Cómplices

sábado, mayo 10


Queridos amigos virtuales,

Antes de abandonar mi transporte, pedí a la taxista que diera una vuelta alrededor de mi hotel para cerciorarme de que no había elementos inoportunos. Cruzarme con James, Samantha o Michael era lo último que deseaba. No me pareció ver a nadie, así que recompensé a la taxista generosamente por su buen trabajo, le pedí que me esperara y me introduje en el hotel por el acceso de servicio.

Muy nerviosa, conseguí apañármelas para llegar al ascensor sin que nadie me viera con aquel aspecto tan indeseable, porque como sabéis, queridos, aún iba sin pamela, sin zapatos, y lo que es muchísimo peor, con los poros de la planta de mis delicados pies cubiertos por la horripilante suciedad de la acera. ¡Como si fuera una nómada! ¡A saber los agentes patógenos que estarían destruyendo el equilibrio de mi dermis! Una cosa estaba clara: después de perder mi pamela y despeinarme, esconderme bajo la mesa de una secretaria, caminar descalza por la acera y entrar en una comisaría en esas condiciones, ya no podía caer más bajo. Había superado pruebas que jamás pensé que fuera capaz de superar, y era el afecto a mi querido chofer lo que me daba aquel inmenso valor.

Llegué a mi habitación sin cruzarme con ningún huésped. Al cerrar la puerta respiré hondo, cansada y hambrienta. No había comido nada desde mi frugal desayuno y empezaba a sentirme confusa. Mis neuronas pedían a gritos glucosa con la que alimentarse o, de lo contrario, amenazaban con ponerse en huelga, pero no tenía tiempo. Debía poner mi plan en marcha sin demora o la libertad y la reputación de Christopher podían peligrar más de lo que ya lo hacían.

Veloz como una laca de uñas de secado ultrarrápido, me aseé los pies –desechando la idea de proporcionarles el tratamiento reconstituyente que merecían–, me hice un recogido en el pelo –que llevaba intolerablemente despeinado desde el beso con James–, me cubrí con un traje de aire ejecutivo –que supuse adecuado para tan importante ocasión– y lo completé con la pamela y la gabardina grises que me hacían sentir como la audaz investigadora privada que llevaba oculta bajo la piel. Oh, no soy capaz de describir la sensación que me embargó al ponerme de nuevo unos altísimos zapatos de tacón. Por último, restituí un poco mi maquillaje y, al fin, me sentí yo misma otra vez. Y todo en un tiempo récord.

Corrí por el pasillo y tomé el ascensor. Allí me encontré de nuevo con John, con quien no tuve tiempo de intercambiar más que un saludo a pesar de que me pareció verle algo triste. Entré en la sala de fiestas y abordé a mi objetivo en la barra del bar, el que sería mi cómplice en toda esta historia.

Alessandro, deja lo que estés haciendo y acompáñame –ordené.
– Hola Pamela, hacía mucho que no te veía. ¿Cómo estás?
– Querido, siento ser tan maleducada, pero no tenemos tiempo. Debemos irnos ahora mismo. Christopher tiene problemas –dije con seriedad.
– ¡¿Cómo?! ¿Qué pasa? –me preguntó alterado.
– Vamos. Te lo explicaré por el camino –anuncié mientras le tomaba del brazo y tiraba de él–. Tenemos un taxi esperando. Ah, y no olvides tu ropa porque tienes que cambiarte.

Alessandro cogió su bolsa y nos metimos en el taxi. La sangre corrió rápida en mis venas. Se acercaba el momento de infringir la ley.

Nerviosamente vuestra,
Pamela

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