Una espía de verdad
jueves, agosto 21
Entré en la portería y vi a James perderse en el ascensor. Tuve suerte de que el conserje no estuviera en su puesto, porque me habría entretenido un tiempo valioso que usé para lanzarme como una posesa sobre las escaleras y escalar los peldaños de dos en dos. Por suerte para mis medias, el ascensor no tardó en detenerse, en el segundo piso. James desapareció tras una puerta y yo dejé de aguantar la respiración. Por un momento creí que me asfixiaba. Tras saciarme de aire como si acabara de salir de bucear, pensé en cuál sería mi siguiente movimiento.
Usé el ascensor y bajé a la planta baja. El buzón del apartamento en el que había entrado James tenía un pequeño letrero que convirtió el azul de mis retinas en oleaje: "Samantha Nouveau". Era el apartamento de su maldita hermana. No había llegado hasta allí corriendo un grave peligro de muerte para irme sin más, como mínimo tenía que intentar averiguar qué se traían entre manos, o sea que saqué del maletín la cartera y las llaves de James y las eché al buzón. Subí otra vez al segundo piso y, tras esconderme, marqué su número.
—¿Pamela? —contestó James inmediatamente.
—La misma, ¿qué le parece?
—Esto... —dudó, inseguro. Debía estar preguntándose si estaba enfadada, dada mi violenta reacción del último día en la piscina, aunque no tardó en recuperarse de la sorpresa—: No se lo va a creer, ¡acabo de estar en su casa!
—¿No me diga? Qué casualidad —fingí.
—¿Y cómo está?
—Bien —contesté escuetamente.
—¿Seguro? El último día parecía...
—Enfadada —terminé la frase con sarcasmo—. Oh, discúlpeme si no estoy acostumbrada a que irrumpan así en mi casa.
—Touché, tiene toda la razón.
—No le quepa duda de que la tengo —afirmé, muy seria—. Y, dígame, ¿acostumbra a entrar como un ladrón en la casa de la gente?
—Veo que sigue enfadada todavía. Lo lamento, quise darle una sorpresa. No pensé que le sentaría tan mal.
—Oh, se me pasó por la cabeza denunciarle, no se crea. Incluso fui a comisaría a hablar con mi amigo el subinspector —mentí—. ¿Sabe? Tuvo suerte de que recapacitara en el último momento.
—Ah —murmuró. Hasta pude oír como tragaba saliva—, pues le agradezco que no lo hiciera.
—No hay de qué. ¿Y qué ha ido a hacer hoy a mi casa? No, espere, déjeme adivinar. Ha ido a darme otra de sus sorpresas, ¿a que sí? —apunté maliciosamente.
—He ido a buscar mi cartera. Creo me la dejé allí.
—En efecto, por eso le llamaba, para decirle que he hecho que se la lleven a casa de su hermana. En estos momentos ya debe tenerla en el buzón.
—¿En serio? —preguntó, incrédulo—. ¡A esto lo llamo yo eficiencia!
—Si fuera secretaria se me daría de maravilla, ¿no cree?
—Desde luego, su melena rubia quedaría estupendamente en un despacho.
—Sí, sería una preciosa mujer florero —repliqué. No pensaba irritarme.
—No diga eso, usted vale su peso en oro.
—En realidad, en diamantes de la mejor calidad, algo completamente fuera de su alcance —sentencié—. ¿Y no se olvidó en mi casa nada más?
—Eh... No, creo que no —dudó.
—¿Está seguro? ¿Nada? Piense, es su última oportunidad.
—Bueno, creo que no. ¿A qué se refiere?
—A ver, déjeme pensar. No sé, ¿a unas llaves tal vez?, ¿a una motocicleta frente a mi puerta? —indiqué llena de sarcasmo, haciéndole creer que las llaves se le habían caído en mi casa en lugar de que yo se las hubiera usurpado.
—Oh, eso.
—Sí, eso.
—Verá... —balbució. Estaba claro que no sabía qué decir, porque la única explicación que había para que hubiera encontrado las llaves en mi casa es que se hubiera colado en ella esta mañana.
—¡Oh, querido, no se apure! —reí con gusto, saboreando la victoria—. También he hecho que se la lleven a casa de su hermana. Las llaves estarán también en el buzón, junto a la cartera.
—No me lo puedo creer.
—¿Soy más eficiente de lo que sospechaba? Compruébelo usted mismo.
Colgué sin darle opción a contestar y apagué el teléfono. Acto seguido, como esperaba, vi salir a James del apartamento de Samantha a toda prisa. Dejó la puerta abierta, hecho que tenía que aprovechar para colarme dentro. Saqué mi rosa especial y me la coloqué en el escote. Escondí el maletín y los zapatos tras un macetero del rellano y abrí la puerta sigilosamente. Cuando estuve dentro, creí que el casco iba a estallar a causa del latido de mis sienes.
Lo poco que podía ver del apartamento de Samantha estaba exquisitamente decorado con una peculiar mezcla de estilos. Por un lado daba la sensación de ser un templo japonés, aunque por otro se habían sustituido los detalles asiáticos por otros de aire egipcio e incluso medieval. Una fuente zen gorgoteaba en el recibidor y, a pesar de que inspiraba tranquilidad, a mí me provocaba unas terribles ganas de huir de allí.
Ignorando el cántico de la fuente, me escondí en la pequeña estancia que hacía las veces de armario ropero y esperé. Agudicé el oído, pero con el casco sólo percibía el ruido del agua. Cuando me tranquilicé pude oír una música tranquila y, más allá, un sonido que se parecía al de un cuchillo cortando algo. Se acercaba la hora de comer y debía haber alguien cocinando, probablemente Samantha.
La puerta de entrada se cerró y James se perdió más allá de mi campo visual. Su voz no tardó en mezclarse, hablando en francés, con la de su hermana. Hubiera podido reconocer el odioso tono de voz de aquella mujer aunque hubiera hablado en suahili.
Salí del armario y me acerqué a las voces con mucho cuidado, preguntándome cuántos idiomas hablaría James. Checo, inglés, español, francés y seguramente italiano, dado que su padre era de Italia. Deseé haber prestado más atención a las lecciones de francés que mi querido Ambrosio intentó inculcarme en la adolescencia, pero lamentablemente los idiomas no eran uno de mis fuertes.
Cuando estuve lo bastante cerca, acaricié mi rosa y me quedé tan quieta como una de las estatuas que decoraban el comedor de Samantha, aunque he de reconocer que yo, con el casco puesto y descalza, desentonaba un poco entre ellas.
Transcurridos unos minutos que se me antojaron interminables, decidí que ya me había arriesgado suficiente. La avaricia rompe el bolso, así que di la vuelta y me marché con la esperanza de haber conseguido alguna información útil. Al cerrar la puerta del apartamento me sentí intrépida y orgullosa porque me había convertido en una espía de verdad. ¡Una espía de verdad, queridos!
Sigilosamente vuestra,
Pamela
Etiquetas: Mi vida
miércoles, marzo 24, 2010 11:30:00 p. m.
Orujo de hierva
Ai mare mia mare mia. Pero si nusotros no ablamos gabacho se puede saber que coño an dicho estos dos?