior que eso es tan cierto como que cada día la epidermis necesita hidratación.

Pausadamente paseé por mi habitación, alargué despreocupadamente la mano y acaricié la rosa roja que adornaba el jarrón de la entrada.

No me quedaba más remedio. Iría a la cita, pero arropada por el aroma de la cautela.

Sinceramente vuestra, y desasosegada
Pamela

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Imagen: Prada en el cine de animación

martes, octubre 2


Queridos amigos virtuales,

Prada lo ha vuelto a hacer. Últimamente la diseñadora ha estado asociando su marca a las nuevas tecnologías para transmitir una imagen de modernidad y vanguardismo con propuestas que van más allá de las pasarelas. Tras lanzarse a las subastas online en el mes de julio, ha decidido probar suerte en la gran pantalla.


Prada diseña en el cine


Miuccia ha sido la encargada de vestir virtualmente a la heroína Deunan Knute, protagonista de la película de animación japonesa “Appleseed Saga EX Machina”, dirigida por Shinji Aramaki con la colaboración, como productor ejecutivo, del famoso director chino John Woo. Para el personaje, de estilo cyberpunk, Prada ha diseñado un vestido de día y uno de noche, que sólo verán la luz con el estreno de la película en Japón el día 20 de octubre de 2007.

Se abre así una nueva tendencia en la que se entrelazan el cine de animación y la moda, y quién sabe si podría asentar un precedente para el futuro: ¿moda virtual para clientes virtuales?

Incansablemente vuestra,
Pamela

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