Terror en estado puro
domingo, junio 22
La noche era cálida. Tumbada en la cama rememoré el beso de James y los vellos de mis brazos hicieron una improvisada fiesta. Sentí calor en mis labios, y aquél fuego líquido me inundó otra vez. Era como un volcán de agua dulce que formaba un río tempestuoso en mis adentros. Las aguas se calmaron y formaron un pequeño riachuelo que desembocó en una alegre cascada. Sus manos de agua acariciaban la anatomía de Marco con un alubión de suspiros. El indescriptible cuerpo de Christopher flotaba plácidamente en aquella laguna tranquila, rodeado de nenúfares. Alessandro se desnudaba en la orilla para bañarse con él. Yo estaba en brazos de Adam a los pies de un inmenso bananero, y Václav, vestido de príncipe, me sonreía desde una roca, rodeado de seis ranas que tarareaban una suave melodía.
A pesar del calor me quedé casi dormida. Fue entonces cuando una mano me acarició el brazo para, poco a poco, ir subiendo hasta el cuello. Al principio me regocijé de placer, pero después noté algo en esos dedos que me transmitió un frío mortal. La cara de Alfred se dibujó en el aire y abrí los ojos, aterrorizada. Estaba tan oscuro que no podía ver nada, pero estaba segura de que había alguien en la habitación. El miedo me ahogó la garganta. En mi locura, me pareció escuchar que mi teléfono móvil sonaba en alguna parte. Con las venas saturadas de terror, corrí a ciegas por la casa hasta dar con el dormitorio de Christopher. Abrí la puerta sin llamar y me metí en su cama, rota por convulsiones incontrolables. Aquel pánico atroz no me dejaba ni hablar, así que me acoplé a su silueta para impregnarme de su seguridad desesperadamente.
—¡¿Pero qué...?! —exclamó Christopher cuando se despertó sobresaltado—. ¡¿Pamela, qué pasa?! ¡Estás muerta de miedo! ¡¿Qué ha pasado?!
—Allí... —logré articular a duras penas cuando sus caricias me devolvieron la voz.
No tuve tiempo de decir más. Christopher encendió la luz y salió disparado por el pasillo sin más atuendo que la ropa interior y su pistola. Al cabo de lo que me parecieron horas regresó. No tuve reparos en acurrucarme a su lado.
—¿Qué has visto? —me preguntó.
—En mi dormitorio —gemí, a punto de echarme a llorar—. Creo que había alguien.
—No hay nadie. He mirado en toda la casa.
—Creí... —dudé.
—¿Estabas soñando?
—No sé...
—Seguro que ha sido una pesadilla. Las ventanas y las puertas están bien cerradas. ¿Estás bien?
—Sí. Lo siento, Christopher.
—No pasa nada. Tranquila —dijo con tono conciliador, abrazándome.
—¿Puedo quedarme contigo? Sólo esta noche.
—¿Conmigo? ¿No prefieres que llame a tu jardinerito? Seguro que él estaría encantado de hacerte compañía —sugirió con sorna.
—Por favor —rogué sin asomo de orgullo—, será mi regalo de cumpleaños.
—¿No me dijiste ayer que no querías ni hablar de tu cumpleaños?
—Christopher, tengo mucho miedo —insistí con voz quejumbrosa.
—Está bien, pero la próxima vez llamaremos al jardinerito.
—Por favor, déjala encendida —le pedí cuando fue a apagar la luz de la mesilla—. Gracias.
Christopher se apartó de mí y se colocó de lado para dormir, dándome la espalda. Como había recuperado la cordura no me atreví a abrazarme a él aunque me moría de ganas. Sin embargo, necesitaba sentir su presencia cuando cerré los ojos, por eso mantuve mi dedo meñique del pié en contacto con su piel hasta que conseguí dormirme.
Aterrorizadamente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
martes, junio 23, 2009 3:59:00 a. m.
Por favor pero que blog tan ideal. Eso se puede hacer con blogger?? A ver si nos enseñas.
Me he leido las últimas 4 entradas. eres elegante, te pondre en mi lista de favoritos para leerte de vez en cuando